domingo, 22 de diciembre de 2013

La vida no es un ensayo.

Durante muchos años tuve la suerte de acceder a la Revista “Palabra Nueva” que edita la Arquidiócesis de La Habana. Tía Angelita y Tía Georgina las conseguían y me las guardaban, como muestra de esa complicidad genuina que muchos cubanos tienen. A veces la entrega era publica, otras era medio escondida, en dependencia del público presente o del contenido de la revista en una determinada ocasión. Era divertido, en cada cubano vive un agente de la contrainteligencia.

La revista, de circulación muy limitada, al margen de los temas religiosos, que no son mi fuerte, siempre incorpora artículos o ensayos sobre temas sociales, económicos, culturales, de la actualidad cubana. Como no es un espacio dirigido y controlado por el Gobierno Cubano, al menos oficialmente, las ideas que se podían leer en ella, casi siempre correspondían más a la realidad que uno vivía en la calle y al sentimiento de la mayor parte de la población, que lo que uno obtenía de los viciados medios de comunicación oficiales.
Allí descubrí a muchos escritores cubanos que nunca aparecían en otros medios, y sobre todo a autoridades de la Iglesia Católica, como Jaime Ortega Alamino,  primero sacerdote, luego arzobispo, hoy cardenal, no muy amigo de los gobernantes, y a Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García Menocal, por aquellos años director del Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana, cuyos escritos no solamente eran buenos desde el punto de vista intelectual, sino que fascinaban.
Desde hace muchos años, Orlando Márquez, el autor del artículo que abajo reproduzco, es el editor de la revista y por supuesto con mucha frecuencia también deja sus “reflexiones” en ella con artículos de actualidad.
Para una gran parte de los cubanos que salimos de Cuba, a pesar de que nuestra acción marca un antes un y después, quizás un aparente desinterés por las cosas que pasan o puedan pasar en la Isla, cualquier información sobre Cuba nos mueve el piso. Incluso los más renegados o aburridos, cuando escuchan el nombre de esa tierra, paran las orejas y miran por el rabito del ojo.
“La vida no es un ensayo”, es precisamente uno de esos artículos que los cubanos, o al menos yo, quisiéramos leer con más frecuencia. Puedes estar 100% de acuerdo o no con lo que dice el autor, pero evidentemente la posibilidad de reflexionar sobre lo que está diciendo deja el camino abierto para otras alternativas. Además poder leer sobre lo que piensas, hace pensar que no estas totalmente equivocado. 
A continuación reproduzco el artículo completo para los que, como yo, puedan estar interesados.


