miércoles, 29 de enero de 2020

PINGA, ¿HASTAAAAAAAAAA CUÁNDOOOOOOOOOOO CUBAAAAAAAAAAAA?


Las noticias de tres niñas muertas, aplastadas juntas por la caída de un balcón en la Ciudad de la Habana, sin demeritar el accidente aéreo donde perdieron la vida Kobe Bryant y 7 personas más, debería paralizar al mundo.

Soy papá y abuelo y aunque viva donde viva, además soy cubano, entonces la pregunta, en buen cubano, es: ¿Hasta cuándo pinga van a pasar estas cosas en Cuba?, ¿Qué ley, que fuerza interna o externa, qué teoría china puede avalar que estas cosas pasen, tengan que pasar y seguirán pasando? Tres niñas, nada nuevo, la caída de los edificios ha matado y herido a muchas personas, pero tres niñas al mismo momento, el mismo día, bajo la aterradora caída de un balcón de concreto, aplastadas por algo evitable, aplastadas por el mal, el olvido, la inconciencia.

No voy a escribir sobre la proliferación de barrios marginales, de llega y pon, de zonas “apaches” que se han generado en Cuba durante todos estos años. Yo no conozco muchas desde adentro, pero algunos de estos lugares he caminado. La Corea en San Miguel del Padrón, la Güinera en Arroyo Naranjo, Palo Caga´o en Marianao, etc. Recuerdo que una vez caminé, por la parte de atrás de la calle 26 frente al Zoológico en busca del Bosque de la Habana, jamás pude imaginar que en el medio del llamado Nuevo Vedado, existiera una “urbanización” idéntica a las famosas favelas brasileñas. Casas improvisadas, pasillos super estrechos, no calles, no aceras, cables de electricidad de un lugar a otro sin control, sin método ni protección, gente muy pobre de todas las pobrezas, caras de delincuentes o marginales. Palestinossssssssss.

Si sólo fueran estos barrios, la cosa estaría bien, pero el problema es peor, la pobreza, el deterioro, el desgaste, ha invadido toda Cuba, incluyendo aquellos lugares que fueron recién inaugurados antes de 1959 y cuya población podría llamarse “diferente”. Sólo caminar por las calles del antiguo Reparto Apolo, ahora reconocido como Víbora Park, para constatar lo que digo. No quedan repartos, no quedan zonas diferentes, todo está sumido en el más brutal deterioro. El asfalto no existe, las personas temen caminar por las aceras debido a los huecos y grietas, los alumbrados públicos desaparecieron, el agua, a veces limpia, a veces albañales adornan las calles y, las casas, mantenidas a pulmón, son la mejor evidencia de lo que ha pasado. Apolo fue un reparto donde vivían personas que gustaban de los jardines, cuentan que muchas familias pintaban sus casas todos los años, los árboles, que fueron sembrados por los propios vecinos y eran sagrados, aquellos que procediendo de cada lado de la calle se unían en el centro de la calle, hoy no existen. Cada familia, hacha o machete en mano, los ha tumbado como muestra del reguero e individualismo que ha prevalecido. Los edificios, mal construidos, despintados y transformados a capricho y conveniencia de cada familia, pululan en las esquinas. El tendido eléctrico, cables y transformadores diseñados para el consumo de una X cantidad de personas, hoy son ineficientes al triplicarse, cuatriplicarse, quintuplicarse el número de consumidores, las alcantarillas diseñadas bajo los mismos parámetros se desbordan con frecuencia, porque por cada persona que cagaba antes, ahora tenemos veinte, la cosa se agrava porque cuando yo fui niño se limpiaban las calles, cada vecino limpiaba su pedazo y luego camiones especiales se encargaban de reforzar la limpieza y la basura la recogían diariamente, toda ese mierda hoy no recogida y no limpiada, va a parar a las tuberías de desagüe.

Nunca viví en un solar o cuartería, pero sé de ellos. Mi primer trabajo en Cuba fue como historiador en el Museo de la Ciudad, en la Habana Vieja. Como parte de mis responsabilidades estaba hacer recorridos, “visitas dirigidas”, por las calles de la antigua ciudad, por lo que, entre museos y museos, era inevitable estar al tanto de lo que ocurría. Muchas veces, las bellezas arquitectónicas de las edificaciones eran tantas que permanecían dentro de aquellos edificios destruidos como muestra de un pasado glorioso. Balcones, rejas, escaleras de mármol, losas de piso y azulejos, vitrales, etc., eran las cosas que se podían ver e incluso amar dentro de cualquier edificación en ruinas. El trabajo como historiador es lindo, entonces no miento si les digo que llegue a amar aquella vejez, aquella peste, aquella mugre y oscuridad.

Muchos edificios por aquellos años fueron rescatados y transformados en museos, restaurantes, salas de exposición y conciertos, etc., por lo que desde las excavaciones arqueológicas, mi hermano Iván se acordará pues trabajó como arqueólogo allí, el descubrimiento de la primera pintura de las paredes, sacando capas y capas posteriores, la reconstrucción de la planta y los muros originales, hasta la historia de las familias y personas que por allí habían pasado, conformaron todo aquel, mi mundo, lindo y para mí importante.

