miércoles, 6 de noviembre de 2019

La crisis es más que económica.


El Terrible me sigue ayudando con sus recuentos actualizados y me anima a escribir.

Ayer jugó Cuba su primer juego de pelota contra Canadá y perdió en el certamen internacional "Premier 12". En el pasado cuando los jugadores no exigían nada, o sea, bajos salarios, cuando se terminaba la competencia regresaban a su lugar de residencia fuera el que fuera, los uniformes e implementos deportivos eran fabricados en Cuba, etc., ganaban en muchos de los eventos internacionales que participaban administrando así gran orgullo y felicidad a nuestro gran líder histórico, manteniendo bien arriba su ego, muy fanático de este deporte desde niño. Ahora les subieron el salario, les entregaron autos, muchos viven en La Habana, los implementos y uniformes son de las mejores marcas a nivel mundial, salen exhibiendo muchassssss y gruesas cadenas de oro en sus cuellos, sumaron a ese equipo a los que juegan en las Grandes Ligas de Japón con grandes resultados, pero no ganan. ¿Qué pasa??? Nadie se lo puede explicar. Llegaron a Asia con días de antelación para aclimatarse y jugaron en varios juegos como preparación, pero no ganan. ¿Qué pasa? Los que en Japón juegan, ganan y son líderes en cuadrangulares, ayer se poncharon varias veces. ¿Qué pasa??? Hoy contra Australia y si pierden se van del torneo. El gobierno no sabe qué hacer para cambiar esta realidad que parece una maldición imposible de superar. El sistema deportivo en Cuba fue diseñado por nuestro líder histórico desde el programa del Moncada y el niño comienza desde que está en el útero de su madre en el deporte, transitando por los diferentes niveles hasta llegar a la universidad, todo dentro del sistema totalmente gratuito sin importar procedencia social, raza ni sexo. En su diseño original la masividad es el eje principal que mueve todo el mecanismo. ¿Qué pasa con el deporte en Cuba???.

Cuba es un país de una fortísima tradición beisbolera. Nunca ha importado el agua, los ciclones, los apagones, la falta de comida, el mucho calor, la guerra contra los imperialistas, los que se fueron y los que luego llegaron, el aumento de los robos y asaltos, si alguien nació jodido, o alguien se jodió y murió. No han importado los casamientos, ni los divorcios, menos si los niños pasaban o no de grado escolar. Cuando se trataba de beisbol todo lo demás tenía una importancia secundaria. El beisbol, la pelota, como la conocemos en Cuba, era de todas aquellas actividades, incluyendo las programadas por la ideología, la que más nos movilizaba. Los cubanos y las cubanas son fanáticos a la pelota. Es nuestro deporte, es nuestro orgullo, es nuestra diversión, es aquello que nos permite gritar, llorar, unirnos, fajarnos, etc., todo esto de forma bien vista. Si gritas por el calor, eres un vulgar grosero y mal educado, pero si gritas por la pelota, es otra cosa, eres un buen fanático, un buen cubano e incluso un buen revolucionario.

Como todo niño cubano jugué pelota en las cuatro equinas de mi reparto, en las calles, en placeres que desmontábamos y chapeábamos para convertir en terrenos improvisados. Con guantes, bates y pelotas de poli y al taco, con palos y pelotas que fabricábamos con tubos de desodorantes o papel envueltas en tape. Como todo niño cubano, aunque reconozco jamás fui de los más destacados como para convertir aquello en el centro de mi vida, jugué pelota en el patio de las escuelas, en las calles, de día y hasta casi de noche.

Recuerdo las visitas obligatorias con mi abuela Mamá Yuya a las dos tiendas de deporte que existían en La Habana en busca de un guante para mí. Soy zurdo y los guantes para zurdos siempre fueron difíciles de conseguir. En aquellos años los guantes costaban 20 pesos cubanos, que era, recuerdo, un dineral. El guante, por la insistencia, al final lo compramos y fue como tener oro en las manos. Recuerdo ponerlo debajo del colchón de mi cama con un poco de aceite ricino y una pelota adentro para suavizarlo y dormir toda la noche sobre él, para hacerle lo que llamábamos cajón.

