La muerte es mala por
ella misma. No necesita de más nada, ni más nadie para convertir la vida en
otra cosa, la alegría en tristeza, la compañía en soledad, lo caliente en frío.
Los buenos frente a
ella, muchas veces se convierten en pobres, los malos, muchas veces se
convierten en buenos. La muerte no debería existir, ella sola resume tantas
cosas malas, que de seguro cada ser humano, bueno o malo, se la podía ahorrar,
nada bueno se aprende o se saca de ella, pero, incluso hoy, con el enorme
desarrollo científico que existe, los miles de laboratorios, científicos,
medicamentos, alimentos y vidas especiales, esto resulta imposible de conseguir
evadirla. Hay que morir y lo mejor que puede pasar es que frente a ella, a
veces fría y calculadora, mal intencionada y decidida a llevarnos, los que
quedan vivos le digan, te lo llevas, pero él vivió bien su vida.
He visto ya a muchas
personas morir, incluso frente a mí, a pesar de lo cual, no sé nada de la
muerte. En realidad, cuando nos enteramos y la experimentamos, ya no podemos
contarlo. ¿Entonces qué decir? Hoy murió Eusebio Leal Spengler, pero también
antes, hace ya algunos años, murió mi abuela Mamá Yuya.
Acaba de morir Eusebio
Leal Spengler en Cuba, dicen que venía muy enfermo, entonces, una vez más
delante de la muerte, como dice el título de aquella famosa película española,
“to er mundo é güeno”. Hoy sobran los mensajes de “el mejor hijo”, “el más
patriota”, “el mejor historiador”, “el intelectual más grande”, “el ilustre”, “el
indispensable”, “el amigo de todos los habaneros”, etc., frente a los que es
difícil razonar, peor, cuestionar o tratar de poner las cosas en su lugar.
Es lógico que esto
pase, a las figuras públicas se les conoce sólo por los 30 o 60 minutos frente
a las cámaras de la televisión o por la imagen que ellos se fabrican y/o los
medios de comunicación, para el caso cubano monopolio del gobierno, les
interesa fabricar. Las emociones sentimentales desbordadas se hacen difíciles
de superar, pero, si pensamos fríamente o quizás conocemos todas las aristas de
una historia, muy pocos, sólo muy pocos, se van de esta vida incólumes, ilesos,
pulcros, salvos, intactos e indemnes. La máxima de que detrás de toda gran
fortuna, para este caso por lo menos públicamente, gran éxito, existen, como
mínimo, pequeños crímenes, sigue funcionando.
Podría decidir escribir
sobre cosas lindas, verdades innegables, que complacería a muchos que, a veces,
sólo quieren escuchar lo que quieren escuchar, de esa vida de hadas que sólo
existe en los libros de cuentos infantiles, pero, al tratar de complacerlos, no
sería fiel a mí mismo, a lo que conozco y pienso. Podría entonces escoger sólo
contar las malas experiencias, los malos recuerdos, las anécdotas
desagradables, con lo que alimentaria a algunos, sobre todo a las víctimas,
pero entonces no sería justo. Trataré entonces de contar mi historia, la que
realmente nadie me contó, sino que viví, la que nadie me puede discutir,
sabiendo que al tratar de encontrar el equilibrio y decir lo que no muchos
dicen públicamente, menos ahora, puedo caer no ligero para algunos. Trataré,
además, pensando en la muerte, de no ser rencoroso, menos vengativo, sólo me
remitiré a lo que sé y puede ser comprobado con los muchos testigos sobrevivientes
que existen.
Me gradué de la
Licenciatura en Historia, especialidad Historia de Cuba en el año 1986. Pasé
buenos estudios, cosa que mis notas al final de toda la carrera lo avalan.
Después de 6 meses de “glorioso” y obligado paso por la Marina de Guerra del
Ministerio de las Fuerzas Armadas, comencé mis relaciones con el Museo de la
Ciudad y la Oficina del Historiador de la Ciudad, a finales de ese mismo año.
No conocía allí a
nadie, o sea, no fui un recomendado, sólo me asistían mis notas universitarias,
mi amor por la historia de Cuba, mis deseos de trabajar y la oportuna coyuntura
de que el museo requería de historiadores jóvenes. Un día fui entrevistado,
evaluado y luego escogido y aceptado dentro de un grupo de graduados de
historia e historia del arte, para trabajar en el Departamento de
Investigaciones, dirigido por la historiadora Raida Mara Suarez Portal, del
cual, al poco tiempo, por mis resultados, me convertí en el segundo jefe,
sustituto de Raida para tareas técnicas. A Raida, defectos, problemas,
inclinación sexual, aparte, un día ese museo y todos los seguidores y
admiradores de Leal le deberían hacer un homenaje. Ella, lo puedo asegurar,
muchas veces, casi siempre, fue el verdadero respaldo, el verdadero basamento,
los brazos trabajadores en silencio y discreción, le cerebro pensante, las
manos que escribieron, la coordinadora técnica de todo, para que la figura
pública pudiera brillar.
No lo voy a ocultar, a
las 24 horas de trabajar en ese lugar, me enamoré profunda y absolutamente de
él. No conozco de otro tipo de amor, por lo que la pasión, sobre todo, con la
que vivía por aquellos años, me hizo caer rendido a los pies de aquel lugar,
que además de museo, sumaba el objetivo de trabajo en toda la Habana Vieja.
Calles, plazas, iglesias, edificios, lugares lindos, históricos, agradables,
pero también muchos sucios, destruidos, olvidados, que había casi heroicamente
que rescatar, más las fortalezas militares que, al ser desmontadas como
cárceles por un tema de gobierno y Naciones Unidas, pasaron a ser parte de la
Oficina del Historiador de la Ciudad dirigida por Leal.
Me es grato decir que
trabajé muchísimo, sin día, sin hora. Escribí, investigué metido entre
documentos, cartas, libros muy viejos, llenos de polvo, semi destruidos, di
conferencias, realicé visitas dirigidas al museo y a la Habana Vieja, participé
en eventos científicos, gané premios, me metí en excavaciones arqueológicas,
monté exposiciones, tiré fotos, controlé inventarios, armé y desarme salas de
exposición, pero además, limpie, cargué piedras, pinté, moví muebles y objetos
museables, atendí a investigadores cubanos y extranjeros, participé en
proyectos con extranjeros sobre la historia de la ciudad.