La vida no es un ensayo
Escrito por Orlando Márquez
El anciano pidió enseguida la palabra, no quería ser ni el segundo ni el quinto, sino el primero en intervenir cuando se comenzara a debatir el primer panel del evento “Un diálogo entre cubanos”, convocado por Palabra Nueva en abril del pasado año. Preguntó cuándo se pondrían en práctica algunas de las propuestas del documento “La diáspora cubana en el siglo XXI”, y habló de las rumoradas reformas migratorias que esperamos por tanto tiempo, del reencuentro natural e integral entre los cubanos separados por la emigración, y de las reformas económicas que permitieran una participación amplia y total de los interesados, de dentro o de fuera, por el bien de la Isla: “¿Cuándo será eso? ¡Porque ya yo no tengo mucho tiempo!”, dijo para concluir su intervención.
Y dijo más… Su exposición sorprendió a unos cuantos, no por lo que dijo sino por quién lo decía. Pero si él precisamente no tenía respuestas, nadie en la sala las tendría. Revolucionario y comunista de siempre, Alfredo Guevara volvió a acomodar el saco sobre los hombros y el cuerpo en la silla probablemente sabiendo que no habría respuestas. Pienso que solo quería compartir su angustia con los demás, una angustia que no tiene colores políticos ni ideológicos, porque es, esencialmente, angustia humana, aunque aquellas la provoquen. Y es cierto que no tuvo tiempo; meses después murió, aunque alcanzó a ver la eliminación del injusto permiso de salida que sí le molestaba aunque no lo sufriera directamente. Otros muchos han muerto sin haber visto siquiera las incipientes reformas actuales, habiendo vivido siempre bajo el peso de las prohibiciones y los controles, los mismos que aún desean mantener los seguidores disciplinados de un polvoriento manual que no incluye un capítulo para hacer la vida normal a los ciudadanos.
La categoría tiempo es demasiado importante como para no darle la atención que merece. Con todo respeto pienso, luego digo, que este proceso de reformas o actualización, debería ser con prisa pero con pausas: con prisa para avanzar de forma expedita y sin titubeos, pero con las pausas estrictamente necesarias que posibiliten redireccionar el cauce o apartar los obstáculos estructurales o humanos que impiden el avance.
Si pensamos en la situación cubana de hace siete años, no es tan difícil reconocer los cambios ocurridos en la sociedad, casi todos de orden económico, pero con repercusiones en el orden social y, de algún modo, en lo político. La decisión más importante y digna de todo reconocimiento, ha sido la de eliminar el permiso para viajar al exterior –salvo en casos que restringe la ley–, porque a pesar de otros controles que todo Estado ejerce sobre los ciudadanos, este es un importantísimo reconocimiento a la libertad de movimientos de los individuos, derecho humano fundamental, tanto como el derecho a la salud o a la educación, garantizados ya desde hace mucho tiempo. Pero ese y otros cambios, por ser tantas las carencias y las restricciones acumuladas, resultan apenas perceptibles mientras no beneficien a un sector cada vez más amplio de la población, ni incidan en los índices económicos.
La actual propuesta de alcanzar un “socialismo próspero y sostenible” indica, nada más y nada menos, que antes habíamos vivido un socialismo no próspero y no sostenible. Y no es poca cosa, porque el antes significa cinco décadas, el tiempo de más de tres generaciones de cubanos. Basta ver lo que podemos hacer en cinco minutos –desde nacer o agonizar hasta la muerte, escribir un mensaje, leer una noticia, levantar un pedazo de pared o ayudar a un amigo–, para reconocer la importancia del tiempo. Duele demasiado saber que no lo hemos aprovechado como debíamos, porque no se trata de un bien material que puede ser recuperado en otro momento. El tiempo perdido no vuelve, porque nunca lo hemos poseído, no podemos recuperarlo ni adquirirlo en propiedad, tan solo medirlo y ocuparlo bien o mal, nada más.
De modo que cuando hablamos de recuperar el tiempo, en realidad indicamos la voluntad de aprovechar mejor el tiempo presente. Se puede hacer en el presente lo que no se hizo en el pasado, pero las ventajas de hacerlo hoy ya no benefician del mismo modo ni a las personas ni a la sociedad, ni tienen las mismas consecuencias, porque el tiempo de las personas que ya no están entre nosotros, sus energías y capacidad de respuesta, se fueron con ellas, a la tumba o a otro país.
Por ello, es importante que el proceso de reformas iniciado avance de forma expedita. Es comprensible que se intente evitar el desbordamiento, o el desboque de los “caballos del mercado”, pero tal criterio no puede pesar más que las urgencias económicas y existenciales de las personas, las familias y el país; ni tampoco impide –más bien fomenta– la burocracia, el mercado negro y el enriquecimiento ilícito. Hallar el punto de equilibrio entre las consideraciones políticas y las demandas ciudadanas es siempre el reto de todo servidor público, y eso es precisamente lo que le permite lograr la confianza ciudadana.
La cuestión del tiempo en este proceso de reformas es importante por varias razones.
Primero, porque lo que se ha anunciado, por muy escaso de especificidades que haya sido, suscita expectativas muy naturales en una ciudadanía preparada para conquistas mayores, pero con espacios muy limitados y mordida por el desaliento; y el desaliento ciudadano no es buen aliado de nadie ni de nada.