Recuerdo que, como muchos otros jóvenes cubanos, guardé mi guante zurdo para mi hijo, convencido de que él sería zurdo también, porque para suma de probabilidades su mama es zurda. El primer regalo que le hace un papá cubano a su hijo, o al menos le hacía, es un guante, una pelota o un bate. Es nuestra tradición, es nuestro orgullo. Los papás teníamos como plan siempre, enseñar a jugar pelota a nuestros hijos. Soy testigo de esto, pasé muchas horas delante de mi casa tirando pelotas a mi hijo Jonathan, quien lo mismo me esperaba todos los días a las 5 de la tarde, preparado, pelota en mano, como me levantaba los fines de semanas a las 7 de la mañana porque se hacía tarde para jugar pelota. 
Recuerdo estar tirándome pelota hasta que casi ya no se veía por la llegada de la noche y correr el riesgo de que la pelota nos diera de plano en la cara. Actividad que sólo se suspendía, bajo la promesa de que al día siguiente se continuaría sin falta.

La pelota era nuestro orgullo. Si no sabías jugar eras la burla de tus amiguitos, si no sabías jugar eras punto menos que anormal. Nos burlábamos de los que se ponchaban, nos burlábamos de los que dejaban pasar la pelota bateada y no eran valientes para meterle el pecho. Nos burlábamos de cuando le pelota “te registraba”, o sea, se te escapaba entre las piernas. Nos burlábamos de los que no sabían jugar pelota, sin importarnos si sabía leer o si recitaba de memoria las tablas, cuando no sabíamos nada del famoso y moderno bullying y de cuando haber sabido, tampoco nos hubiera importado. Jugábamos a la mano con cualquier cosa, pero también jugábamos al fuerte, sin caretas, ni petos de cátcher, sin zapatos especiales, sin mascotines para primera base, etc., sencillamente desayunábamos, íbamos a la escuela o no, pero siempre jugábamos pelota.

¿Qué decir de los estadios y la participación popular? Era impresionante. Ver una serie mundial era de las cosas que más disfrutaba una familia completa. Un juego de Cuba contra Japón o Estados Unidos eran de los programas que rompían cualquier cálculo de rating. Un juego entre Industriales y Santiago de Cuba, dentro de una serie nacional, literalmente paralizaba al país. Todos, aún hoy mi suegra a sus 92 años, disfrutan la pelota. Cuando había pelota, el que pretendía ver otro programa en otro canal de televisión, tenía que buscar la casa de un amigo apático, pues nada, absolutamente nada, era más importante. La pelota por momentos nos unía y por otros momentos nos separaba en interminables discusiones, argumentaciones, historias, estadísticas, que unos esgrimían contra otros.

¿Qué cubano no recuerda a Marquetti, Capiro, Puente, Medina, Muñoz, Huelga?, ¿Quién puede olvidar a Cheito, Anglada, Germán Mesa, Víctor Mesa, Lazo, Vinent? Imposible. Te gustara o no la pelota, hubieras jugado bien o mal, esos nombres y muchos otros, se escuchaban todos los días, en todos los lugares. En los parques, en las bodegas, en las esquinas, en las famosas peñas beisboleras, en las escuelas y los centros de trabajo, donde primero se hablaba de pelota y luego se estudiaba o trabajaba.



En realidad, además del beisbol, nuestro deporte nacional, Cuba tuvo muy buenos resultados en deportes, pues durante años, fue, como dice El Terrible, uno de los objetivos, no de un programa, no de un partido, no de un gobierno, sino especialmente de una figura, “nuestro Fidel”, el que, aunque pueda parecer mentira, personalmente apoyaba, incluso con su presencia, esa actividad social. Meter un jonrón era luchar contra el capitalismo, traer una medalla era un triunfo del proletariado cubano, renunciar a venderse por dólares y regresar a Cuba, era una hazaña sólo comparada con la que se lograba en una guerra cuando se vencía solo en una batalla.