Me enamoré de aquel
lugar, del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, de su patio central, de
sus salas de exposición montadas como en la época colonial, llegué en medio de
mi gran imaginación a ver a los españoles vestidos de uniformes caminar por
aquellos salones. Disfruté de las paredes, las cortinas y los adornos viejos,
aprendí a amar las iglesias y disfruté el sentarme horas dentro de sus
claustros, descubrí los techos y los vitrales, caminé por los rincones de las
inigualables fortalezas militares, donde con un poco de imaginación logré ver a
los soldados españoles defendiendo a la ciudad del ataque de los ingleses.
Leal y yo nos hicimos
cercanos. Si bien es cierto que nunca comí, tomé cervezas con él, ni participé
en unos de sus viajes, la relación diaria de trabajo nos unió. Yo, al decir de él
mismo, lo hacía estudiar mucho, mis preguntas, dudas, cuestionamientos o
aseveraciones sobre determinado hecho de nuestra historia, eran una daga
directa a su cuello. Al no quedarme con los 30 minutos de su “Andar La Habana”,
por cierto, programa donde trabajé tras bambalinas como soporte del autor, lo
obligaba a responderme sobre temas, muchos de los cuales él no quería hablar. Temas
complicados de nuestra historia.
Le agradezco a Leal,
porque en muchísimas ocasiones, yo, que me gané su nombramiento de uno de sus
más cercanos colaboradores, hacía sus visitas dirigidas. Él recibía a la
persona, siempre importante, presidente, ministro, embajador, personalidad
extranjera y comenzaba su historia caminando a paso ligero por las calles de La
Habana, en medio de todo aquello, cuando él lo determinaba, en cualquier
esquina, frente a cualquier edificio, se paraba, me presentaba y me dejaba
solo. Tuve que crecer rápidamente y superarme todos los días, para lograr que
aquellas personas después de escuchar y estar cautivados por Leal, me atendieran,
me siguieran y peor, quedaran satisfechas. Ese amor inicial, me hizo estudiar
como un loco. Me es agradable decir que, durante todos aquellos años, no fui un
tapón de corcho que el director del museo utilizaba, fui un buen profesional para
tener en cuenta, que lograba no sólo que las personas quedaran satisfechas,
sino agradecidas. Leal lo sabía, lo reconocía y lo hacía saber públicamente.
Tengo miles de cuentos,
muchos personales e íntimos, de aquella relación que desarrollamos entre dos hombres,
pues Leal para nada fue homosexual como muchos pensaban, todo lo contrario,
dentro de las paredes del palacio, entre las columnas de las galerías, que no
contaré aquí. Pero lo cierto es que fui considerado por Leal, fui hasta cierto
punto priorizado, a cambio, no de dinero, ni de beneficios extras, eran los
años en que se entregaban en la dirección del museo los dólares que los
extranjeros agradecidos te metían en el bolsillo de la camisa, sino de
reconocimiento profesional, de prestigio, que, por aquellos años que cuento,
eran aún importante.
Recuerdo con agrado,
aquellas sesiones relajadas, donde un grupo de jóvenes, llegué al museo con 23 años,
nos sentábamos a conversar de igual a igual con Leal, para hablar de cosas de
todos los días y una que otra historia que no se podía escribir en los libros. Eran
sesiones íntimas en un ambiente profesional, familiar, cálido, quizás como entre
amigos. Era, por aquellos años, como un protector, que brindaba las paredes de
su museo, si, su museo, como fortaleza para los suyos. Era una fortaleza
infranqueable, donde, por ejemplo, Raida Mara pudo existir.
Se respiraba un buen ambiente
de trabajo, pero sobre todo de colaboración. Los trabajos que se hacían, a
veces extensos y fuertes, se disfrutaban. Así se inauguraron muchos museos
especializados, la Casa de África, la Casa de México, la Casa de la Obrapía, El
Museo o Sala de Automóviles, el Gabinete de Arqueología, la Casa de Asia, la
Casa del Árabe, el Museo de Guayasamín, etc. Así montamos el Museo de Ciencias
Naturales, la Casa de la Plata, etc., pero, además, también inauguramos muchos
lugares comerciales, restaurantes, cafés, con categorías de museos, decorados
con piezas y objetos reales, museables, para lograr que el ambiente interno, no
rompiera con el entorno.
Me resulta agradable
recordar todo aquello, creo que, para cualquier joven graduado de la carrera de
Historia, pero además de la especialidad de Historia de Cuba, el Museo de la Ciudad,
la Oficina del Historiador, el Proyecto de Restauración de la Habana Vieja, eran,
quizás sean aún, el mejor lugar en la capital e incluso, a mi entender en toda
Cuba, para trabajar.
Leal es una persona que
desborda los límites de su cuerpo y actuación, para convertirse en leyenda
viva. La historia a su alrededor es muy confusa y creo que utilizada por él
mismo para vivir. Para unos fue sacerdote, para otros era homosexual, otros lo
acusan de super enamorado de mujeres jóvenes. Dicen que tuvo muchos hijos, que los
atendió y que no los atendió, que era millonario con cuentas en el extranjero,
que era católico, comunista, santero, todo a la misma vez, que era un tipo
humilde que caminaba la ciudad constantemente, que se casó, que se divorció,
que era íntimo amigo de Fidel y de Raúl. En fin, tantas ideas justificadas,
reales y no, que sólo podría competir con él, el conocidísimo habanero “Caballero
de París”.
Cuando llegué al Museo,
a Leal le habían denegado por segunda vez la entrada al Partido Comunista de
Cuba. El dúo de militantes que lo investigó y evaluó, concluyó que no reunía
las condiciones para integrar las filas partidistas. Dicen algunos cortesanos
de la Corte Cubana, que, además, al rey, jefe y dueño de la corte, Leal no le
gustaba, como toda aquella persona que tuviera dominio de la palabra, como toda
aquella persona que pudiera movilizar o convencer. El rey nunca me lo dijo
personalmente, pero puedo asegurar que durante muchos años jamás visitó el
museo, ni sus calles. Jamás y ese jamás fue por aquellos años la explicación de
muchas cosas.
Leal no pertenecía al
grupo de jóvenes que bajó de la Sierra, no era por aquellos años un líder
ideológico confiable, tampoco era un graduado universitario capaz de competir
con los grandes intelectuales devenidos en revolucionarios de aquellos años.
Fue un joven pobre, criado por su mamá sin padre, que parece pasó muchas
carencias cuando niño, teniendo que acompañar a su madre a los trabajos
domésticos que ella realizaba, razón por lo que creo que jugó poco con niños de
su edad, cosa que quedaba demostrada en su poca habilidad física ya de adulto.
Pero fue precisamente y quizás gracias a esas jornadas de trabajo doméstico,
cuando chocó con las grandes bibliotecas particulares y sus primeros
acercamientos a los libros, quizás fue aquello lo que le descubrió su vocación.
