Las
noticias de tres niñas muertas, aplastadas juntas por la caída de un balcón en
la Ciudad de la Habana, sin demeritar el accidente aéreo donde perdieron la
vida Kobe Bryant y 7 personas más, debería paralizar al mundo.
Soy papá y
abuelo y aunque viva donde viva, además soy cubano, entonces la pregunta, en
buen cubano, es: ¿Hasta cuándo pinga van a pasar estas cosas en Cuba?, ¿Qué
ley, que fuerza interna o externa, qué teoría china puede avalar que estas cosas
pasen, tengan que pasar y seguirán pasando? Tres niñas, nada nuevo, la caída de
los edificios ha matado y herido a muchas personas, pero tres niñas al mismo
momento, el mismo día, bajo la aterradora caída de un balcón de concreto, aplastadas
por algo evitable, aplastadas por el mal, el olvido, la inconciencia.
No voy a
escribir sobre la proliferación de barrios marginales, de llega y pon, de zonas
“apaches” que se han generado en Cuba durante todos estos años. Yo no conozco
muchas desde adentro, pero algunos de estos lugares he caminado. La Corea en
San Miguel del Padrón, la Güinera en Arroyo Naranjo, Palo Caga´o
en Marianao, etc. Recuerdo que una vez caminé, por la parte de atrás de la
calle 26 frente al Zoológico en busca del Bosque de la Habana, jamás pude
imaginar que en el medio del llamado Nuevo Vedado, existiera una “urbanización”
idéntica a las famosas favelas brasileñas. Casas improvisadas, pasillos super estrechos,
no calles, no aceras, cables de electricidad de un lugar a otro sin control,
sin método ni protección, gente muy pobre de todas las pobrezas, caras de
delincuentes o marginales. Palestinossssssssss.
Si sólo
fueran estos barrios, la cosa estaría bien, pero el problema es peor, la
pobreza, el deterioro, el desgaste, ha invadido toda Cuba, incluyendo aquellos
lugares que fueron recién inaugurados antes de 1959 y cuya población podría
llamarse “diferente”. Sólo caminar por las calles del antiguo Reparto Apolo,
ahora reconocido como Víbora Park, para constatar lo que digo. No quedan
repartos, no quedan zonas diferentes, todo está sumido en el más brutal
deterioro. El asfalto no existe, las personas temen caminar por las aceras
debido a los huecos y grietas, los alumbrados públicos desaparecieron, el agua,
a veces limpia, a veces albañales adornan las calles y, las casas, mantenidas a
pulmón, son la mejor evidencia de lo que ha pasado. Apolo fue un reparto donde
vivían personas que gustaban de los jardines, cuentan que muchas familias
pintaban sus casas todos los años, los árboles, que fueron sembrados por los
propios vecinos y eran sagrados, aquellos que procediendo de cada lado de la
calle se unían en el centro de la calle, hoy no existen. Cada familia, hacha o
machete en mano, los ha tumbado como muestra del reguero e individualismo que
ha prevalecido. Los edificios, mal construidos, despintados y transformados a
capricho y conveniencia de cada familia, pululan en las esquinas. El tendido eléctrico,
cables y transformadores diseñados para el consumo de una X cantidad de personas,
hoy son ineficientes al triplicarse, cuatriplicarse, quintuplicarse el número
de consumidores, las alcantarillas diseñadas bajo los mismos parámetros se
desbordan con frecuencia, porque por cada persona que cagaba antes, ahora
tenemos veinte, la cosa se agrava porque cuando yo fui niño se limpiaban las
calles, cada vecino limpiaba su pedazo y luego camiones especiales se
encargaban de reforzar la limpieza y la basura la recogían diariamente, toda
ese mierda hoy no recogida y no limpiada, va a parar a las tuberías de desagüe.