En mis recorridos vi muchas cosas a las que no estaba acostumbrado. Primero la enorme cantidad de personas de cualquier parte de Cuba, que se podían albergar dentro de cada uno de aquellas edificaciones, cientos, luego las adaptaciones, los cambios, los inventos que cada cubano, tratando de resolver su propia necesidad por sus propios métodos habían hecho, barbacoas, cuartos en las azoteas, pasillos improvisados para brincar por los techos de un edificio a otro, personas viviendo debajo del ángulo que crean las escaleras convertido en cuartos, escaleras sin pasos y sin barandas, cables eléctricos sin el más mínimo orden y control, balcones colgados de Dios, etc., etc., etc.

Era lindo por aquellos años pensar que todo aquello se podía resolver. Más allá de una idea de gobierno, pues cuando yo llegué a la Habana Vieja, al gobierno aquello no le interesaba, era “glorioso” desmontar una cuartería, entregar casas nuevas, y construir en aquellos lugares, museos, escuelas, plazas, salas para exposiciones, conciertos, eventos y ver, a pequeña escala, pero ver, el resultado del trabajo. Pero, los años, más el deterioro, más los inventos, más el maltrato, más la imposibilidad de reparar y mantener, más el desorden, han hecho de Cuba un desastre. Es como cuando uno ve un documental científico, cómo crecen y se multiplican las bacterias y los hongos en un laboratorio o cómo se propaga un virus por la sencilla acción de estornudar. Es lo mismo, salvando la rapidez que ocurre, cuando se tira una bomba atómica en un determinado lugar.

Cuba es sinónimo hoy de destrucción, en todos los sentidos, tanto material como humano. Ya no porque los gobernantes sean malos de corazón o sentimiento, no porque no les interese, no porque estén destinados a maltratar, humillar y destruir por placer, sencillamente la destrucción es el resultado de la incapacidad y la inoperatividad sostenida por 60 años.

No es la primera vez que se cae un edificio, matando o hiriendo a los que están dentro. Se caen, no por una bomba terrorista, ni por un terremoto, ni porque las personas salen a tumbarlos con mandarrias. Se caen empujados por el tiempo, el deterioro, la falta de mantenimiento, el olvido, más las necesidades no resueltas y el reguero que permite hacer lo que se quiera hacer. Pero ahora, las víctimas fueron tres niñas, cojones, tres niñas inocentes que caminaban de regreso de su escuela. Que pueblo más impotente somos que ni así salimos a la calle a gritar.

Dicen que el edificio estaba declarado ruina, que había orden de demolición, que los encargados de tumbarlo lo estaban haciendo poco a poco para recuperar los ladrillos o bloques que pueden ser utilizados para construir en otros lugares. Dicen que no existía una señal de peligro, ni una valla, ni un cartel que dijera OJO. Dicen que no existía un muro, al menos de madera, que obligara a las personas a no caminar por debajo de los balcones que, para todos conocidos, se estaban cayendo. Dicen que el gobierno se olvidó y que Dios también lo hizo.

Lo cierto es que a nadie le importaba, al final era un edificio más que se está cayendo, frente al que las autoridades que viven en cómodas y modernas casas no asistían a verificar, hasta que el Noticiero Nacional de TV dio una ridícula nota, con pocas explicaciones del derrumbe y las muertes, sin dejar entonces de mencionar la lista de los dirigentes del gobierno y partido, que se habían presentado en la escena post derrumbe. Como siempre dirigentes para las fotos.

El canciller cubano horas antes había emitido una nota en nombre de Cuba, lamentando la muerte por accidente del basquetbolista norteamericano y sus acompañantes, mandándole un mensaje de condolencia a la familia y nada más y nada menos que al pueblo norteamericano. Pero, pinga, hasta dónde es el descaro. ¿Qué le importa al señor Bruno el basquetbol, Kobe, y el pueblo norteamericano?, ¿Hasta dónde el descaro, la hipocresía, la desfachatez del gobierno cubano?, ¿Dónde está el mensaje de Bruno Rodriguez, como canciller, como cubano, como humano, a las familias de las tres niñas?, ¿Dónde está el mensaje de Bruno Rodríguez diciendo, está bueno ya, ni uno más, renuncio a mi cargo pues no estoy de acuerdo con lo que está pasando, no soporto más lo que Cuba sufre? No el canciller cubano, rápidamente, envía un mensaje de condolencia al pueblo norteamericano y se limpia las manos.

Mientras esto y otras cosas, incluso peores, ocurren, los presidentes del partido comunista y del gobierno, Raúl Castro y Miguel Díaz Canel respectivamente, encabezan, junto a dicen 30 000 personas, una marcha de las antorchas. ¿Qué pinga antorchas en un país que se está cayendo y peor, matando a sus más jóvenes ciudadanos?, ¿Que marcha de las antorchas, lo que significa dinero, mientras las personas, incluyendo a niños bebitos, duermen en los portales por miedo a derrumbes?, Qué marcha de las antorchas si ese gobierno mantiene a personas albergadas, en realidad hacinadas, por más de 20 años, en espera de casas que nunca les llegaran?, ¿Qué marcha de las antorchas, cuando se construyen hoteles 5 estrellas para turistas extranjeros, justo al lado de los edificios clausurados, ruinas, medios caídos o en plan para caerse, muchos de ellos ocupados por personas? Pero, pingaaaaaaaaaa, ¿hasta dónde es el descaro?