Como dije, no estudió
en la universidad siendo joven, ni tan siquiera después lo hizo como alumno diurno,
su graduación vendría muchos años más tarde en aquellas aulas creadas para
trabajadores, por lo que, puedo asegurar que no era bien visto o valorado por
los profesores e investigadores de aquellos años. No pertenecía al círculo de
profesionales, muy prestigiosos, por cierto, de las ciencias históricas. Sus
contactos con la universidad como profesional, por muchos años, fue casi ninguno,
lo que hizo, creo yo, que se refugiara con más fuerza dentro de los límites de “su
Habana”.
Sus orígenes fueron
como un simple empleado del ayuntamiento de La Habana, pero precisamente por
eso, más su vocación obviamente, estuvo en el lugar exacto para comenzar lo que
luego, hasta hoy que murió, sería su carrera. Se dedicó por años a recoger, recopilar
y guardar todas aquellas cosas viejas que los jóvenes revolucionarios en el poder
político desechaban. Carteles, buzones de cartas, anuncios, vitrales, pedazos
de hierros, guarda vecinos, pedazos de balcones, etc., que poco valor tenían
para los que de pronto un día, muchos con muy poco entendimiento y cultura, se
encontraron frente a la dirección del país.
No conoció a Emilio Roig
de Leuchsenring, aunque muchas
personas aseguran que sí. Emilio Roig, Doctor en Derecho, escritor y director
de algunas publicaciones, persona de inclinaciones democráticas, que fue nombrado
oficialmente Historiador de la Ciudad de La Habana en 1935, murió en agosto de
1964, cuando Leal apenas tenía 20 años. Sin embargo, luego con el tiempo, tuvo
la “suerte” de conocer a María, la sencilla y modesta viuda de Emilio y a Alfredo
Zayas, hijo ilegítimo del presidente cubano del mismo nombre, ambos compañeros
de trabajo del Historiador de la Ciudad y con ellos emprendió su primera gran
obra, la localización y recuperación de los muebles y libros de Emilio Roig,
que por aquellas cosas del destino y que pasan en las revoluciones, habían ido
a parar “por casualidad” a las oficinas y casas de los revolucionarios y
grandes intelectuales de aquellos años. Conocí a María, trabajé con Alfredo
Zayas muchos años y participé en la búsqueda y traslado de algunos de los
muebles. Gracias a esa gestión, los muebles de la oficina original, los libros,
la colección facticia e incluso la mascarilla mortuoria de Emilio Roig regresaron
a manos del llamado pueblo.
El gobierno revolucionario
tenía planes para ir derrumbando manzana a manzana a la Habana Vieja, para dar
paso a proyectos nuevos. Esa es la pura verdad. A mi consideración, aquel
pedazo de tierra, llamado intramural por haber sido durante siglos protegido
por la muralla que lo rodeaba, no le interesaba a nadie. Cuando digo planes,
eran proyectos bien definidos en espera de ejecutar. La Habana Vieja por
aquellos años ya era vieja, entonces, ¿Para qué mantener edificios que se están
derrumbando?, ¿Para qué hablar de cultura e historia, lo importante era imponer
la obra de la revolución, poder inaugurar edificios nuevos, hacer parques,
escuelas nuevas, etc. Obras que pudieran hablar del “hombre más grande de la
historia de Cuba”, que precisamente no era Leal.
Puedo dar fe, de la
cantidad de discusiones, casi a diario, que Leal tuvo con las autoridades del
Poder Popular, el partido comunista municipal y, sobre todo, con Marta Arjona,
directora del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología, CENCREM,
una señora vieja, insoportable, que pensaba que tenía a Dios cogido por las
barbas. Puedo atestiguar sobre las enormes fajasones personales y telefónicas
que tuvo para lograr imponerse. Fui no sólo testigo, sino coprotagonista de
acciones conspirativas contra el alcalde de la ciudad vieja, acciones incluso
públicas para restarle poder e importancia a favor de Leal. A nadie le
importaba aquel pedazo de tierra.
En la misma medida que
un grupo nos desgastábamos, dirigidos por Leal en restaurar, recuperar, salvar,
las autoridades políticas y administrativas se ofuscaban en hablar de policlínicos,
escuelas, contabilidad de calles arregladas, tuberías instaladas, problemas delictivos,
etc. Politiquería y más politiquería. Había una concepción de dejar la Habana
Vieja vacía, sin personas, solo museos, lo que significaba sacar a las personas
que allí existían y hacer un lugar lindo para turismo internacional. Una de las
peleas más grandes de Leal, como definición restauradora, fue mantener la vida
dentro del entorno, reparar edificios para que luego fueran mantenidos por sus
habitantes, hacer cafés, bares, restaurantes, donde los vecinos pudieran trabajar
y por qué no, disfrutar. La restauración, como proyecto social, impulsada por Leal
y el grupo que trabajó con él, con influencia de ejemplos de otros lugares del
mundo, fue mantener el lugar vivo.
Entonces es de destacar
que al principio Leal se hizo solo, sin apoyo y peor, teniendo que luchar
contra todas aquellas figuras políticas, que nada sabían de historia, que menos
sabían de restauración y que, a mi modo de ver, poco les importaba todo aquello,
que para colmo estaba lidereado por un tipo medio extraño, que además parecía
medio loco. Por muchos de aquellos años, no se contaba con el presupuesto y los
materiales necesarios, puedo asegurar que muchas de esas obras se hicieron a
pulmón, con pequeñas donaciones de amigos personales de Leal, amigos
extranjeros, lo que luego de beneficiar, perjudicaba porque, ¿amigos extranjeros?
Creo que, hasta aquí,
Leal pudiera haberse muerto hace años y había que haberle hecho un monumento en
el medio de la Plaza de la Catedral o junto a Céspedes en la Plaza de Armas, un
poquito más pequeño obviamente, mirándolo y diciéndole, _” Padre, lo hice”,
o presidiendo la calle Obispo. Creo que se hizo sólo, sin apoyo, sin grandes
presupuestos, ayudado por solo muy pocas personas, muchas de ellas más locas
que él. Caminando y caminando, encaramándose, metiéndose. Luchando contra
aquellos “revolucionarios” a los que no les importaba la Habana Vieja, por el contrario,
eran partidarios de desaparecerla. Fijándose, gritando, diciendo malas palabras
a todos aquellos que trataban de arruinarle su trabajo públicamente o peor,
ponerle zancadillas diarias escondidas o disfrazadas detrás de las sonrisas
para las fotos.
