Niños pequeños
problemas pequeños, niños grandes problemas más grandes, dicen los viejos en
Cuba y creo que es cierto. Sin demeritar el trabajo del embarazo, parto y criar
a un niño durante su infancia, la tarea de continuar para siempre con los hijos
es mucho mayor.
Ser papá de hijos
grandes y poder compartir con ellos, más allá de tareas, comidas, castigos y
hospitales, lleva a ser capaz de transformar esa paternidad en amistad. Lleva a
transformar nuestra tarea de vigilantes y suministradores, en comprometidos
amigos, compañía, acompañantes, entendedores, cómplices, etc., lo que resulta a
veces más difícil que hacer una tarea de la escuela o ir a verlo en un torneo
deportivo.
Tener hijos grandes y
ser aún una persona activa, nos hace aprender, no sólo como padres, sino como
humanos. Nuestros hijos crecen bajo una supuesta correcta educación familiar,
la nuestra, pero durante ese crecimiento desarrollan sus propias ideas, sus
propios valores, sus propias estrategias, muchas veces parecidas a las
nuestras, otras no y entonces estamos obligados a entender y muchas veces a cambiar.
Nuestra vida fue una,
nuestro momento histórico fue el nuestro y resulta imposible pretender, más
allá de las normas elementales de familiaridad y convivencia, que nuestros
hijos ya grandes, vivan momentos históricos que no les tocaron.
Converso todos los días
con mis hijos, a veces varias veces al día, no importa que ellos no me llamen,
no importa si les repito nuevamente lo que le dije ayer, mi responsabilidad es
no cansarme. Entonces puedo decir que he aprendido y aprendo mucho de ellos.
Los hijos siempre son el más riguroso tribunal de los padres, son aquellas
personas que, encontrando obviamente, un escenario propicio, dicen las cosas
tal como son, reclaman lo que creen injusto, critican sin términos medios o
paños tibios, tal como, si fuimos buenos padres, les enseñamos a hacer. Hoy no
podemos quejarnos de esa actuación, nos están dando nuestras tres tazas de
caldo.
Gracias a mis hijos
grandes, hoy, conozco de tecnología y computación, herramientas con las que no
crecí en abundancia, aprendo y conozco de música, la buena música que hoy
también existe, lo que me permite no seguir diciendo que los 70 y 80 son únicos.
Gracias a esos hijos grandes, mi inserción en Estados Unidos ha sido menos dramática,
porque los jóvenes con cerebros se cuelan más fácil, aprenden más rápido y
tienen, jóvenes al fin, menos miedo. Soy criticado, entonces trato de continuar
aprendiendo.
Entonces en una de esas
conversaciones, por momentos interminables, de esas que se detienen y continúan
al día siguiente, mi hija Jennifer, hablando sobre Cuba, nos interesa porque,
más allá del sentimiento de patria, tenemos a buena parte de nuestra familia
allí, me decía, más o menos algo así.
Yo no sé qué pasa,
porque veo a los venezolanos, a los bolivianos, a los puertorriqueños, sin
tantos partidos ideológicos, sin tantas muelas, en las calles luchando con
piedras frente a la policía y el ejército de sus respectivos países, por la
televisión se ven a multitudes de personas cargando sus cadáveres hacia los
cementerios, cuando consideran que sus ciudadanos han muerto por causas
injustificadas, víctimas de atropello policial o militar, victimas de los
gobiernos de turno y para culminar se hacía una pregunta, la misma pregunta que
se repite y se repite siempre: ¿Qué nos pasa?. Ella misma reflexionaba y me
decía que cuando desde aquí miraba hacia el pueblo de Cuba, al que ella conoce
porque creció allí, lo que ve hoy es a un grupo de zombies, de esos que se ven
en las series y las películas de moda, que caminan y caminan con pasos
perdidos, de un lado a otro, sin rumbo y objetivos definidos, más allá de
morder a alguien no zombie para alimentarse.
Tratando de explicarle
a Jenny, sin poder explicar categóricamente nada, le dije que pensaría y
escribiría sobre este tema, más de lo que he podido escribir en algunos de mis
artículos anteriores y entonces aquí estoy.