Nunca viví
en un solar o cuartería, pero sé de ellos. Mi primer trabajo en Cuba fue como
historiador en el Museo de la Ciudad, en la Habana Vieja. Como parte de mis responsabilidades
estaba hacer recorridos, “visitas dirigidas”, por las calles de la antigua
ciudad, por lo que, entre museos y museos, era inevitable estar al tanto de lo
que ocurría. Muchas veces, las bellezas arquitectónicas de las edificaciones
eran tantas que permanecían dentro de aquellos edificios destruidos como
muestra de un pasado glorioso. Balcones, rejas, escaleras de mármol, losas de
piso y azulejos, vitrales, etc., eran las cosas que se podían ver e incluso
amar dentro de cualquier edificación en ruinas. El trabajo como historiador es
lindo, entonces no miento si les digo que llegue a amar aquella vejez, aquella
peste, aquella mugre y oscuridad.
Muchos
edificios por aquellos años fueron rescatados y transformados en museos,
restaurantes, salas de exposición y conciertos, etc., por lo que desde las excavaciones
arqueológicas, mi hermano Iván se acordará pues trabajó como arqueólogo allí, el
descubrimiento de la primera pintura de las paredes, sacando capas y capas posteriores,
la reconstrucción de la planta y los muros originales, hasta la historia de las
familias y personas que por allí habían pasado, conformaron todo aquel, mi
mundo, lindo y para mí importante.
En mis recorridos
vi muchas cosas a las que no estaba acostumbrado. Primero la enorme cantidad de
personas de cualquier parte de Cuba, que se podían albergar dentro de cada uno
de aquellas edificaciones, cientos, luego las adaptaciones, los cambios, los
inventos que cada cubano, tratando de resolver su propia necesidad por sus propios
métodos habían hecho, barbacoas, cuartos en las azoteas, pasillos improvisados
para brincar por los techos de un edificio a otro, personas viviendo debajo del
ángulo que crean las escaleras convertido en cuartos, escaleras sin pasos y sin
barandas, cables eléctricos sin el más mínimo orden y control, balcones colgados
de Dios, etc., etc., etc.
Era lindo
por aquellos años pensar que todo aquello se podía resolver. Más allá de una
idea de gobierno, pues cuando yo llegué a la Habana Vieja, al gobierno aquello no
le interesaba, era “glorioso” desmontar una cuartería, entregar casas nuevas, y
construir en aquellos lugares, museos, escuelas, plazas, salas para
exposiciones, conciertos, eventos y ver, a pequeña escala, pero ver, el
resultado del trabajo. Pero, los años, más el deterioro, más los inventos, más
el maltrato, más la imposibilidad de reparar y mantener, más el desorden, han
hecho de Cuba un desastre. Es como cuando uno ve un documental científico, cómo
crecen y se multiplican las bacterias y los hongos en un laboratorio o cómo se
propaga un virus por la sencilla acción de estornudar. Es lo mismo, salvando la
rapidez que ocurre, cuando se tira una bomba atómica en un determinado lugar.
Cuba es
sinónimo hoy de destrucción, en todos los sentidos, tanto material como humano.
Ya no porque los gobernantes sean malos de corazón o sentimiento, no porque no
les interese, no porque estén destinados a maltratar, humillar y destruir por
placer, sencillamente la destrucción es el resultado de la incapacidad y la inoperatividad
sostenida por 60 años.
No es la
primera vez que se cae un edificio, matando o hiriendo a los que están dentro.
Se caen, no por una bomba terrorista, ni por un terremoto, ni porque las
personas salen a tumbarlos con mandarrias. Se caen empujados por el tiempo, el
deterioro, la falta de mantenimiento, el olvido, más las necesidades no resueltas
y el reguero que permite hacer lo que se quiera hacer. Pero ahora, las víctimas
fueron tres niñas, cojones, tres niñas inocentes que caminaban de regreso de su
escuela. Que pueblo más impotente somos que ni así salimos a la calle a gritar.