Hasta aquí fue lindo. Trabajar
en el museo y la Oficina del Historiador, cargo, por cierto, que oficialmente
nadie le dio a Lela, o sea, me refiero al nombramiento oficial parecido al de
Emilio Roig, daba prestigio, las personas te saludaban en las calles, te
identificaban. Era lindo porque las paredes y muros, las piedras viejas, las
calles, ofrecían protección. Era lindo porque se colaboraba, se trabajaba en equipo,
sobre todo se amaba todas aquellas cosas viejas y luego todo lo nuevo que se
hacía. Repito, antes de caer en la parte menos linda de mi escrito, Leal, sólo
por eso tiene un nombre en la historia cultural de Cuba, no como el mejor, no
como el primero, no como el más, porque a veces se nos va la mano, sencillamente
tiene un puesto y eso, aunque parezca poco, aunque para muchos no alcance, es
lo importante. Un puesto.
Ahora, como dije muy pocos se van incólumes, entonces para mi gusto, repito para mi gusto, todo un día cambió y todo aquello lindo, amoroso, de equipo y protección, se convirtió para algunos en un infierno. Hoy cuando pienso en el Museo de la Ciudad, me es imposible concluir que se convirtió en una máquina moledora de seres humanos, donde llegó a primar la norma de “estás conmigo o estás contra mí” y la definición ética, escuchada por mí en varias ocasiones de los mismos labios de Leal como estrategia consciente para dirigir, de, “divide y vencerás”.
Entonces, ¿Cuándo
cambio radicalmente todo?
Creo que, en busca de ayuda,
de protección, de una licencia para matar, de un padrino importante para que lo
dejaran tranquilo y quizás los fondos económicos necesarios para continuar su
obra, todo comenzó con el desmonte de las prisiones que estaba dentro de las
fortalezas militares coloniales y su vínculo con las FAR. Le dieron a Leal el
carné del partido comunista, Raúl, con fama de bruto, se lo llevó a una
maniobra militar, lo montó en un tanque de guerra y lo regresó con los grados
de Primer Teniente. Imagino que Raúl, probablemente entre alcoholes, le dijo al
hermano: _” Escúchalo, no es tan malo” y la culminación de esa escalada
política con aquellas dos ideas pronunciadas por Leal, quizás sus dos mejores
frases, en aquella reunión del gobierno:
_ “mis hermanos los negros
abakuá de la Habana Vieja”.
_ “gracias a Dios, el
libertador de Cuba está sentado en esa mesa”.
La primera fue una gran mentira populista, a Leal no le gustaban los negros. Es una frase muy utilizada y repetida, cada vez que alguien quiere parecer popular en Cuba, habla de los negros abakuá, tal como si fueran una medicina. Tengo miles de anécdotas. La segunda, fue la frase mágica que utilizó en aquella reunión, frente a los participantes, pero mejor, frente a las cámaras de la TV que transmitían en vivo para toda Cuba, donde deponía sus armas, se entregaba rendido, besaba los pies, hablaba de Dios para convencer a muchos y elevaba a salvador y libertador a Fidel Castro.
La jugada le funcionó, a partir de ahí puedo asegurar que Fidel visitó nueve veces el museo en un año. La persona que nunca había pisado ese lugar se convirtió en fanático visitante, cada vez que el amigo tuvo un invitado, lo llevaba al museo y en la puerta le decía a Leal: _” Cuéntale de los vínculos históricos que Cuba tiene con …” Daba lo mismo que fuera Singapur, que Burundi, Leal siempre tenía un mambí singapureño o una familia burundense de importancia que contar. Daba igual mover a los muertos de una guerra a otra o hablar de los leones donados al zoológico de La Habana. Siempre, frente al compromiso de lealtad, había algo que decir. Era cómodo para el amigo, llegaba, todo se paralizaba en su presencia y practicado o no, los resultados eran los deseados. Era una garantía tener una colección de mambises, un apellido, una donación que luego permitiera sacarle al invitado lo que se le quería sacar. Si fue así, puedo dar fe, en muchas de esas visitas participé como soporte y apoyo, en otras que no participé a voluntad, me busqué problemas.
Para mi gusto, sólo para
mi gusto, Leal dejó de ser todo lo que había sido y el poder lo emborrachó. El Museo
de la Ciudad, aquel lugar que describí como íntimo, lindo, protector, se
convirtió en una unidad militar, en un departamento de la contrainteligencia. Leal,
para mi gusto, dejó de ser un historiador, un promotor, para convertirse en un
político. El museo se convirtió en una cárcel.
Lo de “estás conmigo o
contra mí” fue el lema que se comenzó a respirar dentro de las paredes. Acabo de
leer, en uno de los tantos homenajes que hoy aparecen en las redes, que Leal en
algún momento, dijo que pedía disculpas por el daño que pudo hacer a personas,
en la búsqueda de lo que él consideraba su verdad. Pidió disculpas porque sabe
que hizo daño, que molió a muchas personas, que se quitó de su camino
ideológico a muchos que, aún siendo buenos trabajadores, pensaban diferente a
él o a lo que él quería reflejar que pensaba. Sabía Leal que el poder no
perdona, era hasta cierto punto fácil fajarse u obviar a Marta Arjona, al
presidente del poder popular, etc., pero si quieres jugar en la gran escena,
tienes que saber que existen leyes no escritas. Si quieres estar junto al Sol, debes
tener cuidado no acercarte mucho o afectarlo, el Sol quema.
A partir de aquel
momento, quedó claro, imagino hasta hoy día de su muerte, que aquello era de él
y para sobrevivir había que bajar la cabeza. Para mí, sólo para mí, como
persona, terminó convertido en un monstruo que, detrás de ese andar rápido y
esa voz melosa, con ese ritmo melódico al hablar, con ese discurso recargado de
palabras, adjetivos, datos no siempre precisos, típico de las arengas intelectualoides
de siglos pasados, sólo le importó su sobrevivencia, aunque como él mismos dijo
en sus disculpas, tuviera que pasarle por arriba a muchos. Creo que en la búsqueda
de una buena sombra que lo cobijara, tuvo que pagar un precio muy alto por ella,
quizá no para él en el plano personal o quizás sí, nadie sabe los tragos
amargos que muchos han tenido que tragar sonriendo.
Es así, muy pocos se
van incólumes. Estamos en presencia de una persona, que no fue un gran
historiador, ser historiador es otra cosa, pero si fue un gran promotor cultural.