Disfrutamos de inigualables éxitos en atletismo. ¿Quién no escuchó el nombre de Ana Fidelia, Juantorena, Pedroso?, ¿Quién no recuerda a las Morenas del Caribe, equipo de voleibol femenino fuera de liga, con Lucila, Mamita, Mercedes Pomares, Mireya? Tuvimos innegables éxitos en el boxeo mundial en todas las divisiones, baste mencionar a Stevenson. Tuvimos tremendos deportistas en judo, de pesas, etc. Cuba, esa pequeña isla del Caribe, se conoció, más que por su revolución socialista, por su deporte. Llegamos a ser y a competir, quitándole posiciones y medallas a potencias como Estados Unidos, la URSS, las dos Alemanias, Japón, etc. Llegué a República Dominicana, país tan beisbolero como Cuba y descubrí que los dominicanos sabían más de la pelota cubana que yo y admiraban al beisbol cubano muchísimo más que yo. Y si algo tengo que decir a favor de ellos es que saben de pelota. Cuba fue una potencia deportiva, teniendo equipos nacionales e internacionales en todos los deportes y categorías que existen, exceptuando por razones obvias, los deportes de nieve y hielo. La delegación cubana a unos panamericanos, mundiales u olimpiadas siempre fue de las más grandes. Llevaba deportistas hasta en deportes tan extraños para nosotros como el patinaje o el bádminton. Lo que significaba detrás, escuelas, entrenadores cubanos y extranjeros, estadios, terrenos, pistas, piscinas, dinero y más dinero.

Y entonces, un buen día hasta llegar a hoy y sin que se pueda explicar mucho, todo cambió. De la noche a la mañana, ni el mismo beisbol cubano vale para nada. Los juegos han pedido encanto, los partidos se han convertido en pocos atrayentes y entonces los cubanos de hoy, prefieren ver el futbol europeo por la televisión y hay muchas más personas detrás de Messi y Ronaldo que de los peloteros cubanos.

¿Qué puede haber o estar pasando? Bueno, primero pienso que murió Fidel, gústenos o no, principal impulsor del deporte cubano, aunque todos sabemos que el tipo era fanático a el beisbol, al básquet, a la caza submarina y que podría estar utilizando al deporte como muestra de su triunfo en la política, no es menos cierto que, con dinero o sin él, lo impulsó, lo calzó y lo llegó a convertir en más que deporte, un arma de su Revolución. Los deportistas cubanos ganaban medallas y podrían olvidar mencionar a su entrenador, pero todas, exactamente todas eran regalas, obsequiadas y agradecidas a Fidel. Fidel fue el padre de todos los deportistas, cosa que no había que inventar, son famosas las entrevistas a Stevenson, el cual, con aquella forma inentendible de hablar el español, decía siempre que Fidel era su papá, cosa que sabemos que fue verdad. Teófilo estaba en la frontera entre lo animal y lo humano y entonces Fidel lo convirtió en boxeador, no sólo eso, sino en uno de los mejores boxeadores de la historia internacional del boxeo.

Luego, es entendible, al desaparecer la URSS y todo el dinero que ella permitió, el respaldo económico para cada uno de los deportes comenzó a disminuir, hoy creo que casi no debe existir. En la pelota, para no hablar de otros deportes, comenzaron a aparecer los deportistas con zapatillas rotas, guantes remendados, escasez de pelotas, bates luchados, pedidos como regalos, al final de cada juego, a los equipos contrincantes, disminución visible de topes internacionales para experiencia, disminución visible de entrenamientos y giras nacionales. Comenzaron los peloteros buenos y no tan buenos a emigrar, sobre todo para República Dominicana, con destino final Estados Unidos y estos comenzaron a enganchar a sus compañeros, quienes motivados por los cheques que veían cobrar, también se interesaron e interesan por emigrar.

