El Terrible me sigue
ayudando con sus recuentos actualizados y me anima a escribir.
Cuba es un país de una
fortísima tradición beisbolera. Nunca ha importado el agua, los ciclones, los
apagones, la falta de comida, el mucho calor, la guerra contra los
imperialistas, los que se fueron y los que luego llegaron, el aumento de los
robos y asaltos, si alguien nació jodido, o alguien se jodió y murió. No han
importado los casamientos, ni los divorcios, menos si los niños pasaban o no de
grado escolar. Cuando se trataba de beisbol todo lo demás tenía una importancia
secundaria. El beisbol, la pelota, como la conocemos en Cuba, era de todas
aquellas actividades, incluyendo las programadas por la ideología, la que más
nos movilizaba. Los cubanos y las cubanas son fanáticos a la pelota. Es nuestro
deporte, es nuestro orgullo, es nuestra diversión, es aquello que nos permite
gritar, llorar, unirnos, fajarnos, etc., todo esto de forma bien vista. Si
gritas por el calor, eres un vulgar grosero y mal educado, pero si gritas por
la pelota, es otra cosa, eres un buen fanático, un buen cubano e incluso un
buen revolucionario.
Como todo niño cubano
jugué pelota en las cuatro equinas de mi reparto, en las calles, en placeres
que desmontábamos y chapeábamos para convertir en terrenos improvisados. Con
guantes, bates y pelotas de poli y al taco, con palos y pelotas que fabricábamos
con tubos de desodorantes o papel envueltas en tape. Como todo niño cubano, aunque
reconozco jamás fui de los más destacados como para convertir aquello en el
centro de mi vida, jugué pelota en el patio de las escuelas, en las calles, de
día y hasta casi de noche.
Recuerdo las visitas obligatorias
con mi abuela Mamá Yuya a las dos tiendas de deporte que existían en La Habana
en busca de un guante para mí. Soy zurdo y los guantes para zurdos siempre
fueron difíciles de conseguir. En aquellos años los guantes costaban 20 pesos
cubanos, que era, recuerdo, un dineral. El guante, por la insistencia, al final
lo compramos y fue como tener oro en las manos. Recuerdo ponerlo debajo del colchón
de mi cama con un poco de aceite ricino y una pelota adentro para suavizarlo y
dormir toda la noche sobre él, para hacerle lo que llamábamos cajón.
Recuerdo que, como muchos
otros jóvenes cubanos, guardé mi guante zurdo para mi hijo, convencido de que
él sería zurdo también, porque para suma de probabilidades su mama es zurda. El
primer regalo que le hace un papá cubano a su hijo, o al menos le hacía, es un
guante, una pelota o un bate. Es nuestra tradición, es nuestro orgullo. Los
papás teníamos como plan siempre, enseñar a jugar pelota a nuestros hijos. Soy
testigo de esto, pasé muchas horas delante de mi casa tirando pelotas a mi hijo
Jonathan, quien lo mismo me esperaba todos los días a las 5 de la tarde, preparado,
pelota en mano, como me levantaba los fines de semanas a las 7 de la mañana porque
se hacía tarde para jugar pelota.
Recuerdo estar tirándome pelota hasta que
casi ya no se veía por la llegada de la noche y correr el riesgo de que la
pelota nos diera de plano en la cara. Actividad que sólo se suspendía, bajo la
promesa de que al día siguiente se continuaría sin falta.
La pelota era nuestro
orgullo. Si no sabías jugar eras la burla de tus amiguitos, si no sabías jugar eras
punto menos que anormal. Nos burlábamos de los que se ponchaban, nos burlábamos
de los que dejaban pasar la pelota bateada y no eran valientes para meterle el
pecho. Nos burlábamos de cuando le pelota “te registraba”, o sea, se te escapaba
entre las piernas. Nos burlábamos de los que no sabían jugar pelota, sin importarnos
si sabía leer o si recitaba de memoria las tablas, cuando no sabíamos nada del famoso
y moderno bullying y de cuando haber sabido, tampoco nos hubiera importado. Jugábamos
a la mano con cualquier cosa, pero también jugábamos al fuerte, sin caretas, ni
petos de cátcher, sin zapatos especiales, sin mascotines para primera base,
etc., sencillamente desayunábamos, íbamos a la escuela o no, pero siempre
jugábamos pelota.
¿Qué decir de los
estadios y la participación popular? Era impresionante. Ver una serie mundial
era de las cosas que más disfrutaba una familia completa. Un juego de Cuba
contra Japón o Estados Unidos eran de los programas que rompían cualquier
cálculo de rating. Un juego entre Industriales y Santiago de Cuba, dentro de
una serie nacional, literalmente paralizaba al país. Todos, aún hoy mi suegra a
sus 92 años, disfrutan la pelota. Cuando había pelota, el que pretendía ver
otro programa en otro canal de televisión, tenía que buscar la casa de un amigo
apático, pues nada, absolutamente nada, era más importante. La pelota por
momentos nos unía y por otros momentos nos separaba en interminables
discusiones, argumentaciones, historias, estadísticas, que unos esgrimían
contra otros.