Estamos en presencia de un tipo de una buena memoria y una enorme habilidad
para mover la información a su conveniencia. Estamos frente a una persona que
se construyó una forma de comunicación, un personaje, que sabía convencía y
apasionaba incluso a aquellos que no entendían nada de lo que él hablaba. Estamos
en presencia de la persona que “salvó”, por darle una definición rimbombante, a
la Habana Vieja, sobre todo al principio frente a una horda de revolucionarios
desconocedores, desbastadores y devastadores. Que convenció a muchos a
trabajar, en muchas ocasiones, sin presupuesto, sin apoyo, sin dinero o
herramientas, para lograr recuperar, restaurar, reponer, reconstruir o construir
algo lindo, necesario de conservar para otros. Despedimos a una persona, que, sin
ser un erudito, ni un superdotado, logró imponerse en, al menos, una parte de
la intelectualidad cubana de la historia, las artes, la cultura. Ese es su gran
mérito, por eso sólo, sin haber hecho más nada, sin necesidad de dividir, sin necesidad
de aplastar, se ha ganado un lugar en la historia.
Estamos también frente
a un monstruo ególatra, egoísta, utilitario, al cual le gustó y lucho por el
poder absoluto dentro de lo que muchos ya le han entregado, “su Habana”. Todos
repiten, Leal es un genio, es un tremendo orador, pero no pueden repetir nada
de lo que dijo, porque no sabían de lo que estaba hablando. Leal supo que la
buena música instrumental no necesitaba letra para convencer, entonces muchas
veces solo era música.
Leal, como muchos de su
época, fue un burgués vestido de revolucionario, que como símbolo escogió
vestir siempre unos trajecitos sencillos, modestos, del mismo color, sobre tonos
verdes o grises, que cuando uno se acercaba a los botones descubría que eran Christian
Dior, a decir de algunos especialistas, cada uno podía costar cerca de los 500
dólares. Leal fue un, como decimos en Cuba, aprovechado, que recorrió todo el
mundo, con amigos capitalistas, acompañado de jóvenes féminas que pretendía conquistar
o ya había conquistado. Paradójico, por un lado, defensor del comunismo, de la igualdad,
de los negros de la Habana Vieja, pero muchas veces era difícil cogerlo en el
museo, porque sus viajes hacia el capitalismo, con capitalistas, no le daba
mucho tiempo. Leal, el señor caminante de La Habana, el hombre sencillo, el
desinteresado, que almorzaba día tras día en un restaurante de lujo de “su
Habana”, a veces solo, otras acompañado de “un nuevo o viejo proyecto”, en los
mismos momentos que en el museo no había agua, no para lavarse las manos, sino
para beber.
Leal, conocedor de su
aspecto físico poco agraciado, por momentos parecía medio contra hecho, escogió
la voz y el ritmo para trabajar, pero esa voz y ritmo muchas veces también la
utilizó para mentir, para dañar, para quitarse personas de arriba. Quizás al
borde la de la muerte, son esas personas las que le vinieron a la vista y por
eso a ellas pidió disculpas.
Leal, no fue bueno, ni
malo, no creo que haya sido mejor que otros muchos intelectuales, revisen su
obra escrita, no creo que haya sido el mejor de los historiadores, revisen su
obra escrita, no creo que haya sido, por muy duro que parezca hoy frente a su
muerte, ni tan siquiera una buena persona. Sin restarle mérito a lo que hizo,
cosa que ya he reconocido en este escrito, fue alguien que, sobre todo descubrió
cuál era el camino más corto y seguro y a eso apostó, sin importarle más nada.
Fue alguien, quizás inspirado por el ejemplo de Fidel Castro, que descubrió lo
bueno que proporciona el utilitarismo de las personas mientras sirvan y el
desecharlas cuando ya no convenga.
Entonces, sin
sentimentalismo, cojamos su alma y dividámosla en dos partes, enviemos una al
paraíso para que se encuentre con otros que hicieron cosas buenas y enviemos
la otra al infierno, donde dicen que se pagan las cosas malas que se hicieron
en vida.
Tremendo! Te creo. Alla no puede hacerse algo tan sanamente, "sin pacto o compromiso con los duenos de la isla". De veras no habia ni hay atajo, siempre ejercieron y ejercen el poder absoluto. Tu estuviste muy de cerca en su proceso evolutivo, y guardas todo esto que viviste tras bambalinas, en tu memoria y en tu corazon. Y cada cual guardara el recuerdo del contacto que tuvo con el y su efecto ,o el recuerdo de lo hermosa que quedaron las zonas de la Habana Vieja restauradas. Pero gracias, porque es bueno saberlo de una fuente decente y que fue tan cercana a el. Que Dios nos sane a todos y que EPD
ResponderEliminarTe agradezco. Es así. Creo que la obra de rescate y restauración en La Habana y luego su influencia para otras partes de Cuba, tiene un nombre Leal. Es es indiscutible. Fue un tipo incansable, luchador, emprendedor, cuando incluso no tenía apoyo de las autoridades de gobierno, por el contrario. Ahora, no sé porque todos somos tan dramáticos y empezamos con lo de "el mejor", "el más grande", "el único", "el más habanero de los habaneros", cosas de las cuales hasta la misma muerte se queda asombrada. Leal, a partir de determinado momento, se convirtió en un político, entendible pues se echò como padrino el mismísimo Fidel Castro, en el momento que La Habana Vieja producía dólares como resultado del turismo internacional y a partir de ahí, para sobrevivir y más vivir bien, se formó dentro de aquel lindo lugar que describí, del cual me enamoré, la gran casería de brujas. Si, la idea era clara, una vez más, "estás conmigo o estás contra mí", a partir de ese momento no valía lo de ser buen profesional, como en otros tantos lugares en Cuba la idea era ser revolucionario, ser amante de la fugura de Fidel aunque él dijera que el cielo era verde limón. Lamento mucho que quizás los que lean, pueden pensar que frente a la muerte, es mejor seguir diciendo mentira y lamentar la pérdida, incluso preferir morir nosotros. Leal fue un mortal y como muchos mortales tuvo buenas y males actuaciones. Todo dependerá del lado de la tortilla que se esté, si queremos aparecer como los más sentidos, entonces nos quedaremos en lo del lamento, pero a veces ese lamento es tan mentira y es tan hipócrita, como los males que escondemos. Un abrazo.
EliminarRoly: Que lastima que personas que una estima, escriban las manchas del sol. Quien no tiene defectos? cuando hay mediocridades, celos y autoinsuficiencias insuficientes o desconocimiento de algunos temas. Nadie es perfecto, toda persona tiene lados oscuros que nadie conoce, debilidades,en fin descansa en paz Eusebio.Se que hacia donde fuiste te esta esperando Monsenor Carlos Manuel de Cespedes y otros que siempre te quisieron y admiraron.