¿Qué nos pasa?, se
parece a aquella obra de Lenin a la que tituló ¿Qué hacer? donde pensaba tratar
tres temas y luego él mismo tuvo que cambiar porque descubrió que era imposible
lograr los objetivos que se había propuesto tratar en su obra. Es esa pregunta
que nos hacemos y nos hacen y que se hacen incluso muchos no nacionales
cubanos, frente a la que todos tenemos respuestas varias, después de rascarnos
la cabeza o poner cara de carneros degollados, por la imposibilidad de definir
algo exactamente. Lo que nos pasa, en dependencia de la capacidad y
conocimiento de cada uno de nosotros, termina en la enumeración gigantesca, a
veces fría y aburrida, sin pasión, de causas, orígenes, culpas, que repetimos y
repetimos, tratando, muchas veces, de adivinar, otras de echar la culpa a determinado
personaje pasado y presente. Es como una suerte de lotería o un juego de azar,
donde tiramos los dados, contamos los huequitos negros que sacamos, buscamos en
las instrucciones y decimos, lo que nos pasa es tal o más cual cosa.
Sin embargo, responder
a qué nos pasa, es algo más complicado, podría dar pie, debido a cómo están las
cosas ahora en Cuba, no sólo a escritos, publicaciones, entrevistas, libros,
etc., sino a una carrera universitaria de esas de 5 años, continuada con maestría
y doctorado.
Hace unas horas he
escuchado a una persona decir: “no se puede liberar a un pueblo que no
quiere ser liberado” y esto puede ser cierto. Puede ser verdad, ningún
zombie en las películas camina con un cartel que dice: no quiero ser zombie, ayúdenme
a cambiar, búsquenme una medicina o un tratamiento médico que me libere de esta
condición. El zombie es zombie para toda la vida y sólo dejará de existir producto
de que alguien le corte la cabeza.
En medio de idas y
venidas de ideas conversando con Jenny, ella me dijo que creía que lo único que
había hecho la llamada revolución cubana que ha perdurado, que ha durado, a lo
cual había dedicado y aún dedica todos los recursos y todas las fuerzas, es a dividir
a los cubanos, empezando por la propia familia y esta puede ser la mayor de las
explicaciones. Todo lo demás depende de ella.
Es una pena porque Cuba
sabe de manifestaciones populares. Durante todos los años de la llamada seudo
república se sucedieron marchas, protestas, huelgas, pequeñas y grandes, donde
el pueblo cubano, sin tantos periquitos, se lanzó a la calle a exigir sus
derechos. Cuba sabe de manifestaciones en contra de gobiernos, incluso en
momentos tan difíciles como la dictadura de Batista, dónde no es mentira, la
represión llegó a niveles muy altos.
Gústenos o no la historia,
una de las manifestaciones populares más grandes y espontáneas ocurridas en
Cuba fue el sepelio de Frank País, un mes exacto después del asesinato de su
hermano Josué. El día 30 de julio de 1957 Frank fue masacrado brutalmente en el
Callejón del Muro en Santiago de Cuba junto a Raúl Pujol, hecho que conmocionó
a toda la población santiaguera y una buena parte de Cuba.
Frank fue velado en su
casa materna por dos horas y luego fue trasladado a la casa de su novia, para,
frente a los ojos de la policía y el ejército batistianos, ser vestido de verde
olivo con sus grados de coronel del ejército rebelde, una boina, el brazalete
del movimiento 26 de julio y una rosa blanca en el pecho. Se realizó una huelga
nacional y el pueblo santiaguero, de forma masiva y de nuevo, espontáneamente,
o sea, sin que nadie le tomara asistencia, pasó por allí a rendirle tributo,
frente a todo un inmenso despliegue de batistianos, preparados y dispuestos a
intervenir. La idea fue super valiente, vestir a un muerto con un uniforme
verde olivo y con el brazalete del Movimiento 26 de Julio, ya era una
justificación para que los batistianos actuaran violentamente.
El cadáver fue sacado
en un carro fúnebre y se unió en el Parque Céspedes, puro centro de la ciudad
santiaguera, frente a la catedral y el ayuntamiento, a los acompañantes del cadáver
de Pujol, para desde allí emprender el camino al cementerio Santa Efigenia. Cuentan
que el cortejo fúnebre de pueblo tenía más de 20 cuadras repletas de personas. Al
pasar por la esquina donde un mes antes habían sido asesinado Josué, el pueblo
decidió sacar las cajas fúnebres de los carros y llevarlas en hombros el ultimo
trayecto, donde, frente a las caras de los policías y militares apostados, se
entonaron las notas del Himno Nacional y se gritaron consignas de Abajo
Batista, Viva la Revolución, incluso, Viva Fidel, figura por aquellos años más
que conocida por el gobierno. Soy santiaguero, aún hoy en el 2020, no dejo de
emocionarme con estas historias. Lindo pueblo de aquellos años, que viviendo
bajo un régimen que te podía matar y no pasaba mucho, se lanzaba a la calle a
despedir a uno de sus mejores hijos.
