viernes, 11 de octubre de 2019

Es probable que ya no quieran recordar, pero ...

Hace pocos días escribí, bajo el título de Justicia, no Venganza, sobre Cuba y lo que está pasando hoy con cubanos que han hecho daño a otros cubanos, en nombre del gobierno, del socialismo, de Fidel y Raúl.

Esas personas, en el supuesto cumplimiento de sus deberes, maltrataron física y psicológicamente a otras personas, abusaron de ellas de muchas formas, y luego, vestidos bajo la piel de carneros, queriendo engañar, pretenden que todo se olvide, una vez más a su conveniencia. 

Esas personas que vivieron bien en el pasado, gracias a la subordinación a un sistema ideológico, que les exigió no sólo eso, sino una actitud de fidelidad extrema, siendo esto a veces cierto, pero a veces no tanto, porque muchos detrás de ese esmerado cumplimiento de deberes, escondieron y esconden la envidia, la revancha, el robo, el oportunismo, los deseos de escalar a posiciones o grados superiores, el odio injustificado, el robo, el chantaje, etc., pretenden hoy seguir viviendo bien, sin importarles ahora el nombre que tenga la ideología de donde se alimentan.

Pudiera parecer que la tengo cogida con este tema, imagino que eso debe pensar mi madre, no sé, a lo mejor es verdad. Malo es saber o al menos leer mucho, porque recién hoy, tengo algún tiempo libre, me he encontrado este relato, que a continuación reproduzco textualmente, y un poco me da la razón, frente a aquellos, aún incrédulos o peor, aquellos que también hoy quieren olvidar y que se olvide.

Relato donde, primero, se cuenta una historia con nombre y apellidos por lo que merece ser creída, de abuso incluyendo el abuso físico, en nombre de esa misma ideología que todavía existe hoy en Cuba, que ocurrió hace ya algunos años, pero se repite y se repite con otros actores, con otras caras, pero los mismos objetivos, y segundo, delata a muchos que ayer u hoy mismo en la mañana abusaron, y que al pasar el tiempo, sin un arrepentimiento público, sin pedir perdón a los que dañaron, pretenden hacer ver que nada pasó. Victimarios que aprendieron a vivir bien y se aprovecharon de los beneficios de haber abusado y hoy pretenden, tal como si la memoria no existiera, continuar viviendo, paseándose justo cerca e impunemente a sus víctimas.

Les dejo aquí la historia, tal como la encontré y una pregunta: ¿Haría falta otro Simon Wiesenthal? 

Balance Cubano. Viernes, octubre 05, 2012  

¨…Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados…¨ (Tomo 3, 168). José Martí.

LA ACTRIZ DAISY GRANADOS GOLPEÓ A LA ESPOSA DE MANUEL BALLAGAS CUANDO LOS SUCESOS DE LA EMBAJADA DEL PERÚ 

Por Manuel Ballagas
Este post lo colgué en el blog hace meses. Pero como me entero de que Daisy Granados está en Miami, lo repito:  

"Corría la última semana de abril de 1980. Temporada difícil. Mi esposo, mi hijo y yo acabábamos de salir de la embajada de Perú en La Habana con un salvoconducto que no valía para nada y habíamos padecido ya dos actos de repudio en nuestro vecindario. Nos habían quitado la luz eléctrica, gritado improperios y mantenido bajo asedio por dos días. Pero aun así había que comer, así que me decidí a bajar aquella mañana a la bodega, que estaba en la planta baja del edificio de apartamentos en que vivíamos entonces, en la esquina de las calles Tercera y C, en el Vedado. 

Cuando llegué a la bodega, libreta de abastecimiento en mano, me tropecé con miradas hoscas y evasivas. Nadie claramente quería espontáneamente atacarme más de lo que antes habían hecho, bajo la instigación del Comité de Defensa de la Revolución. Incluso algunas viejitas me sonrieron de soslayo. Nunca tuvimos enemigos allí. El bodeguero, sin atreverse a mirarme a los ojos, tomó mi libreta y se fue a buscar el arroz y las viandas que había venido a buscar. Me hallaba aguardando, cuando alguien me tocó fuertemente la espalda.  