ResponderEliminarME
Hola. Tu comentario me aparece sin tu nombre, por lo que he pensado en no responderte. Me gustaria saber a quién le escribo, pero como comienzas diciendo que me estimas, entonces te escribiré. Si me estimas, me conoces, entonces sabrás que tengo una edad que me permite estar más allá del bien y el mal. Te puedo asegurar que antes de escribirte, he leído nuevamente, debe ser la vez número 25, mi escrito. Lo primero que no entiendo es: Cómo somos capaces de hablar de las manchas del Sol y no poder ver la realidad, o al menos aceptar que otra realidad existe. Primero creo haber sido justo, mi escrito tiene toda una primera parte de reconocimiento a Leal, describiendo la realidad de lo que significó su trabajo, al menos mientras estuve allí. Te puedo asegurar que trabajé muy cerca de él, para él y con él durante años. Segundo, creo haber dicho en mi escrito que contaría la verdad, pero como sé que lo de la verdad es relativo, entonces cuento sobre mi verdad. Cada letra y cada idea, de las que me hago responsable, responden a lo que viví. Tercero, no hablo mal de Leal, ni tan siquiera describ defectos, no dije que era bisco o cojo y que como decía una compañera muy cercana a él, para acostarse con Leal había que apagar la luz, hablo de actuaciones malas, de oportunismo, de demagogia. Fui lo suficientemente ético para no llenar mi escrito de chismes e incluso de las acciones que Leal tuvo, al final de los años, directamente contra mí, que hicieron a la larga que yo decidiera dejar el paso libre, porque en realidad aquel lugar era de él y no mío. Si, todos tenemos defectos, pero es diferente eso a la mala actuación, a la división, a la misería, al poder desmedido e ilimitado. Todos tenemos defectos, pero eso es diferente al oportunismo. Vuelve a leer mi escrito, sin dejar de estimarme y encontraras, a mi forma claro, ese equilibrio, al final, pudiendolo enviar sólo para un lugar, dije que dividía su alma en dos y la parte buena la enviaría al paraíso, donde entre otras cosas esta esa Mamá Yuya que menciono, que también murió, que también luchó, que también dedicó su vida a una obra, sin hacer daño a nadie. Leal, como muchos otros en Cuba, a partir de determinado momento es un producto que se dejó explotar para fines políticos o el abrazo esos fines voluntaria y sinceramente y para eso hay que crear un cementerio particular. Te cuento, el mismo Leal, en una de aquellas conversaciones que tuvimos, serías, profesionales, me decía que yo era un historiador radical y yo le respondía que no, que sólo quería poner a cada cual en su lugar, en dependencia de lo que la historia demostraba. Desde muy pequeño no creo en imagenes edulcoradas. Se que es difícil, hemos vivido en un momento que tendió al endiosammiento de las personas y de discursos en una sola dirección, cuando aparece una opinión diferente lo primero que pasa es que cuesta trabajo digerirla. No fue enemigo de Leal, él se convirtió en enemigo mío. Conocí personalmente al Monseñor Carlos Manuela, bella persona, muy ilustrado, lo atendí y compartí con él varias veces, es probable que esté esperando a Leal. Todos vamos a morir, tu y yo, entonces tratemos en vida de ser mejores, no como profesionales, sino como ser humanos. Te mandaría un BSO, cosa que suelo hacer con los que quiero, pero como no sé quién eres, pues te saludo.
EliminarLa mente es única así como los juicios emitidos por cada persona... no tengo habilidades para la historia pues no memorizo bien nombres y demás cosas, pero siempre me han gustado los números lo cual denota según algunos especialistas una habilidad para el razonamiento. Me he sentido mal en algún momento por no poder memorizar mi historia más allá de lo docente e incluso otras historias pues las estudié como arquitecto. Pero al final hallo consuelo en el hecho de que mi capacidad de razonar, entender y sobre todo de evolucionar incluso en contra de los estímulos externos, me ha permitido discernir un poco mejor entre las cortinas de humo que levantan algunas personas que se quieren vender con una imagen determinada. La proyección de una imagen para alcanzar los objetivos es algo común en muchas personas, pero el prescindir de este mecanismo es una carga para los que como yo tratan de vivir en un solo mundo y no en dos paralelos. No soy quien para juzgar pues perfecto no soy, sé que nada es lo que parece y del escrito, los comentarios y respuestas veo muchas posibles intenciones pero que al final le toca a cada cual defifinir para sí mismo la real intención. Podría hablar de cosas buenas para luego tener el derecho de decir algunas malas... pero ahora pienso yo... no son buenas ni malas de por sí, son cosas desde las vivencias de alguien... quiero mantenerme neutral pues no arremeteré contra nadie pues creo en el amor... creo que la verdad libera, me considero no comunista, socialistas o capitalista... me considero revolucionario pero no como los que usted menciona... mi concepto de revolucionario es el puro, es el de la persona que está en constante cambio y evolución pues no es perfecta, el que quiere ser criticado constructivamente por amigos y personas no tan gratas, el que cree en las diferencias y en su necesidad... soy revolucionario como los artistas y científicos que cambiaron su época para bien... soy revolucionario de los que piensa que no hay obra humana perfecta pues una persona perfecta no existe y ahí reside nuestra humanidad, en nuestros defectos y en el tratar de mejorar en la medida de lo posible... creo que debemos saber lo bueno y lo malo de todo... fue grata la lectura desde mi punto de vista, es su visión de un Leal, pero cada cual desde sus vivencias lleva a un Leal consigo... no me muevo en ninguna élite... mi élite es la mejor, la única verdadera... mi élite es la del pueblo, la de andar a pie... no juzgo nada por la historia que desconozco o por los eventos de los altos niveles que entre bambalinas se tejen... sólo emito mi criterio en base a lo que vivo... de lo otro no opino... dicen que el fin justifica los medios pero esta frase la creó uno que hizo algo oscuro para obtener algo supuestamente bueno, pero desde el momento que cedemos al lado oscuro por un noble motivo ya nos hemos mancillado lo bello que pudo haber... siempre habrá una opción por más difícil que parezca, es ahí donde la voluntad de cada cual y de su espíritu se pone a prueba... creo que la vida es una prueba y solo la pasaremos si somos "leales" a nuestros principios, juicios y consciencias... solo el maestro Leal sabe donde quiera que esté si fue "leal" a sí mismo... Saludos de un cubano
ResponderEliminarHola Cubano. Agradezco su comentario. Y creo que tiene razón en mucho de lo que dice. Creo más, son muy pocos los casos, a veces hasta desconocidos, de grandes hombres, con grandes obras, que no tengan defectos ellos y sus propias obras. Si recorremos la historia, hoy las pirámides egipcias, las murallas, los castillos, etc., que tanto admiramos, fueron contraídas utilizando manos de obra, esclava, o campesina libre pero mal pagada. Los ejércitos de las grandes victorias entraban y acababan con todo en el territorio enemigo conquistado. Entonces habría que preguntarles a aquellos esclavos, a aquellos derrotados, a aquellos vendidos como fuerza trabajo, qué les pareció. ¿Son más conocidos los que murieron o el caballo de Atila? Cada obra grande, incluso revolucionaria, deja detrás a muchos disgustados, digamos los que en esos momentos no se consideraban tan revolucionarios, los más conservadores o mantenedores de lo que hasta esos momentos era lo común o lo tradicional. Muchos que se preguntaron, ¿para qué cambiar hoy, si así estamos bien? En el caso de Leal, traté, desde m mayor sinceridad contar lo que pensaba, traté de no inundar mi escrito de chismes, ni tan siquiera lo que de personal tuvo el final de nuestra relación. Claro que hasta eso puede llamar la atención porque, también como reconozco y homenajeo, Leal tiene una obra a su nombre, lo que resulta indiscutible y hasta cierto punto admirable. No sé si al final se salvó mucho o poco, no sé si todo lo que se hizo se hizo a la perfección. La Habana Vieja es grande, la destrucción es muy diversa y haría falta mucho tiempo, hombres, y sobre todo recursos económicos y dinero o más dinero, para salarla toda, pero lo que se hizo hasta hace una semana lleva el nombre de Leal, no el Leal de hoy, toda una figura política y de gobierno, sino el Leal que caminaba solo, que sólo tenía a un número de colaboradores que se podían contar con los dedos de una mano, el que por muchos, fue considerado un loco a no tener en cuenta durante algunos años.