Segundo, porque a pesar de lo puesto en práctica, los indicadores económicos y la canasta familiar siguen siendo escuálidos.
Tercero, porque no se puede aspirar a construir un país y una sociedad prósperos si no se posibilita la existencia de ciudadanos prósperos y no se abren las puertas a las fuentes de finanza que generen prosperidad, lo cual no elimina la propuesta de la función social de la riqueza. La idea de un país rico sin ciudadanos ricos puede parecer original pero no lo es, pues eso fueron la Unión Soviética y la China de Mao: países de grandes riquezas habitados por pobres.
Cuarto, porque las estadísticas y pronósticos nos anuncian, sin disimulos, que para el 2030 seremos un país con el 30 % de la población con más de sesenta años, similar a algunos países desarrollados pero con una peculiar diferencia: nuestro tercio en edad adulta y no productivo, sería un sector pobre en un país subdesarrollado y pobre.
Quinto, porque si lo anterior se cumple como se pronostica, tal vez el mejor modo de enfrentarlo sea crear condiciones que, por un lado, estimulen la natalidad y, por otro, desincentiven la emigración e incentiven la inmigración de gente más joven dispuesta a trabajar e invertir aquí capital y conocimientos, incluidos cubanos emigrados dispuestos a regresar.
Sexto, porque es una pérdida de tiempo insistir en la ineficacia probada de la propiedad estatal sobre toda rama de la producción y los servicios; resultan demasiado aburridos y absurdos los mismos llamados a la eficiencia, al control y a la disciplina laboral en las empresas estatales, publicados en la prensa oficial hace veinticinco años o la semana pasada.
Séptimo, porque la desventaja económica y tecnológica, tanto del país como de los ciudadanos, nos coloca en una posición vulnerable ante la necesidad de insertarnos en una economía globalizada y la posibilidad del levantamiento del embargo-bloqueo de Estados Unidos.
Octavo, porque la estabilidad económica y la prosperidad personal y familiar, pueden ser un medio eficaz –no el único– para ese noble fin de recuperar determinados valores ausentes hoy en la sociedad; “la necesidad carece de ley”, según el viejo apotegma, y muchas de esas conductas antisociales e inmorales son provocadas, en parte, por las escaseces materiales acumuladas generacionalmente y sus consecuencias: el robo en las entidades estatales, la imposición de controles que contradicen la libertad que se pretende defender, el irrespeto a la autoridad, el tráfico de influencias de quienes ocupan altas responsabilidades y obtienen bajos salarios, la falta de viviendas o el deterioro urbano.
Noveno, porque acelerar la reforma o actualización y generar riqueza, sería el mejor modo de detener, y remontar después, la decadencia de los dos sectores más importantes de la sociedad: la salud y la educación.
Y décimo –y no menos importante–, porque cuanto más avanzado esté el proceso de reformas, más propicio será el escenario para quienes tendrán la responsabilidad política de conducir el país en el futuro inmediato. Tienen razón los obispos cubanos cuando afirman que “la mejor herencia que podemos dejar a las generaciones futuras es… trabajar por lograr un presente mejor” (“La esperanza no defrauda”, no. 22).
“La economía, estúpido”, fue la frase ya antológica de James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, que dio el repunte y la victoria al candidato demócrata en 1992 sobre el aparentemente imbatible George Bush, entonces más preocupado por la política internacional. Y es cierto que la economía es muy importante, como lo demuestra este mismo proceso de reformas o actualización que intenta, además, poner orden donde ha prevalecido por tanto tiempo el desprecio a las leyes económicas, y no por falta de talentos y buenos criterios de especialistas formados aquí mismo y pocas veces tenidos en cuenta.
Pero para la Iglesia –y el cristiano–, la esencia del tema es más compleja y rica. Contrario a lo que algunos suelen, con cierta ligereza, interpretar, no se trata de un favoritismo por el mercado y el rechazo a políticas que buscan mantener en el mínimo posible las brechas sociales. Ya sabemos que, entre nosotros, las críticas no oficiales, ciertos señalamientos de orden social o simples llamados de alerta, pueden ser interpretados por algunos como postura de enemigos. Para la Iglesia –y para mí en lo personal–, no se trata de una elección teológica entre capitalismo y socialismo, ni de reducir la cuestión a meros índices económicos o gritos de denuncias de masas.
Hay algo que está por encima de la economía, la política y los partidos: es la persona, es el ser humano el centro de la cuestión, el sujeto supremo en la lista de prioridades, el eje alrededor del cual se genera, y adquiere su auténtico valor, todo proyecto social. Creado libre por Dios para vivir siempre en libertad, para buscar la verdad y emprender acciones que lo dignifiquen en cuerpo y en espíritu, es el ser humano, en su condición individual y social, quien debe ocupar siempre el foco principal de toda acción política, económica, cultural y social. Ante la libertad y dignidad del hombre, de todos los hombres, todo proyecto social solo es útil si las reverencia y les sirve.
Esa libertad y dignidad han de prevalecer en el tiempo que vivimos en este mundo y la vida no es un ensayo, tenemos la oportunidad de vivirla una sola vez, y ese tiempo es sagrado.


