Hace unas semanas, conversaba, en realidad chateaba como si habláramos, con un joven que viven en Cuba. Él con un poquito más de treinta años, rubio, bonito, graduado de técnico medio y ahora recién papá, me confesaba, con cierta pena que nunca se había leído un libro, que quería hacerlo, pero que no sabía ni por dónde empezar. La confesión, aunque no desconocida por mí, de la realidad de muchos jóvenes hoy, me llamó la atención y parte de nuestra conversación entonces transitó sobre la importancia de leer y algunas recomendaciones. Ahora ya no leer para él, sino para su pequeño hijo.
Eso me hizo pensar en mí, en Cuba y la realidad que
hemos vivido muchos y otros viven y de paso, cosa que hago con agrado, destacar
algunas cosas de las que vivo, dentro de estos llamados por muchos “salvajes
americanos”.
Como ya he escrito nací entre libros, no teníamos muchas más posesiones materiales que las que todos tenían por aquellos años, pero al vivir en una familia de profesionales y profesores, las paredes de mi casa y parte de los cuartos estaban llenas de libros y revistas. Luego me mudé para la casa de Martica y al ser sus padres profesionales y sus hermanos estudiantes de la universidad, aunque de otros temas diferentes a los míos, las paredes también tenían libros técnicos, novelas y más revistas.
De mi abuelo heredamos una inmensa colección de
“Mecánica Popular” de antes del triunfo de la revolución y de mis padres heredé
otra colección inmensa e inigualable de revistas “Correo de la Unesco”. Luego
recibimos las publicaciones de “Sputnik”, que parecida a las publicaciones de selecciones
“Reader´s Digest” que ya conocía, eran muy agradable de leer, por sus temas
variados.
Por todo esto, era muy común que hubiese libros en todas partes en mi casa, sobre las mesas de noche, sobre los muebles del comedor, incluso dentro de los closets.
Recuerdo con mucho agrado, cuando niño, mi abuela Mama
Yuya me leía a la hora de dormir libros para niños. Dormí en el cuarto de esa
abuela hasta que tuve 10 años, cuando me subieron a la casa de arriba, para
darle paso en aquel súper acogedor cuarto a mi hermano Iván. De esa época tengo
mis libros preferidos.
Ya he contado, con cierta nostalgia, que crecí en un momento donde había en La Habana muchas librerías, de libros nuevos y de libros usados y que los libros eran vendidos a precios muy módicos, en moneda nacional. Las mejores novelas de la humanidad, con incluso ediciones buenas, costaban dos, tres, a lo sumo cinco pesos cubanos. Hubo un momento de gran impresión cubana y de importación de libros, que estuvieron al acceso de todos. Fue, hasta cierto punto común, visitar frecuentemente las librerías tal como se visita una pizzería, en mi caso, creé una manía de visita semanal. Desde la enseñanza primaria, había en cada escuela una biblioteca a las que se visitaba de forma programada, como una asignatura más, dentro del programa de estudio. La figura de la bibliotecaria era importante.
Claro, no todo el mundo tuvo la misma historia, el
mismo acercamiento, la misma necesidad, dependió mucho de los padres, el
ambiente, el profesor que mostró, enseñó, ilustró, pero lo cierto fue que el
acceso fue fácil, a la mano. En un momento incluso, ya cuando los problemas
económicos se mostraron más evidentes, aparecieron personas que alquilaban los
libros y las revistas. Para ellos fue un negocio, pero para el que quería leer
era “una bendición”. Ya yo un hombre, por esa vía tuve acceso a muchos libros
que antes no había podido tener o conseguir. También recuerdo a muchos amigos,
con los que intercambié libros, con los que comenté temas, con los que
intercambié contenidos, muchas de las mejores novelas que me leí, me llegaron
por esa vía. De esa época heredé mi pasión por Frederick Forsyth y por
George Orwell.
Recuerdo un poco el dolor con que, frente a mi salida definitiva del país, tuve que lidiar con deshacerme de mis libros. Había logrado acaparar muchos, primero sobre historia, principalmente de Cuba y luego de los temas relacionados con marketing, a lo que me dediqué por varios años antes de partir y muchas buenas novelas. La gran colección de revistas Correo de la Unesco se la dejé a mi hermano Iván, tal como si le estuviera dejando miles de dólares, joyas, un carro, etc., el resto fue regalado entre mis amigos, un grupo fue entregado a un amigo especialista en libros viejos y un grupo lo tuve que echar dentro de sacos de yute y poner frente a mi casa para que cualquier interesado lo cogiera o los basureros lo echaran dentro del carro de la basura.
De mi paso por República Dominicana, recuerdo con agrado la colección que logré, comprando mes tras mes la revista National Geographic, que después de 5 años, nuevamente con la salida del país, envié revista a revista a mi hermano Iván en Cuba. Nuevamente tal como si le estuviera enviando dólares, joyas, carros, etc.