¿Qué cubano no recuerda
a Marquetti, Capiro, Puente, Medina, Muñoz, Huelga?, ¿Quién puede olvidar a
Cheito, Anglada, Germán Mesa, Víctor Mesa, Lazo, Vinent? Imposible. Te gustara
o no la pelota, hubieras jugado bien o mal, esos nombres y muchos otros, se
escuchaban todos los días, en todos los lugares. En los parques, en las
bodegas, en las esquinas, en las famosas peñas beisboleras, en las escuelas y
los centros de trabajo, donde primero se hablaba de pelota y luego se estudiaba
o trabajaba.
En realidad, además del
beisbol, nuestro deporte nacional, Cuba tuvo muy buenos resultados en deportes,
pues durante años, fue, como dice El Terrible, uno de los objetivos, no de un
programa, no de un partido, no de un gobierno, sino especialmente de una
figura, “nuestro Fidel”, el que, aunque pueda parecer mentira, personalmente
apoyaba, incluso con su presencia, esa actividad social. Meter un jonrón era luchar
contra el capitalismo, traer una medalla era un triunfo del proletariado cubano,
renunciar a venderse por dólares y regresar a Cuba, era una hazaña sólo comparada
con la que se lograba en una guerra cuando se vencía solo en una batalla.
Disfrutamos de inigualables
éxitos en atletismo. ¿Quién no escuchó el nombre de Ana Fidelia, Juantorena,
Pedroso?, ¿Quién no recuerda a las Morenas del Caribe, equipo de voleibol
femenino fuera de liga, con Lucila, Mamita, Mercedes Pomares, Mireya? Tuvimos innegables
éxitos en el boxeo mundial en todas las divisiones, baste mencionar a
Stevenson. Tuvimos tremendos deportistas en judo, de pesas, etc. Cuba, esa
pequeña isla del Caribe, se conoció, más que por su revolución socialista, por
su deporte. Llegamos a ser y a competir, quitándole posiciones y medallas a
potencias como Estados Unidos, la URSS, las dos Alemanias, Japón, etc. Llegué a
República Dominicana, país tan beisbolero como Cuba y descubrí que los
dominicanos sabían más de la pelota cubana que yo y admiraban al beisbol cubano
muchísimo más que yo. Y si algo tengo que decir a favor de ellos es que saben
de pelota. Cuba fue una potencia deportiva, teniendo equipos nacionales e
internacionales en todos los deportes y categorías que existen, exceptuando por
razones obvias, los deportes de nieve y hielo. La delegación cubana a unos
panamericanos, mundiales u olimpiadas siempre fue de las más grandes. Llevaba
deportistas hasta en deportes tan extraños para nosotros como el patinaje o el
bádminton. Lo que significaba detrás, escuelas, entrenadores cubanos y extranjeros,
estadios, terrenos, pistas, piscinas, dinero y más dinero.
Y entonces, un buen día
hasta llegar a hoy y sin que se pueda explicar mucho, todo cambió. De la noche
a la mañana, ni el mismo beisbol cubano vale para nada. Los juegos han pedido
encanto, los partidos se han convertido en pocos atrayentes y entonces los
cubanos de hoy, prefieren ver el futbol europeo por la televisión y hay muchas
más personas detrás de Messi y Ronaldo que de los peloteros cubanos.
¿Qué puede haber o
estar pasando? Bueno, primero pienso que murió Fidel, gústenos o no, principal
impulsor del deporte cubano, aunque todos sabemos que el tipo era fanático a el
beisbol, al básquet, a la caza submarina y que podría estar utilizando al deporte
como muestra de su triunfo en la política, no es menos cierto que, con dinero o
sin él, lo impulsó, lo calzó y lo llegó a convertir en más que deporte, un arma
de su Revolución. Los deportistas cubanos ganaban medallas y podrían olvidar
mencionar a su entrenador, pero todas, exactamente todas eran regalas,
obsequiadas y agradecidas a Fidel. Fidel fue el padre de todos los deportistas,
cosa que no había que inventar, son famosas las entrevistas a Stevenson, el
cual, con aquella forma inentendible de hablar el español, decía siempre que
Fidel era su papá, cosa que sabemos que fue verdad. Teófilo estaba en la
frontera entre lo animal y lo humano y entonces Fidel lo convirtió en boxeador,
no sólo eso, sino en uno de los mejores boxeadores de la historia internacional
del boxeo.
