Llevaba
yo varias semanas planificando con los míos de Lincoln, un nuevo viaje a San
Antonio, Texas, ahora para celebrar un nuevo cumpleaños de nuestra linda
nietecita. Siempre los mismos cálculos, el carro, el dinero, las millas a
manejar, el complejo traslado continúo pegado a un timón por 15 horas, los
animales salvajes que cruzan las carreteras, la noche, las vacaciones
autorizadas y sobre todo esto, la misma pregunta: ¿llegaremos o no?
Es
sabido que a veces el exceso de cálculo paraliza, es más seguro no correr
riesgo y seguir viendo a los nuestros a través de la cámara, sentados en
nuestras confortables sillas, dentro de nuestro seguro apartamento, pero, y qué
hay del deseo, de esa voz que te dice al oído, bien bajito, hazlo, no te
detengas, lo vas a lograr nuevamente.
Entonces,
como la juventud es, entre otras cosas, osadía, el viernes 25 a las 10:00 pm,
con algunos cálculos preliminares, después de Martica haber trabajado todo el
día y sin la presencia justificada de Jonathan y Naty, montamos, nos saludamos
por la decisión y apretamos el acelerador. Por delante teníamos muchas horas de
viaje metidos dentro de una caja metálica con cuatro ruedas, tan vulnerable
como preciosa, donde hasta yo que no paro de hablar me quedo sin temas.
El
viaje fue bueno, sin problemas. Paradas para reabastecer combustibles, lavarnos
las caras, vaciar nuestras vejigas, comer algo, café y cigarros, salvo porque a
la altura de Waco, ya en Texas, estuvimos casi 3 horas en un tranque, avanzando
de dos centímetros en dos centímetros, lo que hizo más largo e incómodo nuestra
estancia dentro de nuestra caja metálica. Eso tienen los viajes largos, ya no
puedes regresarte, no puedes irte por otra vía y por supuesto, no puedes nunca
saber, ni planificar, lo que va a ocurrir a 800 millas delante de ti.
Llegamos
medio cansados, de ese cansancio de no haber hecho mucho y como teníamos
planificado, nuestra nieta cumpleañera no sabía que llegaríamos, era una gran
sorpresa. Ya habíamos enviado los regalos materiales por adelantado, por si acaso
no podíamos ir o no llegábamos, pero la idea de tocar el timbre y que Jenny
enviará a Mia a abrir la puerta, el compartir sus reacciones, bien valió la
pena. Mía abrió, cumplía 7 años, por lo que ya sabe quién es cada cual y los
gritos de alegría y los brincos, más los abrazos y besos, son de esas cosas que
te hacen olvidar que has manejado más de medio día, que te duelen los músculos,
las manos y aunque ya estás parado sobre la tierra, todavía te sientes como si
estuvieras navegando.
Mia
es ya una niña grande, a la que se le han caído los dientes y la que mantiene
unos expresivisimos ojos muy azules, cosa que no es ningún mérito en Suecia,
pero al ser yo un tipo de pelos negros y ojos muy oscuros, no me deja de
impresionar. Hoy ya va a la escuela siendo buena alumna y practica oficialmente
taekwondo tirando patadas a izquierda y derecha como toda una profesional.
Mia no es un resultado mío, porque al vivir yo desde que ella nació en Lincoln,
Nebraska, la mayor parte del tiempo nos hablamos por teléfonos y nos vemos por
cámaras, pero es un muy buen resultado de sus dos padres, los que me place
decir, han dedicado la mayor parte del tiempo de calidad a ella.
No
soporto a los niños malcriados, aunque sean bellos, prefiero un niño feo pero
agradable, jocoso, maldito. Yo no fui malcriado, no había tiempo en mi casa
para eso y mis dos hijos, crecieron sin conocer lo que eso significaba. No
soporto a esos niños que sin justificación lloran, se tiran en el piso, dan
patadas a los padres, son irresistiblemente inadaptados. Sigo creyendo que la
cuestión no está en los regalos, ni en los excesos de juguetes, ni en decirles
siempre sí. Por suerte, Mia es más que dos lindos ojos azules, es una niña muy
sensible en su forma de interpretar y actuar. Es alguien que tiene, a pesar de
su corta edad, un mundo interior grande, lo que le permite, desde jugar sola,
ser muy independiente, hasta interactuar con las personas mayores que la
rodean, lo que no quiere decir que sea estática, aburrida, triste o apática,
todo lo contrario. Corre, salta, se tira, se arrastra, etc.
Es
alguien que muy rápido se incorpora y por su forma, se gana el centro de
cualquier actividad. Baila, canta, ayuda a montar la mesa de comer, ayuda a su
papá y mamá en los trabajos de la casa en los que puede colaborar, maneja todos
los aparatos tecnológicos que existen en su casa con una fácil maestría y ahora
brinda amor a su enorme perro rottweiler. Cómico, a veces Alexa, el aparato que
hoy resuelve casi todo dentro de una casa, no entiende a Yordan, ni a Jennifer,
hispanos parlantes de origen y entonces Mia, con una risa maldita le habla y
resuelve el pequeñito problemita de comunicación, Mia y Alexa hablan mejor el
mismo idioma.