Si han visto los documentales históricos de, por ejemplo, la reconstrucción de Europa después de la II Guerra Mundial, se podrán ver ciudades totalmente destruidas, en ruinas, sin nada, donde los sobrevivientes, sin tanta ideología y sin tanto partido político, a mano pelada, ladrillo a ladrillo, recogieron los escombros, organizaron la reconstrucción y ladrillo a ladrillo levantaron las ciudades nuevamente, incluso mucho de ellas por los planos originales, tal como eran antes de la guerra. Si han visto los documentales, por ejemplo, del tsunami último en Japón, podrán ver a los japoneses, a mano pelada, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, recogiendo los escombros y más, los cadáveres y reconstruyendo lo que la fuerza del mar se llevó. Entonces en vez de marcha de las antorchas, que no sirve para nada, donde el gobierno es capaz de movilizar a 30 mil personas para caminar de un lugar a otro de la ciudad en homenaje a Martí que no se va a enterar, debería ese gobierno y esas personas salir a limpiar La Habana y Cuba. Debería el gobierno, que se dice confiado de los revolucionarios con los que cuenta, movilizar con el mismo ánimo a esas 30 mil personas a recoger escombros, a recoger la basura que pulula en cada calle, en cada esquina, en cada placer de Cuba. 30 000 personas es una fuerza estimable para cualquier campaña.  30 000 personas con ganas de limpiar asustan a la basura con la sola llegada.

¿Entonces, por qué y para qué marcha de las antorchas y no marcha contra la basura y la mierda? Si el gobierno es tan fuerte y cuenta con tanto apoyo, deberían todos esos come vaca salir con palas, rastrillos, palas y bajar sus barrigas en la recogida de escombros y basura. No importa que no tengan combustible, no importa que no tengan camiones, mano a mano, hombre a hombre, la basura se llevaría a lugares y tal como en el feudalismo se le daría candela. La primera obra honrosa de ese gobierno debería ser, a mano limpia, recoger la basura y declarar a Cuba limpia. Entonces se está preocupado por Bolivia, se mantiene la atención sobre Venezuela, se apoya a los chilenos, se le echa la culpa a Trump, se está interesado en el inmenso incendio que está devastando a Australia, Cuba envía mensaje de condolencia por la muerte de su deportista y a Cuba, que debería ser la primera responsabilidad, la está cubriendo la mierda, la falta de higiene, los escombros, la mugre.

Entonces dicen que ahora, inmediatamente después de las muertes, no sólo aparecieron por la escena los dirigentes barrigones con caras compungidas, sino todos los equipos y hombres para concluir las obras de demolición. Las niñas están en las funerarias, sus familias destrozadas y en su homenaje de recordación, el gobierno localiza los recursos para terminar lo que debían haber terminado meses o años antes. Ellas, pensarán los del gobierno y partido, deberán sentirse orgullosas e ir al cementerio en paz, porque gracias a sus muertes, la “revolución”, que no olvida a sus hijos, cumplió con su deber. Ellas, pensaran los del gobierno y partido, también cumplieron con su deber de morir aplastadas, para que una obra de la revolución, una vez más, se termine.

Esto no tiene que ver con el capitalismo, ni el comunismo, menos con ninguna ideología, es sencillamente un tema de la más elemental decencia y humanidad. Díaz Canel, padre y Raúl, padre y abuelo, deberían por lo menos renunciar y dejar el camino libre a otros cerebros, a otros aires, a otros métodos, para no mandarlos desde aquí a que se den un tiro con una 45 o una Magnum, para que sea certero. Deberían renunciar inmediatamente y dejar el camino libre para hacer otra Cuba, ya que ellos no han podido, para no mandarlos desde aquí a que se den un tiro, como se dio Ernest Hemingway con su arma favorita, una escopeta de doble cañón Boss calibre doce, para que sea certero. Deberían renunciar y dejar que el experimento pare y que otros puedan experimentar bajo nuevos parámetros, para no mandarlos desde aquí que se vayan ambos al puente de Bacunayagüa y cogiditos de la mano, se lancen al vacío, sin paracaídas por supuesto. Deberían renunciar para desde aquí no tener que mandarlos a que se paren debajo del balcón que está planificado caerse la próxima semana.

Claro, tantos han muerto en esta última etapa, que tres niñas más, puede parecer nada. Quizás los del gobierno y partido cubanos llamen a esto “daños colaterales”, haciendo uso del término que el ejército norteamericano acuño como justificación durante la guerra contra Vietnam.

Pingaaaaaaaaaa, ¿Hasta dónde es el descaro?







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