Los peloteros cubanos comienzan a ser rentados y permitidos a jugar en otros países del mundo y entonces, cuando regresaban a Cuba, demostraban que, jugando en el deporte profesional, cosa que el gobierno cubano jamás había permitido y juró jamás pasaría, se vivía miles de veces mejor que jugando en el equipo de Matanzas, Pinar del Río, Camagüey, etc. Regresaron, luego de jugar pelota, o sea, lo mismo que hacían antes y lo mismo que sus compañeros en Cuba seguían haciendo y regresaron ricos, compraron casas, carros, mujeres y les sobraba para invitar o ayudar a sus amigos que no habían sido contratados en el exterior. Los peloteros contratados fuera, regresaban a Cuba, pasaban un mes vacilando y con la misma montaban en aviones y se regresaban a “sufrir” en los equipos profesionales que los “explotaban”.

Entonces el deporte se hizo eco de la misma contradicción existente en todo, en toda Cuba. Los que se quedan y juegan pelota en Cuba, no tiene ni pelotas para jugar y los que se van al capitalismo salvaje y brutal, mejoran enormemente por salarios millonarios, regresan a Cuba de visita y a los pocos días, están desesperados por volver a sus países de contratos. ¿Dónde está lo de la explotación del capital y lo de la plusvalía y lo del disgusto de los explotados y su lucha contra los explotadores?

¿Cómo entender lo de las zapatillas rotas, la falta de pelotas, la falta de encuentros deportivos como entrenamiento?, ¿Cómo entender que los equipos de beisbol provinciales viajen dentro de las guaguas con un saco de azúcar prieta para tomar con agua? Estamos en la era de las rápidas y fáciles comunicaciones, entonces los peloteros que salen, ya sea por contratos o quedados, se comunican con sus amigos peloteros en Cuba, les enseñan sus casas, sus carros, sus cadenas de oro, tan importante en el beisbol, sus cheques millonarios y todo eso, al final, lo que ha creado, pienso yo es una apatía en los deportistas, la misma apatía que existe en otros sectores de la sociedad cubana. Si los jóvenes cubanos, incluso muchos profesionales, no sienten interés por trabajar en Cuba, por qué pensar que los peloteros quieran jugar pelota.

Es la misma mierda. Todo se ha afectado, como consecuencia de la economía, pero no, no tan sólo por esa afectación. Cuando fui niño y joven, los deportistas no tenían privilegios extras, vivían en sus provincias de origen de forma humilde, cobraban los salarios establecidos para nada altos, jugaban con pelotas, trajes, etc., fabricados en Cuba y no usaban cadenas de oro, pero si, salían a ganar. El ganar, el tirarse para coger una pelota, el sacar un double play, o sea, dos out en la misma jugada, el meter un cuadrangular, formaba parte del orgullo personal que los convertía en héroes. No había nada más importante que las personas de pueblo te pararan en la calle para saludarte, para tocarte, que las personas gritaran tu nombre y que los niños, al preguntárseles cómo quién querían ser cuando grandes, dijeran tu nombre.

Hoy, si la pelota está como está, qué pensar de la natación, la gimnasia y gimnastica, el tenis de mesa, etc. Creo que esos deportes deben estar prácticamente en extinción, lo que, más allá de estar a favor o en contra del gobierno, como cubano, me da pena.

Hoy no soy fanático a la pelota cubana, ni a las Grandes Ligas norteamericanas, pero siento pena, me imagino que a los cubanos nos pasa lo mismo que a los egipcios, que sabiendo o no, se deben sentir orgullosos de las pirámides, lo mismo que les debe pasar a los parisinos cuando escuchan la palabra Paris. Es entendible que no tengamos ni azúcar, pero la pelota … Eso nos duele.

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