Entonces
cake de chocolate, velas, globos, cantos de felicidades en los dos idiomas,
besos y abrazos, fotos. El cumple de Mia dio paso a la fiesta de mayores, que
como todo grupo de amigos cubanos terminó en comida, traguitos y bromas de buen
gusto, en donde Mia también participó de forma protagónica.
Esta
ocasión tuvo una situación especial, sobre todo para Mia, los papás de Yordan,
Isabel y Sigberto, o sea, sus abuelos paternos, llegaron el día antes del
cumple, por lo que, para nuestra nieta, era la primera vez que tendría a sus
cuatro abuelos juntos, cobrando la palabra abuelo un mayor significado. Ella
estuvo como pez en el agua, moviéndose de unos brazos a otros para recibir el
mejor regalo, el abrazo de un abuelo, que todavía no sé por qué, pero siempre
se da y se recibe de forma diferente. Los papás abrazamos, los abuelos aman.
Para
colmo de bienes, fuera de todo plan y de forma inimaginable, en un momento en
que estábamos todos juntos, mi hija Jennifer, nos dice: _ queremos decirles
algo. Yo, cada vez que escucho quiero decirte algo, me contraigo, no puede
dejar de parecerme una reunión oficial, me es imposible no pensar en que algo
anda mal, en que en algo me equivoqué, algo dije que no debía, etc. Pero no, yo
no era el del problema, al menos en esta ocasión no había problemas. Jenny y
Yordan nos dijeron que, aprovechando que estábamos todos juntos, dedicándole
unas palabras a su hermano ausente, habían decidido casarse, adelantando el
plan que tenían para fines de año.
La
noticia agradable, me tomó un minuto, porque había ido preparado para el cumple
de Mia, sabía que me encontraría con Isabel y Sigberto, pero jamás me podría
haber imaginado que mi viaje terminaría en la boda de mi hija. Pero como la
boda de una hija, sea la que sea, siempre es una muy buena noticia para la
alegría y el disfrute, muy rápido nos dispusimos a celebrar. En short y
pullover, tal como soy todos los días, pero además sin que esto me preocupara
un poquito. Conozco a Jenny y a Yordan por lo que estaba seguro de que la boda
no estaría basada, ni plagada, de una gran parafernalia.
El
domingo amaneció, Jenny y Yordan salieron a comprar para Jenny un vestido,
sencillo pero nuevo, la ocasión lo merecía. El primo de Yordan, Sandor, tenía
amarrado a un pastor que iría a la casa un domingo, para oficializar la boda y
Bianca, la esposa de Sandor tenía resuelto el tema maquillista, más la comida.
Llegamos
a la casa de Sandor y Bianca y mientras que mi hija era maquillada en el
comedor de la casa, los hombres nos dedicamos a mover algunos trastes, tomarnos
unas cervecitas y conversar; nuestras mujeres se dedicaron a cocinar y terminar
de preparar la enorme cantidad de comida que Bianca tenía organizada. Pasada
las 7:00 pm, la boda comenzó a funcionar.
Jenny
y Yordan parados uno frente a otros, repitiendo las palabras mágicas que el
pastor decía, Mia parada entre sus dos padres. Anillos, fotos, abrazos y besos,
dedicación de felicidades. Yordan y Jenny, visiblemente emocionados, a pesar de
los 15 años que viven juntos, no pudieron evitar llorar, cosa que hizo llorar a
alguno de los presentes, dentro de los que me incluyo y a Mia, que, aunque
avisada de que sus papás se casarían, no podía entender muy bien, el por qué
sus padres parados uno frente a otro, repetían seriamente las palabras que
decía el tipo vestido de negro y lloraban.
He
dicho en miles de ocasiones, creo que ya soy famoso por ello, que no me gustan
las bodas, me cansan. Traté, no con pocas críticas, de hacer de la propia mía
algo diferente. He estado el algunas por supuesto y al final todas me parecen
cortadas por la misma tijera. Quizás entonces podría considerarme dichoso en
este 2019, he visto casarse a mis dos hijos, con ceremonias parecidas a la mía,
que son las que me gustan. Vestidos ligeros, sin rimbombancia, poco protocolo,
amigos, alegría sincera y espontánea, fiesta.
Cada
cual fue libre de conversar, tomar, comer, sin tener que esperar que alguien
pasara con una bandeja diciéndote ahora va primero el entrante, luego viene el
cake, luego las croquetas, etc. Menos hubo que salir corriendo detrás de la
comida por temor a que se acabara. No hubo comida de boda, de esa que luego
cuando sales tienes que llegar a tu casa y comer algo porque te quedaste con
hambre, hubo comida, Bianca no sabe de cocinar poco, tanta comida que podríamos
haber celebrado al día siguiente otra boda.