EliminarAhora, eso no quita la otra verdad, la que no se ve en el televisor, la que no se puede ver observando una pared o muro arreglado o un simple café de barrio. Esa posición que, para lograr quizás un noble fin, perjudicó a otros. Esa posición que dejó de ser cultural, histórica, para convertirse en política, o sea, más de lo mismo de lo que ocurría en otros lugares. Como usted dice, cada cual tiene su experiencia, yo tuve la mía, que para nada comenzó como mala, todo lo contrario, en mi escrito, que creo además respetuoso y honesto, dije que me enamoré de aquel lugar y que trabajé mucho siguiendo a Leal. Mucho. Luego Leal cambió para la conveniencia de su obra y para la suya propia y su cambio afectó a muchas personas, convirtiéndolas en enemigas, a lo mejor cuando sólo eran “revolucionarias” a la forma en que usted lo define. Me he quedado asombrado de la cantidad de cosas malas que he leído sobre Leal, de su última etapa de trabajo cuando yo no estaba, se le acusa de robo, malversación, oportunismo, etc., cosas de las que no me hice, ni me haré eco en ninguno de mis escritos porque no me constan, no fui testigo, no lo puedo probar. Sé que esto ocurre, Cuba tiene una larga lista de personas de gobierno, incluso creadas por el propio líder Fidel Castro, que se nos presentaron como los mejores, los más cercanos, los más confiables y al pasar el tiempo, él mismo tuvo que quitarlos o fusilarlos, por robo, malversación, enriquecimiento ilícito, vida por encima de la del pueblo, trafico de drogas, posible sedición, traición. Sin embargo, eso no es lo que cuento de Leal, no lo he metido en ese saco, no sé como llevaba su vida privada, por mucho que conozca cómo viven probadamente algunos de los dirigentes de ese país. Leal fue un hombre, con los mismos defectos y virtudes que los míos o los suyos, fue una persona que trabajó y dejó una obra, a lo mejor como usted o como yo, sólo que, para lograrlo, tuvo que moler a algunos, yo no lo he hecho, espero que usted tampoco. No estamos acostumbrados en Cuba a ver los grises, sólo dividimos la historia en blanco y negro, en buenos o malos y la vida real no es así. Ahora muchos quieren recordar a Leal, cuando no lo conocían, cuando lo que vieron fue dos, doce o veinte calles arregladas, sencillamente por snob, por sumarse, por estar a la moda. Algunos lo han comparado con Carlos M. de Céspedes, lo que me parece no sólo absurdo, sino bochornosamente ridículo. Lamentablemente esa no es mi posición, nunca la fue. Gracias nuevamente, Saludos, Rolando. Otro cubano
EliminarHola... disculpe... solo una cosita... veo valiente su actitud de decir su punto de vista pero más valiente hubiera sido si Leal hubiera estado con vida... no lo juzgo a usted, sus criterios ni su móvil de exponer estos hechos ahora pero en mi caso no me gusta hablar de los que no están presentes por muy bajos y sucios que sean pues no se pueden defender... nada... espero no le moleste mi sinceridad la cual me ha acarreado disímiles desavenencias, pero por qué callar lo que pensamos, un debate abierto solo lleva a un camino... el camino de la verdad, la sinceridad y honestidad... no repudio a leal con inquina ni lo defiendo con fanatismo, pero creo que con él en vida hubiera sido algo útil e interesante su exposición... espero que en vida todos tengan el valor de decirme lo que piensan de mí al costo que sea y que luego de mi muerte no haya quedado nada por decir que no haya sido dicho ya... saludos de un cubano... ah... no oculto mi nombre... si así lo desea se lo puedo comunicar con todos mis datos... no escondo mi cara por vergüenza... es que simplemente me considero otro cubano más del montón
EliminarHola amigo cubano. Creo no necesario conocer su nombre para poder intercambiar con respeto sobre nuestras experiencias y vidas. Si no lo ha dado, lo respeto. Es cierto, tiene razón, no es bueno o agradable hablar de los muertos, tal como digo en mi escrito, la muerte por sí sola es tan mala que todos los mortales aparecemos como buenos. Le puedo asegurar algo, trabajé mucho con Leal y puedo asegurarle que tuvimos durante algún tiempo, muy buena relación laboral. Yo fui un joven estudioso de nuestra historia, con muchas ganas de dejar una huella y trabajé muy fuerte. Luego, con el paso del tiempo, Leal y yo nos distanciamos por un solo problema, yo tenía problemas ideológicos. Y es cierto, desde muy joven tuve problemas de los llamados ideológicos, problemas que comenzaron no por una definición teórica profunda, porque a los 13 o 14 años es difícil tenerla, sino por no entender por qué no podía tener el pelo largo o escuchar determinada música, por qué tenía que decir que amaba a quien no amaba en realidad, por qué no podía decir que era un error lo que veía se estaba haciendo. Luego con el paso de los años esos problemas ideológicos si se convirtieron en una forma de pensamiento profundo y consciente, gracias, sobre todo, al estudio. Puedo asegurarle que durante todos mis años de trabajo en el museo que Leal dirigía, siempre le dije lo que pensaba, primero sobre determinado hecho histórico, luego lo que pensaba de él en público, o sean en reuniones y en privado. Puedo suministrarle una lista de testigos. No creo tener mérito alguno por eso, sólo me siento orgulloso de mi mismo y eso me es más que suficiente. Hubiera sido bueno que el artículo que escribí lo hubiera podido publicar en Cuba, hubiera sido bueno que cualquiera allí pudiera expresar sin consecuencias lo que piensa, sobre determinada persona o hecho, pero entonces estaríamos hablando de otra Cuba. Precisamente uno de los problemas que hemos tenido y tenemos es que