  - ¡Oye, tú! –dijo una voz chillona.  

Me volví de un salto. Mi sorpresa fue grande. La que así me increpó no era otra que una actriz a quien conocía bastante del ICAIC. Aunque no habíamos trabajado en las mismas películas, nos habíamos relacionado y, siendo ella del vecindario mío, hubiera podido decir que manteníamos relaciones cordiales. Nos saludábamos, nos preguntábamos por nuestras familias. Pero la expresión colérica y sus labios torcidos de asco y furia me dejaron fría esa mañana. Parecía otra. 

 - ¡Descarada, hija de puta! ¡Y todavía te atreves a buscar la comida de nuestro pueblo! –chilló Daisy Granados, casi pegando su cara a la mía y manoteando, como en una especie de delirio.  

Mi primer instinto fue echármele encima y cubrir de bofetones y patadas a aquel energúmeno, pero me refrené. Mi salida del país y la de mi familia hubieran peligrado si me metía en un altercado así. De modo que lo que hice fue cubrirme la cara con las manos para evitar los golpes, puñetazos y pescozones que la actriz de Memorias del subdesarrollo y Cecilia me estaba propinando despiadadamente. 

 - ¡Maricona, negra escoria, gusana de porquería! –me gritaba, sin cesar de darme golpes y empujarme. Poco a poco, a base de empellones me fue arrinconando contra una pared cercana. Los que estaban en la bodega contemplaban aquel espectáculo, aterrados, en silencio.  

Yo me protegía lo mejor que podía. Inclinaba la cabeza, me tapaba con los brazos, pero Daisy Granados aprovechaba para darme golpes con la rodilla en la cara y el vientre. Cuando esquivaba esos, me empujaba contra la pared y volvía a empezar con la golpiza. Yo ya no daba más. La cólera me había ido invadiendo. Aquella blanquita flaca no era ni medio puñetazo mío. Así que me erguí de pronto y…  

- ¡Deja tranquila a esa muchachita, coño!   

La voz era ronca, como de alguien que fumara mucho. Pero era de una mujer, y me pareció reconocerla. Nos paralizó a las dos. Eso sí, Daisy Granados palideció, porque claramente no se lo esperaba, y le entró miedo. Cuando se volvió, tropezó con la mirada de una negra alta, canosa, levemente corpulenta, y de ojos relampagueantes de cólera. 

- ¡Tate quieta, puta! ¿Me oíte?  

Yo la reconocí vagamente. Era una señora mayor, muy reservada y rara, que solía pasearse por el vecindario paseando dos perros y sin hablar con casi nadie. Algunos decían que estaba medio loca, que había sido criada de una casa de gente rica en otros tiempos, y cuando sus patronos se fueron del país, había perdido un poco la razón. Yo nunca había cruzado con ella ni media palabra.  La Granados pareció recuperar el aplomo y pretendió echarse encima de la señora, pero ésta, con una fuerza increíble para sus años, le propinó un empujón que casi la hace caerse de culo. Ahora sí que la blanquita estaba asustada. Miró a su alrededor.  

- ¡Policía! –chilló entonces- ¡Llamen a la PNR, pa que se lleve a esta contrarrevolucionaria!  

Pero ni siquiera el bodeguero le prestaba atención. Horrorizada, la Granados contempló entonces como la tortilla se le viraba al revés, porque la señora la había ido arrinconando contra la pared.  

- No se te ocurra molestar más a esta niña, que ella se tiene que ir, pero yo no, masculló entonces la anciana, pegándole la cara a la acobardada actriz.
- Si te veo hacerlo otra vez, por Dios que voy a ir a tu casa pa picarte la cara con esta mismita navaja…  

No se me olvida. La vieja sacó entonces una navaja de larga y afilada hoja, y se le mostró bien de cerca a la Granados, en cuyos ojos se reflejaba un terror que nunca habría sido capaz de proyectar en una película. Luego, volviéndose hacia mí, la anciana dijo:    

-Y tú, recoge tus mandados y no salgas más de tu casa, muchacha. No salgas hasta que te llegue la salida, coño.  Y así hice. El bodeguero me tendió los cartuchos y no quiso ni cobrarme la mercancía. Corrí escalera arriba en el edificio y me eché a llorar." 