Dicen que
el edificio estaba declarado ruina, que había orden de demolición, que los encargados
de tumbarlo lo estaban haciendo poco a poco para recuperar los ladrillos o
bloques que pueden ser utilizados para construir en otros lugares. Dicen que no
existía una señal de peligro, ni una valla, ni un cartel que dijera OJO. Dicen
que no existía un muro, al menos de madera, que obligara a las personas a no
caminar por debajo de los balcones que, para todos conocidos, se estaban cayendo.
Dicen que el gobierno se olvidó y que Dios también lo hizo.
Lo cierto
es que a nadie le importaba, al final era un edificio más que se está cayendo,
frente al que las autoridades que viven en cómodas y modernas casas no asistían
a verificar, hasta que el Noticiero Nacional de TV dio una ridícula nota, con
pocas explicaciones del derrumbe y las muertes, sin dejar entonces de mencionar
la lista de los dirigentes del gobierno y partido, que se habían presentado en
la escena post derrumbe. Como siempre dirigentes para las fotos.
El canciller
cubano horas antes había emitido una nota en nombre de Cuba, lamentando la
muerte por accidente del basquetbolista norteamericano y sus acompañantes, mandándole
un mensaje de condolencia a la familia y nada más y nada menos que al pueblo
norteamericano. Pero, pinga, hasta dónde es el descaro. ¿Qué le importa al
señor Bruno el basquetbol, Kobe, y el pueblo norteamericano?, ¿Hasta dónde el
descaro, la hipocresía, la desfachatez del gobierno cubano?, ¿Dónde está el
mensaje de Bruno Rodriguez, como canciller, como cubano, como humano, a las
familias de las tres niñas?, ¿Dónde está el mensaje de Bruno Rodríguez diciendo,
está bueno ya, ni uno más, renuncio a mi cargo pues no estoy de acuerdo con lo
que está pasando, no soporto más lo que Cuba sufre? No el canciller cubano,
rápidamente, envía un mensaje de condolencia al pueblo norteamericano y se limpia
las manos.
Mientras esto
y otras cosas, incluso peores, ocurren, los presidentes del partido comunista y
del gobierno, Raúl Castro y Miguel Díaz Canel respectivamente, encabezan, junto
a dicen 30 000 personas, una marcha de las antorchas. ¿Qué pinga antorchas en
un país que se está cayendo y peor, matando a sus más jóvenes ciudadanos?, ¿Que
marcha de las antorchas, lo que significa dinero, mientras las personas, incluyendo
a niños bebitos, duermen en los portales por miedo a derrumbes?, Qué marcha de
las antorchas si ese gobierno mantiene a personas albergadas, en realidad hacinadas,
por más de 20 años, en espera de casas que nunca les llegaran?, ¿Qué marcha de
las antorchas, cuando se construyen hoteles 5 estrellas para turistas
extranjeros, justo al lado de los edificios clausurados, ruinas, medios caídos
o en plan para caerse, muchos de ellos ocupados por personas? Pero, pingaaaaaaaaaa, ¿hasta dónde es el descaro?
Si han
visto los documentales históricos de, por ejemplo, la reconstrucción de Europa después
de la II Guerra Mundial, se podrán ver ciudades totalmente destruidas, en
ruinas, sin nada, donde los sobrevivientes, sin tanta ideología y sin tanto
partido político, a mano pelada, ladrillo a ladrillo, recogieron los escombros,
organizaron la reconstrucción y ladrillo a ladrillo levantaron las ciudades
nuevamente, incluso mucho de ellas por los planos originales, tal como eran
antes de la guerra. Si han visto los documentales, por ejemplo, del tsunami último
en Japón, podrán ver a los japoneses, a mano pelada, mujeres y hombres, jóvenes
y viejos, recogiendo los escombros y más, los cadáveres y reconstruyendo lo que
la fuerza del mar se llevó. Entonces en vez de marcha de las antorchas, que no
sirve para nada, donde el gobierno es capaz de movilizar a 30 mil personas para
caminar de un lugar a otro de la ciudad en homenaje a Martí que no se va a
enterar, debería ese gobierno y esas personas salir a limpiar La Habana y Cuba.