A mi llegada a Estados Unidos, descubrí librerías como
las que no había visto nunca. Lugares agradables, muchos con cafeterías dentro,
donde se vende entre otras cosas muy buen café expreso y llenas de personas que
compran libros, revistas, música, etc., y, más lindo, que se sientan a leer o
estudiar dentro de ellas. Más agradable, dentro de aquellos lugares muy bien
decorados y atendidos, aparecen espacios, pequeño obviamente en comparación con
el total, para la venta de libros en español.
Los libros son caros, pero depende como se vea, unos más caros que otros, sobre todo si buscas libros especializados en artes, ingeniería, medicina, etc., pero, en realidad, si trabajas y puedes comprarte un 12 de cervezas importadas, vas a una buena pizzería a comer o vas a un cine a ver una película de estreno, entonces te los puedes comprar. He pagado por un libro 25 dólares, que, si ganas 2 000, es sólo el 1,25% de tu salario, lo que hace que, con ganas y prioridades, una vez cada seis meses te puedas comprar uno.
Los cubanos cada vez que estamos trabados apelamos a
José Martí, convencidos de que encontraremos un pensamiento, una frase, una
palabra, relacionada con el tema que nos traba, en este caso, retomo lo que
escribió, aquello de “Ser cultos, para ser Libres” y entonces me hago preguntas,
¿qué pasó con nuestra cultura, con aquellos gustos por la lectura, con aquellas
imágenes de personas que caminaban con un libro debajo del brazo o que sentado
en cualquier banco de cualquier parque, leían, con aquellos recuerdos de padres
regalándole libros a sus hijos, de amigos ayudando a amigos a leer, prestándoles
como algo muy valioso, un libro?, ¿Qué nos pasó con la buena caligrafía y la
ortografía a la hora de escribir, con la expresión correcta a la hora de
hablar?
Los descalabros económicos son más complicados que problemas económicos. Cuando ellos se hacen largos, pesados, irrecuperables, dañan otras esferas de la vida y eso, creo, nos pasó en Cuba.
Los que como yo pasamos de 50 años, quizás algunos más jóvenes, tuvimos la suerte, si la suerte, de crecer en un momento por lo menos estructuralmente organizado. Fuimos herederos de buenos profesores, de aquellos que sobre todo y por encima de todo, amaban su profesión, muchas de mis maestras de primaria, tocaban piano, cantaban bien, pintaban, montaban obra de teatro con sus alumnos. Tuvimos escuelas con bibliotecas organizadas, con libros para estudiar y para leer, con librerías en muchas esquinas de las ciudades, con libros buenos y baratos y además con familias organizadas hacia el estímulo al estudio, la lectura, la cultura general.
Tuvimos, por lo menos, la opción de poder intentarlo,
a lo mejor con grandes lecturas de las grandes obras de la humanidad o con
aquellas revisticas melosas de Corín Tellado. Lo más común en cualquier casa
era un diccionario, a donde te enviaban a leer para que conocieras una palabra
o rectificaras el mal uso de otra. Tuvimos incluso programación en la
televisión dirigida a estos fines, programas maravillosos que enseñaban y que
era casi una ley verlos. ¿Recuerdan “24 por Segundo”, con el carismático
Enrique Colina, “Cine en TV” y “Tanda del Domingo” con el súper Doctor Mario
Rodríguez Alemán y el inigualable “Escriba y Lea” con aquel panel de
profesorazos e intelectuales cubanos? Existía la intención de estimular al aprendizaje,
a la lectura, al arte, al cine.
Después todo eso fue desapareciendo. Los profesores envejecieron, murieron, otros se cansaron y los muchos, en busca de la sobrevivencia lícita y entendible, se movieron a otros sectores más y mejor remunerados y donde se podía “luchar”, digamos el turismo. De pronto las escuelas se quedaron sin maestros y se comenzó a improvisar. La necesidad hizo que se fabricaran maestros en 3 meses, que se cazaran jóvenes descarriados y se les diera un curso rápido de magisterio, como resultado aparecieron en las aulas, maestros tan jóvenes como los alumnos, que no sabían escribir, que no sabían hablar, pero más, que no podían controlar la disciplina, ni educar a nadie. Aparecieron los maestros jóvenes enamorando a sus alumnas y peor, los maestros que vendían las pruebas y cobraban, a veces en dinero, otros en especies, los aprobados. Maestros que no podían estimular a la lectura, porque ellos no habían leído nada. Y esa es la gran diferencia. Una cosa es alfabetizar a cuatro o cuatrocientos analfabetos, enseñarlos a firmar y leer los encabezados de un periódico, y otra cosa es improvisar en el sistema de educación de un país entero. Esa improvisación, que no se ve en las estadísticas anuales, porque los niños y jóvenes pasan y pasan de grados, luego lo recoge la sociedad y eso, a decir de especialistas, a largo plazo, es peor que no exista aguacate o que no se pueda comer camarones.