sábado, 21 de diciembre de 2013

Invierno

Sigo escribiendo, no quiero que se me olvide.

Hay que estar loco para irse de Miami, fue una de las ideas que mi hermano Igor me dejó de tarea en los últimos días de mi paso por la Ciudad del Sol. Tarea que me ha acompañado durante todo este tiempo de vivir en Lincoln, ya casi un año.

Y creo que hasta cierto punto tiene razón. Hay que estar loco, no solo para dejar Miami, sino para vivir. Los muy cuerdos pasan mucho trabajo.

La primera locura es abandonar tu país de origen, independientemente de dónde esté y de cuáles sean las condiciones. Dejar atrás tu historia, tus pocas o muchas pertenencias, aquellas que lograste con sacrificio y disfrute, renunciar a la parte buena de tu familia y amigos y sobre todo, lo más importante para mí, prescindir de lo que conoces y de lo que te conocen. Entonces en busca de un “futuro mejor”, meter tu vida en una maleta y salir a “tumbar monte”.

Hay que estar medio loco para llegar a un país desconocido, donde alguien te puede esperar o sencillamente nadie te espera y pretender no solo tumbar monte, sino, de forma acelerada edificar una vida en él. Nuevos idiomas, nuevas costumbres, nuevas caras y sobre todo el tiempo diciéndote constantemente, casi no tienes tiempo.

Al principio sientes que has mejorado, que te has quitado de arriba las presiones de un socialismo deforme, caprichoso, absurdo. Tu vida estaba tan deteriorada, sobre todo en el plano espiritual,  que la sola idea de respirar otro oxigeno te parece un gran logro. Luego con el paso de los días, a pesar de las reales mejorías, lo de estar medio loco comienza a aparecer con intermitencia frente al lente de tus ojos.

Das vueltas tratando de acomodarte, de hacerte del pedazo de tierra que pisas, como diríamos en buen cubano, de aplatanarte. Te mueves. Nuevos trabajos, nuevas casas, nuevos amigos. Vives pensando en el futuro mejor, sin poderte desprender definitivamente de tu pasado, el cual, bueno o malo, lo arrastras todo el tiempo.

Para muchos comienzan a pasar diferentes escenarios, diferentes países, para otros el camino puede ser más corto, hasta que llegamos a la “tierra prometida”, cuya fertilidad, no importa cómo y cuándo llegamos, no importa lo que somos y sabemos, pensamos nos permitirá cosechar y sobre todo nos permitirá cosechar mucho y en corto tiempo. Equivocados. La idea de cosechar cada día se hace más difícil. Lo del corto tiempo, por el buen camino, sencillamente no existe. Estamos en el 2013.