muchas personas se convierten en dioses intocables, imposibles de alcanzar. Uno de los problemas que tuvimos y aún arrastramos es que, hasta las más francas locuras, tenían que ser reconocidas como genialidades y existen muchas historias de personas que, de buena voluntad, dijeron a los vivos sus verdades y por ello fueron desaparecidos, no físicamente, sino peor. Hubiera sido bueno decirle a Leal todo, claro, pero entonces se estaría agrediendo a un miembro del Comité Central, a una figura de gobierno y eso en la Cuba nuestra es un pecado. La critica sana, la verdad, se desterró de Cuba para muchos aspectos. Leal, ya escribí que, a lo mejor justificadamente para poder desarrollar su labor, se convirtió en uno de esos intocables, que lo primero que no aguantó ya con poder, fue oposición. No soy el único afectado, existen muchas más personas, a las que algunas conozco personalmente a otras las he leído ahora en internet a raíz del fallecimiento de Leal. Lamentablemente el dialogo no existe, la otra idea no es escuchada, la verdad no es necesaria si rompe con determinados intereses. Y eso no sólo pasa con Leal, pasa con miles, incluso con nuestra historia, donde nos hemos dedicado a escribirla a partir de héroes, dioses, incólumes, inequívocos, dorados, cosa que no existe.
EliminarLe hago una anécdota. Me gradué en la Univ con una tesis sobre la Guerra del 95 y la zafra azucarera, en realidad no era un estudio sobre acciones militares, sino las diferentes posiciones ideológicas que existieron teniendo a la producción azucarera como objetivo. Fui tutoriado por uno de los mejores profesores de la Fac de Historia para estoa temas, mi oponente no pudo hacer mas nada que un decoroso papel de oponencia y felicitarme en su evaluación, el tribunal compuesto por prestigiosos profesores especialistas en Historia de Cuba, determinaron que mi evaluación final era de 5 puntos, gané un premio luego en la Jornada Científica de mi Facultad y mi trabajo fue recomendado para publicación. Un tribunal de profesores, que no eran mis amigos, que no me debían nada, determinaron que era bueno para la historiografía cubana publicar mi tesis. Entonces, yo, alumno que terminé con 4.7 puntos de 5 como máximo y trabajador del Museo de la Ciudad, me dispuse a publicar mi tesis por artículos separados. Me citaron en la Biblioteca Nacional para publicar una serie en la revista de la biblioteca. Gran honor para mí, recién graduado y poder publicar en una de las revistas más prestigiosas de aquellos años. Presenté mis artículos y al paso de semanas fui citado por el director, el “compañero” tenía sobre su mesa mis artículos y con un marcador amarillo señalado, aquellos párrafos que yo, que no soy tonto, sabía que podían ser complicados. El amigo me dijo que todo estaba muy bueno, pero que tenia que cambiar esos párrafos, porque así no se podían publicar. Semanas antes Fidel había definido que el futuro de Cuba sería en “Eterno Baragua” y yo, un desconocido cuestionaba algunas actuaciones de Maceo, todo probado con documentos originales. Discusión. Al final el tipo me dijo, o lo cambias o no lo puedo publicar, yo joven, apasionado, le respondí que él era un político, que, si yo cambiaba u omitía los párrafos e ideas, estaba cambiando la historia de Cuba y eso no lo haría. Fin del cuento. El político me dijo, llévate tu artículo, no lo podemos publicar aquí en la revista. Entonces hubiera sido bueno poder publicarlo en Cuba, para que otros historiadores, incluso los jóvenes estudiantes de historia lo conocieran. No pudo ser, porque la idea política o la politiquería se impuso
EliminarEntonces, claro que hubiera sido mejor para mí, que no he contado mentiras, poder hablar con Leal de nuevo, poder haberle preguntado el por qué de su carta cuando necesité una verificación, mencionaba la idea de traición, pero eso en Cuba, de forma seria, profesional, abierta es imposible, al menos en la Cuba que recuerdo personalmente y en la que me cuentan mis amigos y familiares que aún siguen allí. No me escondo detrás de Estados Unidos para dar una idea sobre Cuba, la di, las hice públicas mientras viví allí. No engañe a nadie, mis amigos, mis compañeros de trabajo e incluso mis alumnos en la Univ y en el Instituto de Comercio Exterior donde trabajé muchos años, sabían mi forma de pensar, cosa que me trajo desde la época del museo, varias reuniones con la contrainteligencia. Si, tuve problemas ideológicos, pero sabe qué, amigo cubano, a pesar de estar abiertamente en contra, aunque nunca salí para la calle con un cartel, nunca la robé al gobierno. Soy de esas personas que por amor a lo que hacía, viviendo de un salario que para poco alcanzaba, me negué a dejar mi trabajo, mis estudios para irme a trabajar como maletero, o taxista, o mesero en un restaurante para buscarme dinero extra. Escribí sobre Leal, después que había muerto, sobre todo, porque me parece horrible e injustificable, sólo un gran populismo comparar a Leal con Carlos M. de Cespedes, nombrarlo ahora como el mejor hijo de La Habana, el mismo lugar donde nació Martí, el más patriota de todos los patriotas. Me parece que muchos son muy ridículos. Nada, le he escrito mucho, el problema es que soy un gran conversador. Si lee mi blog se podrá dar cuenta. No tenemos que estar de acuerdo, sólo tenemos que conocer que otras ideas existen. Si eso pasara en nuestra Cuba, una gran parte de los problemas no existirían, la economía y dentro de ella la comida, se resuelven en 5 años, los problemas sociales demoran, según los sociólogos, hasta 100 años para mejorar. Saludos. Rolando.
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