Yo, que para nada soy un experto, ni un gran conocedor de nuestro idioma, me quedo asombrado de la forma en que muchas personas hablan en Cuba, mayor mi asombro cuando leo, porque a la falta de conocimiento del español, se ha unido el nuevo idioma creado para la tecnología, lo que hace que lo que se escribe se convierta en algo imposible de entender, muchas veces de leer. Y creo entonces que esos jóvenes, son hijos de otros que fueron jóvenes y que esos errores no se visualizan porque no se ven. No se corrigen porque muchos no saben lo que está mal y tiene que ser corregido. Recuerdo aquella caligrafía “Palmer” de mis abuelas, mujeres que habían estudiado en sus épocas siendo pobres. Recuerdo aquel diccionario “Larousse Ilustrado” de caratula azul oscuro, al que me enviaban a revisar casi a diario.
Entonces, quedándome con la primera parte del pensamiento martiano, o sea, aquello de se culto, creo, que todo aquello que nos hicieron creer, aquello del país más culto, de los pobladores más informados, de la población más preparara y madura para interpretar, de aquellos profesionales que impresionarían el mundo, fue parte, primero de un sueño, y segundo, de toda una consciente manipulación propagandística.
OJO, para los más sentimentales, no estoy diciendo que no existen en Cuba grandes hombres y mujeres de letras, grandes científicos, grandes artistas, actores, personas muy cultas y “apreparadas”, como decíamos en el argot popular. Lo que estoy tratando de contar es que hoy, eso de hombres y mujeres cultos, digamos, para ser conservador, está en peligro. Aquel joven de 30 años me confesó que nunca había leído un libro. ¿Será el único?
Los jóvenes, ese supuesto relevo, ese supuesto grupo
mejor preparado, que incluso está llamado a ser mejor que sus padres, hoy están
muy metidos en la tecnología de uso común, tan metidos que llegan, muchos para
mi gusto, a verse embobecidos, tan embobecidos que llegan a plantear, los
conozco, que no hace falta ir a la escuela, ni tan siquiera a una universidad, las
que deberían ser cerradas, todo lo que se necesita para aprender y conocer,
está en internet. Pobre relevo.
Caminando y tratando de observar, descubro que existen muchas casas, o sea, muchas familias y personas, interesadas en otros asuntos. No conozco a estas personas, a lo mejor son aquellos profesores buenos que tuve en Cuba, que también emigraron a Estados Unidos y hoy viven en Lincoln, Nebraska.
Existen jardines, donde las familias tienen puesto una
especie de buzones, a veces con forma de casitas de cristales bien diseñadas, con
libros, para que las personas puedan pasar y leerlo. ¿Cómo funciona?
Entonces el potencial lector puede:
- Pasar coger un libro, leerlo, devolverlo o no devolverlo.
- Pasar coger un libro y poner otros como agradecimiento o intercambio
- Pasar y donar un libro para que otras personas lo puedan leer.
Debe ser que me estoy poniendo viejo, pero esto me
parece lindo. En un país donde todos estamos acusados de salvajes, de
ignorantes, de tontos políticos, existen personas pensando en la comunidad, en
los otros y ponen sus conocimientos, sus recursos, su tiempo en ayudar desinteresadamente.
Pienso entonces en Cuba y recuerdo que mis dos padres, profesores, por años, mantuvieron en mi casa diariamente una de aquellas llamadas “casa estudio”. Ambos eran trabajadores y en las tardes, sin cobrar un centavo, ayudaban a niños y jóvenes a estudiar, a hacer sus tareas escolares, a orientarlos y a muchos enseñarles sobre la vida. Hoy sé que muchas personas son llamados “repasadores”, quizás de esos también llamados aún revolucionarios, conozco que muchos padres por los problemas que existen en todos los niveles de enseñanza les envían sus hijos, pero esas personas hoy cobran y cobran mucho dinero.
Cómo es posible que estas ideas lindas de poner libros en los jardines no aparezca, cuando en cada cuadra hay organizaciones políticas y de masas que controlan y entretienen a los vecinos y se tenga a un funcionario de gobierno, espía confeso del gobierno cubano dentro de los Estados Unidos, por lo cual cumplió años de cárcel, viajando por todo el país con una piña en la mano, organizando que cada CDR, o sea, cada cuadra del país, siembre una piña para resolver el tema alimentario cubano a largo plazo y de forma sólida y estable?, ¿Hoy es la rica piña lo que se necesita comer?
Martí, el Apóstol, dijo “Ser cultos para ser Libres”, ¿No conocía lo de la piña o se le ocurrió esa idea sobre la cultura porque no tenía otra cosa en qué pensar?
He recibido la pena de un joven en Cuba, que no tiene
quién lo oriente, no tiene quién le preste un libro, quiere leer, pero no sabe
por dónde empezar, que vive además en un lugar donde los libros, al menos una
parte de ellos hay que comprarlos en moneda libremente convertible y tiene que
conversar el asunto con un tipo que está en los Estados Unidos. ¿Dónde están los
vecinos, que aplauden la idea de sembrar una piña por cuadra y no se les puede
ir a ver para la lectura?
Aquí les dejo las preguntas que me hago mientras camino por Lincoln.
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