Debería el gobierno, que se dice confiado de los revolucionarios con los que cuenta,
movilizar con el mismo ánimo a esas 30 mil personas a recoger escombros, a
recoger la basura que pulula en cada calle, en cada esquina, en cada placer de
Cuba. 30 000 personas es una fuerza estimable para cualquier campaña. 30 000 personas con ganas de limpiar asustan
a la basura con la sola llegada.
¿Entonces,
por qué y para qué marcha de las antorchas y no marcha contra la basura y la
mierda? Si el gobierno es tan fuerte y cuenta con tanto apoyo, deberían todos
esos come vaca salir con palas, rastrillos, palas y bajar sus barrigas en la
recogida de escombros y basura. No importa que no tengan combustible, no importa
que no tengan camiones, mano a mano, hombre a hombre, la basura se llevaría a
lugares y tal como en el feudalismo se le daría candela. La primera obra honrosa
de ese gobierno debería ser, a mano limpia, recoger la basura y declarar a Cuba
limpia. Entonces se está preocupado por Bolivia, se mantiene la atención sobre
Venezuela, se apoya a los chilenos, se le echa la culpa a Trump, se está
interesado en el inmenso incendio que está devastando a Australia, Cuba envía
mensaje de condolencia por la muerte de su deportista y a Cuba, que debería ser
la primera responsabilidad, la está cubriendo la mierda, la falta de higiene,
los escombros, la mugre.
Entonces
dicen que ahora, inmediatamente después de las muertes, no sólo aparecieron por
la escena los dirigentes barrigones con caras compungidas, sino todos los equipos
y hombres para concluir las obras de demolición. Las niñas están en las
funerarias, sus familias destrozadas y en su homenaje de recordación, el gobierno
localiza los recursos para terminar lo que debían haber terminado meses o años
antes. Ellas, pensarán los del gobierno y partido, deberán sentirse orgullosas e
ir al cementerio en paz, porque gracias a sus muertes, la “revolución”, que no
olvida a sus hijos, cumplió con su deber. Ellas, pensaran los del gobierno y
partido, también cumplieron con su deber de morir aplastadas, para que una obra
de la revolución, una vez más, se termine.
Esto no
tiene que ver con el capitalismo, ni el comunismo, menos con ninguna ideología,
es sencillamente un tema de la más elemental decencia y humanidad. Díaz Canel,
padre y Raúl, padre y abuelo, deberían por lo menos renunciar y dejar el camino
libre a otros cerebros, a otros aires, a otros métodos, para no mandarlos desde
aquí a que se den un tiro con una 45 o una Magnum, para que sea certero. Deberían
renunciar inmediatamente y dejar el camino libre para hacer otra Cuba, ya que
ellos no han podido, para no mandarlos desde aquí a que se den un tiro, como se
dio Ernest Hemingway con su arma favorita, una escopeta de doble cañón Boss
calibre doce, para que sea certero. Deberían renunciar y dejar que el
experimento pare y que otros puedan experimentar bajo nuevos parámetros, para
no mandarlos desde aquí que se vayan ambos al puente de Bacunayagüa y cogiditos de la mano, se lancen al vacío, sin paracaídas por
supuesto. Deberían renunciar para desde aquí no tener que mandarlos a que se
paren debajo del balcón que está planificado caerse la próxima semana.
Claro,
tantos han muerto en esta última etapa, que tres niñas más, puede parecer nada.
Quizás los del gobierno y partido cubanos llamen a esto “daños colaterales”,
haciendo uso del término que el ejército norteamericano acuño como
justificación durante la guerra contra Vietnam.
Pingaaaaaaaaaa,
¿Hasta dónde es el descaro?