En mi caso, la locura me dio por venir a Lincoln, capital del Estado de Nebraska. Nada de lo anterior que viví, se parece. Es totalmente diferente a toda experiencia precedente. Es lindo, agradable, organizado, pero cuesta trabajo penetrarlo para poderse sentar a descansar.

Es tan diferente para nosotros los cubanos, que tenemos invierno definido, tal como en los libros y el invierno es con mucha nieve y hielo, por tanto muy frio. Lo que hasta ahora llamamos invierno cubano, nada tiene que ver con lo que se vive en este lugar. El invierno suele ser un buen profesor. Tienes que aprender rápido o lo que te espera es el sufrimiento.

Primero necesitas cambiar tus ropas. De short y pullover, pasamos a pantalones largos, quizás calzoncillos térmicos, ropa de mangas largas, abrigos, gorros, guantes e incluso algunos, mascaras. Luego necesitas aprender a vestirte. La idea no es meterte un gran abrigo arriba y salir del tema. La idea es vestirte como si fueras una cebolla, o sea, por capas, partiendo de adentro hacia fuera, de lo más fino a lo más gordo.

Lo otro es aprender a caminar. Si sales y hay nieve solamente, no hay problemas, pero si hay hielo debajo de ti, tienes que caminar como si estuvieras pisando huevos, porque de que resbalas y te caes, resbalas y te caes. ¿Zapatos lindos, de esos de flores y hebillas doradas y taconcitos? Nada de eso, todo el mundo anda en botas. Algunos en botas de 20 dólares, otros en botas de 200 dólares, pero todo el mundo anda en botas. Genial temporada para las mujeres de patas flacas. Adoran el invierno.

Manejar se convierte en un pequeño problema, pues tienes casi que pasar un nuevo curso de manejo, sobre todo cuando nieva y llueve a la misma vez, o la nieve se ha congelado sobre la calle. Hay que reducir drásticamente la velocidad, a veces no puedes subir de 20 millas por hora y sobre todo cambiar absolutamente la forma de frenar. Si pones el pie sobre el pedal del freno y lo aprietas tal como lo hacemos por costumbre de una sola vez, el patinazo no te lo quita nadie de arriba. El freno hay que tocarlo poquito a poquito, con la puntica del pie para lograr parar sin que se forme la desagradable. Si el carro patina, pues déjalo patinar y que pare cuando él quiera, si te fajas con el timón tratando de controlarlo, el problema es peor.

La primera misión es salir de tu casa y quitar la nieve o el hielo que esta sobre tu carro. Es agradable la primera vez. La segunda deja de ser cómico y después de la tercera ya no puedo contar lo que puede venir a la cabeza. Ya pueden imaginar, guantes, gorros, palitas plásticas para raspar cristales, liquido anticongelante, torpeza en las primeras pruebas, tiempo antes de salida, porque en la bobería de la nieve se te van minutos y entonces llegas tarde a donde tienes que ir.

Una de las cosas más desagradables según mi hijo Jonathan, es orinar. La tarea de sacar lo que en los libros llaman pene de su cálido y acogedor lugar con las manos frías, con temperaturas por debajo de 0ºC es una tortura. Lamentablemente no se puede hacer con guantes, se necesitarían guantes de cirujanos y esos no sirven para el invierno, por lo que tienes que quitarte los guantes, buscar y buscar dentro de la portañuela y obligar a salir a alguien que se niega rotundamente a abandonar su lugar. Estamos pensando en fabricar unas pinzas térmicas para enfrentar la acción.

Para los que quieran venir a vivir aquí, les aseguro que serán bien recibidos, tendrán casa y comida caliente y el cariño del trópico, que es diferente al cariño americano, solo les aconsejo, estén donde estén, pasar antes un curso intensivo de locura. 