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"Este relato de mi esposa, la bailarina, coreógrafa y actriz Juanita Baró, resume muy bien el espíritu de un momento siniestro de nuestras vidas, pero, sobre todo, la baja calaña de una señora que ahora pretende dárselas de “cubana sin fronteras”, de esos artistas que vienen a Miami y dicen que no quieren “hablar de política”. De esos que mantienen residencia en el extranjero para ellos y los suyos, pero en su momento ultrajaron a sus compatriotas por querer abandonar ese país infernal que era y es Cuba comunista. 

Mi mujer no olvida ese horror. Y yo, mucho menos. La memoria de este relato pasaba por mi mente en mi último viaje subrepticio a Cuba, al amparo de otro pasaporte europeo que los esbirros castristas tampoco pudieron detectar, y eso que viajaba así por tercera vez, nada menos que como parte de una delegación a un Festival de Cine Latinoamericano.  

Me paseé por La Habana tranquilamente, me alojé en hotel St. John’s, fui agasajado en cocteles y recepciones. Me presentaron al maricón de Alfredo Guevara, ahora convertido en un anciano de facciones deplorables. Pero, sobre todo, pude obtener toda la información que quería sobre la hija de puta Daisy Granados. La contemplé incluso de lejos, conduciendo un auto alquilado en las cercanías de su vivienda.  

Un funcionario del ICAIC, bien aceitado con moneda dura y otros regalitos, incluso me dio pistas para localizar los escondrijos de la Granados en México y otros sitios. Sé que tiene familiares de este lado y dónde se hospeda cuando se acerca por acá. También me mantienen bien al tanto de sus movimientos y viajes. 

Todavía no sé para qué quise saber todo esto, ni para qué hice todo un viaje subrepticio a Cuba para saberlo; pero algún día, cuando nos crucemos en el mundo civilizado con esta maricona, ya lo sabremos. Quizás ni nos ocupemos de ella. Quizás simplemente le recordemos cortésmente lo que hizo hace tanto tiempo. Las cosas en la vida son así".


Es probable que Daisy Granados, la famosa y reconocida actriz cubana, no recuerde este incidente o mejor, no quiera recordar. Es probable que hoy diga que hizo lo que este relato cuenta, en un momento histórico determinado lleno de pasiones desbordadas, siguiendo una orientación o siguiendo a su corazón, pero que ya pasó y ella no fue la única. Hoy, como buena actriz revolucionaria, siguiendo también orientaciones de gobierno, del partido, está como toda Cuba, buscándose los dólares imperialistas. La actriz Granados, política ayer, tanto hasta llegar a agredir físicamente en nombre de ideas, como muchos otros que vivieron bien dentro del socialismo mientras fue fuerte, hoy no quiere hablar de política, hoy ya no ven la diferencia entre Estados Unidos e imperialismo y han convertido los dólares en el soporte de su espiritualidad. Hoy, muchas personas como Daisy están pidiendo que todo se olvide, que ya no es bueno recordar.

Habría que preguntarle igual a la bailarina y coreógrafa Juanita Baró, a su esposo y su hijo, pequeña muestra de cubanos que un día decidieron cambiar, si han logrado olvidar lo que les pasó y si hechos como estos marcaron de alguna forma su vida. Habría que pensar si a los que se les hizo daño, hoy tengan la capacidad de decirse a ellos mismo, no pasó nada, todo está bien y las heridas del alma, sabemos peores que las heridas físicas, ya sanaron del todo y puedan sentarse a comer tranquilamente en la misma mesa con aquellos que los maltrataron.  





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