He visto el entierro de
una de las niñas que recién murió por el derrumbe de un balcón en Cuba. Diferente.
Nadie del gobierno, ningún periodista, ninguna autoridad de educación, ni el
propio canciller Bruno Rodríguez que días antes había estado tan compungido por
la muerte del basquetbolista Kobe y había enviado condolencias al pueblo
norteamericano por su pérdida. Solo una pequeña caja blanca, una familia destruida
y unos pocos amigos. He visto las declaraciones de no de los padres de las víctimas,
donde trataba de explicar lo inexplicable. El sólo frente a una pantalla de
celular, nadie lo acompañaba. Evidentemente diferente. ¿Qué nos pasa? pregunta
Jennifer.
Cuba, esas cuatro
letras que deberían corresponder a una ubicación geográfica, a un pedazo de
tierra, tiene hoy, más que nunca, dos escenarios diferentes. La Cuba de adentro
y la Cuba de afuera. Los millones de cubanos que viven allí, en la isla grande
del Caribe y los millones de cubanos, que, dispersados por todo el mundo, viven
lejos de la tierra que los vio nacer. La Cuba que tiene como capital interna a
la Ciudad de la Habana y como capital externa a Miami, casi con la misma
cantidad de pobladores.
La revolución cubana,
muy al principio, no es mentira, trajo cambios. Si usted vivía en el medio de
la Sierra Maestra, andaba descalzo, analfabeto y estaba destinado a trabajar recogiendo
café por centavos y el gobierno, lo sacó de allí, lo llevó a La Habana, lo puso
a vivir en Miramar como becado, le facilitó estudiar y lo convirtió en maestro
ganando un salario más menos decoroso, usted fue beneficiado. Si usted vivía en
medio de una montaña y había perdido a varios de sus hijos por enfermedades
resolvibles y el gobierno le construyó en su pueblo un policlínico o un hospital
y además todos los servicios se los dio gratis, usted fue beneficiado. Si era
negro de familia negra, de esas que habían existido por siglos sin mucho y, de
pronto, fue a la escuela gratis, se hizo un profesional, se hizo deportista, bailarín,
poeta, pintor, pudo viajar por toda Cuba e incluso al exterior, le dieron
medallas, más carro, más apartamento o casa, lo sacaron de su pueblecito pobre,
de su batey y lo llevaron a vivir en una confortable casa en medio del Vedado,
usted fue beneficiado.
Si de pronto se vio
abrazando a “su Comandante en Jefe”, se vio sentado al lado de él, el amigo
visitó su casa, le paso la mano a su hija por la cabeza, que era más o menos como
estar cerca de Dios, usted fue beneficiado. Si usted era minusválido o ciego y
le resolvieron una silla de rueda y una operación en Alemania, gracias a la
cual logró ver, si usted era una prostituta, que “gracias” a la defensa de la
mujer, salió del prostíbulo, estudio, fue a la universidad, se graduó de
maestra y no tuvo que acostarse más nunca con un baboso por dinero, usted fue beneficiada.
Paralelamente a estas acciones,
que muchas veces controlaba el propio “invicto”, como buen protagónico, esas de
poner una escuela con computadoras y paneles solares incluidos en una montaña
donde sólo vivía un niño, el amigo desarrolló su verdadera estrategia. Él mismo
declaró que uno de sus libros de cabecera era nada más y nada menos que “Mein
Kampf” del mismísimo Adolfo Hitler. En “Mi lucha”, recomiendo leerlo para entender,
Adolfito describió sus ideas propias sobre la ideología política nacionalista,
o mejor super nacionalista, que lo llevó a convencer a una gran parte del
pueblo alemán y avaló gran parte de sus acciones diarias, de ellas las más desastrosas
la II Guerra Mundial y la idea de exterminio de los judíos y todo el que no
fuera 100% blanco puro. Hábil Hitler, porque él, ni era alemán, ni era puro, no
tenía los ojos azules y el pelo rubio, ni medía 6 pies de alto, a pesar de lo
cual, con su baja estatura, su cara fea y sus discursos sobreactuados, se metió
a muchos en el bolsillo y a los que no, los metió en cajas de muertos, fosas
comunes o los dejó tirados muertos en cualquier esquina.