Para que vean que todo esto es verdad, les dejo unas imagenes. Les cuento, hay que estar medio loco para ponerse a tirar fotos con tanto frio, cosa que como pueden imaginar tampoco se puede hacer con guantes. Los que aquí viven desde hace años, dicen que aún no es nada, que recién está comenzando el invierno.















miércoles, 4 de diciembre de 2013

Farmland. The Nightmare. (segunda parte)

¿Cómo es el proceso? Pues bien sencillo, las piernas de puerco crudas, llegan en rastras desde diferentes lugares de este país, dentro de unas enormes cajas de cartón a las que se les llama combo, pesando, más o menos entre 15 y 17 libras cada una. Los combos son depositados en una máquina que los mueve hacia los inyectores. Estos inyectores, que no se rompen nunca, con no sé cuántas agujas, le inyectan la salmuera, un líquido muy salado y medio turbio, que con el tiempo llega a convertirse en abrasivo y quema. Al salir de esos inyectores que no se rompen, las piernas se trasladan sobre unas esteras chorreando líquido todo el tiempo, hasta los cuernos, máquinas donde se les mete dentro de una funda de tela, con presillas a ambos lados y de ahí vuelven a las esteras para ser colgados.

Entonces entramos nosotros en acción. La misión era coger la pierna de puerco, ahora con aproximadamente 27 o 30 libras, producto del líquido inyectado y ponerla en una estructura de hierro, llamadas árboles de jamón,  que tienes a tus espaldas.

Los árboles de jamón tienen 5 divisiones o pisos. El trabajador que está abajo es encargado de llenar los dos primeros pisos, de abajo hacia arriba, primero el frente y luego darle la vuelta para poner piernas por detrás. En total pone 24 piernas. Cuando termina, empuja el árbol para que lo cojan los de arriba. Entonces los de la plataforma alán el árbol y son los encargados de poner primero 18 piernas, darle la vuelta y poner las otras 18 piernas restantes. En total 60 piernas de puerco, que suman con árbol y todo cerca de 2000 libras.

Teóricamente parecía fácil, pero, la primera pierna de puerco que cogí, se me cayó de las manos, la segunda, se me cayó de las manos, no había forma de que pudiera cogerla de la estera y colgarla en el árbol. Miraba a Jonathan, tratando de mantener la cordura de papá trabajador y fuerte y me parecía que él estaba en lo mismo, luchando para que las piernas no se les fueran de las manos. La tercera pierna se me resbaló también. Puede parecer exagerado, pero es exactamente la verdad de lo que ocurrió. Debo recordar que he tenido la suerte de trabajar toda mi vida, desde que era casi un niño, con las manos, lo que desarrolla ciertas habilidades y crea ciertas posibilidades, no obstante tuve que ponerme fuerte, porque los primeros intentos fueron fallidos. Entre la funda sin mucha holgura para el agarre, el peso de casi 30 libras y las piernas chorreando líquido, aquello se convertía en algo casi imposible.

 A mí me parecía que todo el mundo me estaba mirando. Como era el nuevo, era de suponer que la mitad de la planta estuviera observando mis posibilidades y entonces era peor. Luego la presión aumentaba porque las piernas no se pueden caer al piso y enseguida que esto ocurre tienes a alguien al lado que, con gestos poco amistosos, te anima o regaña, nunca lo llegas a saber bien.  A esa hora da lo mismo.

El cuento es peor, porque si esto fuera una sola vez en la mañana, no hubiera problemas, pero lo que pasa es que las piernas vienen por la estera para arriba de ti, cada un segundo y medio, o sea, si te demoras en coger la pierna de la estera, si te trabas a la hora de ponerla, si se te caen y te entretienes con lo ocurrido, cuando viras  la cara al frente tienes un tremendo rollo formado sobre la estera. Las piernas comienzan a amontonarse, a trabarse, incluso a caerse y entonces sí que estas en problema. Lo de alguien a tu lado que te anima desaparece y los gestos son siempre de regaños. La única persona amorosa en todo esto era el Ruso, responsable de nosotros, quizás apenado por el duro trabajo, siempre venía con cariño.