Luego, es entendible,
al desaparecer la URSS y todo el dinero que ella permitió, el respaldo
económico para cada uno de los deportes comenzó a disminuir, hoy creo que casi
no debe existir. En la pelota, para no hablar de otros deportes, comenzaron a aparecer
los deportistas con zapatillas rotas, guantes remendados, escasez de pelotas, bates
luchados, pedidos como regalos, al final de cada juego, a los equipos contrincantes,
disminución visible de topes internacionales para experiencia, disminución
visible de entrenamientos y giras nacionales. Comenzaron los peloteros buenos y
no tan buenos a emigrar, sobre todo para República Dominicana, con destino
final Estados Unidos y estos comenzaron a enganchar a sus compañeros, quienes
motivados por los cheques que veían cobrar, también se interesaron e interesan
por emigrar.
Los peloteros cubanos
comienzan a ser rentados y permitidos a jugar en otros países del mundo y
entonces, cuando regresaban a Cuba, demostraban que, jugando en el deporte
profesional, cosa que el gobierno cubano jamás había permitido y juró jamás
pasaría, se vivía miles de veces mejor que jugando en el equipo de Matanzas,
Pinar del Río, Camagüey, etc. Regresaron, luego de jugar pelota, o sea, lo
mismo que hacían antes y lo mismo que sus compañeros en Cuba seguían haciendo y
regresaron ricos, compraron casas, carros, mujeres y les sobraba para invitar o
ayudar a sus amigos que no habían sido contratados en el exterior. Los peloteros
contratados fuera, regresaban a Cuba, pasaban un mes vacilando y con la misma
montaban en aviones y se regresaban a “sufrir” en los equipos profesionales que
los “explotaban”.
Entonces el deporte se
hizo eco de la misma contradicción existente en todo, en toda Cuba. Los que se
quedan y juegan pelota en Cuba, no tiene ni pelotas para jugar y los que se van
al capitalismo salvaje y brutal, mejoran enormemente por salarios millonarios, regresan
a Cuba de visita y a los pocos días, están desesperados por volver a sus países
de contratos. ¿Dónde está lo de la explotación del capital y lo de la plusvalía
y lo del disgusto de los explotados y su lucha contra los explotadores?
¿Cómo entender lo de
las zapatillas rotas, la falta de pelotas, la falta de encuentros deportivos
como entrenamiento?, ¿Cómo entender que los equipos de beisbol provinciales viajen
dentro de las guaguas con un saco de azúcar prieta para tomar con agua? Estamos
en la era de las rápidas y fáciles comunicaciones, entonces los peloteros que
salen, ya sea por contratos o quedados, se comunican con sus amigos peloteros
en Cuba, les enseñan sus casas, sus carros, sus cadenas de oro, tan importante
en el beisbol, sus cheques millonarios y todo eso, al final, lo que ha creado,
pienso yo es una apatía en los deportistas, la misma apatía que existe en otros
sectores de la sociedad cubana. Si los jóvenes cubanos, incluso muchos
profesionales, no sienten interés por trabajar en Cuba, por qué pensar que los
peloteros quieran jugar pelota.
Es la misma mierda.
Todo se ha afectado, como consecuencia de la economía, pero no, no tan sólo por
esa afectación. Cuando fui niño y joven, los deportistas no tenían privilegios
extras, vivían en sus provincias de origen de forma humilde, cobraban los
salarios establecidos para nada altos, jugaban con pelotas, trajes, etc.,
fabricados en Cuba y no usaban cadenas de oro, pero si, salían a ganar. El
ganar, el tirarse para coger una pelota, el sacar un double play, o sea, dos out
en la misma jugada, el meter un cuadrangular, formaba parte del orgullo personal
que los convertía en héroes. No había nada más importante que las personas de
pueblo te pararan en la calle para saludarte, para tocarte, que las personas
gritaran tu nombre y que los niños, al preguntárseles cómo quién querían ser cuando
grandes, dijeran tu nombre.
Hoy, si la pelota está
como está, qué pensar de la natación, la gimnasia y gimnastica, el tenis de mesa, etc. Creo que esos deportes deben estar prácticamente en extinción, lo que, más
allá de estar a favor o en contra del gobierno, como cubano, me da pena.
Hoy no soy fanático a
la pelota cubana, ni a las Grandes Ligas norteamericanas, pero siento pena, me
imagino que a los cubanos nos pasa lo mismo que a los egipcios, que sabiendo o
no, se deben sentir orgullosos de las pirámides, lo mismo que les debe pasar a
los parisinos cuando escuchan la palabra Paris. Es entendible que no tengamos
ni azúcar, pero la pelota … Eso nos duele.
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