En ambas Cuba, los
cubanos de antes, los viejos, han muerto o están muriendo, el propio Fidel decidió
morirse un día y librarnos de su, por lo menos, presencia física. Nuestros
abuelos y padres, si aún existen, están viejos. La mayor parte de nosotros
vivos hoy, nacimos después del triunfo de la revolución y todos, exactamente
todos, crecimos debajo de su influencia, todos bebimos de esa copa de vino,
todos, unos víctimas y otros victimarios, participamos en los escenarios
diseñados como laberintos para que nos perdiéramos. A veces la participación determinada,
lejos de beneficiar al análisis, lo limita. El haber estado dentro de un
proceso, en vez de dar claridad, muchas veces la limita. Existe dolor, rencor,
complicidad, pena, arrepentimiento sincero y mentiroso, oportunismo, delincuencia
política y administrativa, etc., que todos vivimos o padecimos.
Trataré de describir cómo
veo los escenarios desde mi óptica, o sea, las dos Cuba. No creo que el tema
sea económico, la economía va y viene, crece y decrece, mejora y crea sus
propias crisis. Tal como dice Jenny, el asunto que define la pregunta, qué nos pasa,
visto como causa, puede ser otro.
Mi colaborador El Terrible, me envía por adelantado sus comentarios.
los cubanos nacidos después de la revolución
triunfante somos así. Dicen que Martí y su familia vivían en la parte trasera de la
planta superior de lo que hoy conocemos como la Casita del Apóstol, que en la
cocina sólo cabía una persona y se sabe que Martí, con mucho esfuerzo, llevó a su
padre a Nueva York enfermo mientras estuvo en el exilio. Hombres como Gómez vieron morir a sus hijos en la manigua. ¿En qué nos hemos convertido
los cubanos y por qué nadie sabe esa respuesta? Como diría Lezama refiriéndose
a José Martí, "El misterio que nos acompaña". Estamos pagando y tendrán que pagar
las futuras generaciones un alto precio. Tendrán que pasar muchos años para que
se borren esas huellas y sean en realidad los cubanos gentes mejores. Los cubanos de ahora no tenemos derechos al bienestar porque no nos lo hemos ganado
y no lo merecemos".
Mi colaborador El Terrible, me envía por adelantado sus comentarios.
"¿Qué nos pasó a los
cubanos nacidos después del 59?, ¿Por qué somos así?, ¿Cómo somos en realidad los cubanos nacidos después del 59? Se supone que este tipo de sociedad genera
hombres superiores diferentes a todo lo anterior. Una sociedad que teóricamente
vela por el crecimiento y mejoramiento del hombre desde el momento de su
nacimiento, entonces por qué
En otro momento, con la agudeza que lo caracteriza, me cuenta:
"Frente a este lugar llegó la invasión a las cuatro de la tarde del día 6 de enero de 1896. Rendida la guarnición de voluntarios españoles, su jefe el coronel D. Félix Quevedo, entregó su espada al Generalísimo Máximo Gómez, quien en rasgo digno de su genio y la generosidad de la causa que defendía se
la devolvió, dirigiendo a los españoles, aquí reunidos, las siguientes frases: ""Nosotros no le hacemos la guerra a España ni a los españoles, sino para obtener la independencia de nuestra patria de Cuba. Logrado
este fin, españoles y cubanos seremos hermanos, ni los unos ni los otros
de la sangre que corre por nuestras venas"".
Este es el texto de la placa
en la foto. Esta placa está en la entrada del policlínico de ..., estoy
seguro ninguno de sus habitantes la leyó nunca, pero yo la descubrí ayer por la
noche. Por cierto, varias
personas incluyendo varios niños con neumonía, pero no había placas (Rayos X), ni jeringuillas, las personas tenían que traerlas de sus casas para inyectarse
el antibiótico. No sé qué hubiera pensado Gómez si estuviera allí en ese
momento. Esa acción de Gómez pone a relieve la inmensa dimensión de su carácter
como jefe y lo intachable de sus valores y principios."
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