Sigue
tu instinto, es la idea central de este escrito, a veces, la vida te premia.
Sigue tu olfato, puede estar en contra de todos, pero al final, por lo menos,
en las ocasiones más desastrosas, aprenderás algo. Sigue tu primera idea y
nunca te pierdas una fiesta por una reunión.
El
viaje a Texas es largo, son como promedio 900 millas, 1448 kilómetros. Para tener
una idea, Cuba desde la Punta de Maisi hasta el Cabo de San Antonio tiene 1422
kilómetros, son muchas horas de manejo continuo, con las mismas manos y los
mismos ojos, algún dinero, algunos posibles peligros, sin embargo, qué mejor
resultado para este viaje que el cumpleaños de Mia, compartir con Isabel y
Sigberto, a los que no veía en persona desde mi último viaje a Cuba y la boda
de Jenny y Yordan. Si dividimos el aparente complejo costo por todo el
beneficio ganado, resultaría irrisorio el resultado de la cuenta.
Ir
a San Antonio, Texas, para mí siempre tiene su encanto. Es como llegar a Víbora
Park, salvando las diferencias obvias. Es como regresar a tu familia. No
importa si llueve, si hace frío, no importa si tienes que dormir en una cama o
sobre una manta en el suelo. No importa incluso, porque no es para nada
importante, la comida que te vas a comer podría perfectamente pasar los días
comiendo panes con tortillas. La idea de ver, tocar, conversar largas jornadas,
reír y ver reír, justifica cualquier posible sacrificio.
Pocos
días teníamos, pero se convierten en muchos por la intensidad con que se viven.
Cada hora despierto, pues casi no se duerme, se multiplica por muchas horas. No
se siente cansancio, no se quiere parar.
Los
niños enseñan. En una de las conversaciones maduras que tuve con mi nieta, ella
me dijo: _ abuelo tienes que dejar de fumar. Y me arremetió sin la más mínima
consideración, toda una conferencia de lo dañino del cigarro, información que a
ella le había dado su maestra. Yo abuelo, miré a mi hija Jenny, y le dije: _
si, no te preocupes, vamos a dejar de fumar, pero no hoy porque estamos de
fiesta.
Paso
el incidente y yo, puedo asegurar que me olvidé del asunto. Son tantas las
personas y las veces que he escuchado lo mismo, que, como aún no me he decidido
a dejar el cigarro, pues trato de que se me olvide rápidamente.
A
los minutos voy a coger un cigarro donde siempre los pongo y no encuentro la
caja. Me pareció extraño, porque recordaba que quedaban cigarros y los había
puesto en el mismo lugar, pero como me estoy poniendo viejo, todo puede pasar.
Le pregunté a Martica y ella me dice que no los ha visto, que donde siempre los
ponemos, no están, a lo que yo respondo: OK, se deben haber acabado. Me levanté
y me fui al cuarto para buscar dentro de la rueda que compramos, una cajetilla
nueva y para mi sorpresa, la rueda estaba vacía, no había dentro de ella nada.
Entonces,
me día cuenta. Mia, no sólo había recogido la cajetilla en uso, sino que había
ido al cuarto y recogido todas las cajas que había. Busqué y busqué en el
cuarto, que suele ser el de Mia, tratando de encontrar las cajetillas de
cigarros, confiado de que mi nieta no podía haber escondido los cigarros en un
lugar tan complicado que yo no los pudiera encontrar.
Equivocado,
no los encontré. Tuve que hablarle a Jenny para que negociara con Mia la
entrega. Lo logré, pero sólo uno a uno, o sea, cada vez que quería fumarme un
cigarro, tenía que pedírselo a Mia y ella, con una sonrisa maldita, me lo
entregaba. Me daba sólo un cigarro en cada ocasión y antes de dármelo me miraba
con cara brava, como diciéndome, te lo estoy dando, pero tienes que dejar de
fumar.
Ahora,
la petición de dejar de fumar ya no viene de un médico, ya no viene de todos
los que me quieren y me rodean, a los que sinceramente he desconocido. Ahora
viene de Mia, por lo que estoy decidido a dejar de hacerlo. Es así, los niños
enseñan.
El
regreso, siempre el mismo. Mia llora porque no quiere que nos vayamos, cosa que
debo declarar, a mí me deja tirado. Paso unos minutos complicados, tratando de
explicarle a mi nieta, que llora abrazada a mí, el por qué tenemos que regresar
una vez más a Lincoln. No importa si estamos 5 o 15 días, al acercarse el
final, la escena siempre se repite y no porque se repite deja de ser
emocionante.
Fue,
como siempre una buena estancia. El tiempo, el que tratamos de alargar y
alargar, nunca alcanza y siempre se quedan cosas por hablar, recordar, lugares
a visitar, etc. Ahora, ya en Lincoln, estamos pensando en volver.
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