Interrumpo mis escritos sobre la cotidianidad de mi vida,
para dedicarle unas poquitas letras a un evento que reviste cierta importancia
y que ahora va a tener entretenido a mucha gente. Escribo porque, como tantas
otras cosas, no quiero que se me olvide.
Ayer, un ratico antes de la media noche recibí una llamada
de mi hija Jennifer, hora poco habitual para llamarnos, por lo que el timbre
del celular me asustó. Yo “pescaba” frente al TV mirando una película sobre la
historia de Jesús que no había visto, mientras Martica se bañaba.
Jenny, que descubre mi susto, después de aclararme que no
pasaba nada, me dijo, quieres que te de una noticia y yo le respondí
textualmente, se murió Fidel.
Ahora mismo no sé por qué se me ocurrió esa idea, debe ser
porque ella ya me había aclarado que no pasaba nada en nuestra familia y porque
en el subconsciente, por mucho que diga que el tema no me interesa, vivo con
esa idea, aunque no la exprese todo el tiempo.
Pues sí, murió Fidel Castro a la edad de 90 años. Nos guste
o no el personaje, la noticia no deja de tener relevancia. Como todo, los que
están a favor y lo querían, lo sienten y lo comenzaran a venerar más, lo que
están en contra, pues se alegran y celebran su muerte.
No es de ocultar que la noche de ayer en parte de Miami, con visos de carnaval, terminó con fuegos artificiales y música. Vi imágenes de personas con crucifijos en los cuellos y que dicen amar al prójimo, pero celebraban muertos de la risa, la muerte del “héroe”, sin reparar en que había poco para celebrar. Si es cierto, el invicto murió, pero lo hizo invicto. Nadie lo tocó, nadie lo quitó, nadie lo hizo renunciar, nadie lo puso a sufrir. Sólo se entregó a la muerte y así y todo hasta a ella le hizo resistencia.
Hubo los que pronosticaron que no duraría 6 meses en el poder. Erraron. Hubo los que predijeron que los norteamericanos lo quitarían. Erraron. Luego muchos dijeron que no resistiría la caída de la URSS. Se equivocaron. Otros lo mataron muchas veces. Nunca murió. Sólo la muerte y él tenían un acuerdo y la vejez fue el pacto.
No es de ocultar que la noche de ayer en parte de Miami, con visos de carnaval, terminó con fuegos artificiales y música. Vi imágenes de personas con crucifijos en los cuellos y que dicen amar al prójimo, pero celebraban muertos de la risa, la muerte del “héroe”, sin reparar en que había poco para celebrar. Si es cierto, el invicto murió, pero lo hizo invicto. Nadie lo tocó, nadie lo quitó, nadie lo hizo renunciar, nadie lo puso a sufrir. Sólo se entregó a la muerte y así y todo hasta a ella le hizo resistencia.
Hubo los que pronosticaron que no duraría 6 meses en el poder. Erraron. Hubo los que predijeron que los norteamericanos lo quitarían. Erraron. Luego muchos dijeron que no resistiría la caída de la URSS. Se equivocaron. Otros lo mataron muchas veces. Nunca murió. Sólo la muerte y él tenían un acuerdo y la vejez fue el pacto.
Luego de hablar unos minutos con Jenny, decidí acostarme, en
realidad me interesaba más la película y no me enteré si a Jesús lo
crucificaron o no porque me debo haber quedado a la mitad de su vida.
Cuando ya estaba dormido, entonces como a la 1 de la
madrugada de mi tiempo, me llamó Jonathan. Se acababa de enterar y por supuesto
quería comentarlo conmigo, con quién si no. Hablamos un ratico.
Y para cerrar el tema de poco dormir, hoy a las 7:40 am, mi
hermano Igor, también acabado de enterar, me llamó para compartir ideas.
Digamos que esas son las consecuencias directas de la muerte
de Fidel. No pude enterarme de la muerte de Jesús y he dormido poco. JAJAJA
Visto desde aquí, creo que es meritorio morirse de muerte
natural a los 90 años y morir rodeado de familia, amigos queridos, personal
médico y compañeros que lo atendían. Eso es lo que todos queremos.
Cuando un ser humano muere de muerte natural después de
haber vivido y hecho lo que le dio la gana, pues no paga nada, sólo se muere. Ninguna
muerte de esa forma puede pagar ningún daño, no le puede devolver algo a los
que se le debe.
De ahí que creo que lo de carnaval y fuegos artificiales, es
un exceso, esperado claro está, pero exceso.
Bueno es poder castigar en vida, sancionar, quitar de las
funciones, hacer renunciar, hacer pedir disculpas a las personas dañadas a
exprofeso. Bueno es ver al supuesto culpable arrepentirse y tener que vivir de
forma diferente a como se vive desde el poder. Bueno es que tenga que vivir
para ver lo que destruyó o dañó. Bueno es que sus propios descendientes lo
critiquen o al menos, no lo apoyen. Pero ver morir a alguien de muerte natural,
que ya no estaba en el poder, que ya no ejercía ninguna presión públicamente,
que no va a cambiar la realidad de forma inmediata para los que fueron o son afectados,
pues poco mérito tiene. Se murió, como al final tenemos que morir todos.
Me resulta a veces difícil de entender, porque muchos de los
que estaban ayer en los mini carnavales, lo amaron, lo endiosaron, vivieron de
él y para él y no muchos de esos que hoy celebran con fuegos artificiales
estuvieron dispuestos a ir e impedir que muriera de muerte natural. No todos obviamente, pero muchos, estuvieron diciendo que lo amaban hasta que el avión que los sacó de Cuba despegó sus ruedas de la pista. Entonces me
parece más de lo mismo. Es fácil siempre ver los toros desde la barrera y mucho
más fácil ahora hacer leña del árbol caído.
No creo que esas personas estuvieran obligadas a nada. Eso
es mentira. Nací en Cuba en 1963 y viví allí hasta que tuve 44 años. Tuve que
comerme el período más sólido de esa llamada revolución, que con el tiempo se
convirtió en un gobierno de un grupo, que, para dominar a la mayoría, le
endulzaba el oído hablándole en su nombre. Y después que dejé de ser niño, pues
no lo amé y no lo amé públicamente. Nadie me pudo obligar a que fuera policía,
nadie me pudo obligar a que fuera del MINIT. No pudieron meterme en la UJC o el
PCC. Nadie me convenció de que la doble moral era la solución para vivir en la “Cuba
Revolucionaria” No comulgué con el oportunismo de izquierda. No sancioné, ni
reprimí a nadie, nunca.
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