La idea sencilla de coger la pierna, virarte y colgarla en el árbol, se transforma en una pesadilla, pues las piernas no dejan de llegar y no puedes parar la producción. Cuando se amontonan frente a ti y se encaraman unas sobre otras, es peor, porque entonces no puedes ni sacarlas de la línea. A uno le parece que todo el mundo lo está mirando y sientes que la presión aumenta. Las piernas no traen una argolla para colgarlas, ni tan siquiera la funda está diseñada para tal función. Los arboles tampoco están acondicionados, así que lo de colgar es sencillamente agarrar la pierna de puerco como puedas y meterla a la fuerza sobre los barras de acero de los árboles. Al principio te vez agarrando las piernas empapadas con los dos manos, los dos brazos, la barriga y el pecho y tirándola, literalmente tirándola, contra el árbol para ver si tienes suerte y se quiere quedar ahí. Lo otro, lo de la profesionalidad al principio, es un cuento

Como no todo es perfecto, a veces las piernas de puerco vienen a medio meter dentro de la funda de tela, o las telas vienen rotas o peor, a veces viene dos o tres piernas unidas por la tela y entonces los que trabajan sobre la plataforma de arriba, además de colgar las piernas, girar el árbol y empujarlo para sacarlo de la línea, tienen la misión de desvestir la pierna, quitarle la tela, separarlas y tirarlas para otra estera para que vuelvan a pasar por los cuernos. No puedo reproducir con palabras lo que ocurre. Sería perfecto poderlo filmar y así y todo no es lo mismo que vivirlo, mejor dicho sufrirlo.

Los primeros días fueron agotadores. Jonathan y yo sólo nos reuníamos en los recesos o la hora de almuerzo para fumarnos un cigarrito, a veces dos de corredera, antes de volver a entrar. Pero como el tiempo lo resuelve todo, poco a poco fuimos cogiendo el ritmo de máquina. Empezamos a trabar los jamones y colgarlos bien en los árboles, empezamos a tener tiempo incluso para ayudar a uno de nuestros compañeros de estación, porque el hombre a todo se acostumbra y si del cielo te caen piernas de puerco, pues aprende a colgarlas en el árbol.

Como el trabajo es muy, pero muy fuerte, se utiliza un sistema de rotación para que la gente no se funda. Entonces se intercambian las líneas y las posiciones dentro de ellas y aunque sigues colgando jamones sientes, al menos en los primeros momentos, el beneficio del cambio.

La otra tarea que te permite descansar un poquito es empujar árboles. Los arboles cargados de piernas de puerco son sacados de la línea con un empujón bestial o salvaje por los cargadores y entonces hay que empujarlos por toda la planta para llevarlos a la pesa, donde se les contabiliza y luego hay que seguirlos empujando hasta las casas de humo para que sean cocinados durante 12 horas. La tarea de empujar árboles en comparación con la de colgar piernas es una “bendición”. A pesar de las casi 2000 libras que estas empujando, el trabajo te permite moverte de un lugar a otro, cogerte unos segundos, exactamente unos segundos, entre un árbol y otro y quizás hasta echar un descansito a la sombra de un árbol.

No deja de ser complicado porque la planta es una planta vieja, los arboles están colgados de un rail desgastados con diferencias entre ellos, las ruedas se traban, hay que cambiar switch en los raíles para llegar a los lugares destinos, y sobre todo, al estar las piernas colgadas chorreando líquido, todo el tiempo estas mojado, por momentos empapado de la salmuera de color turbio, a tal punto que cuando empujas árboles te da la sensación de que está lloviendo sobre ti. No obstante, con todo lo viejo de los raíles y las ruedas de las árboles, las casi 2000 libras de peso y la mojadera, es preferible empujar árboles que colgar piernas de puerco.

Nuestro amigo Richard, hermano del Ruso que trabaja en otra planta de carne en Oakland, Iowa, siempre me dice que se empieza a valorar cada segundo de tu jornada laboral y es muy cierto. Cuando paras por segundos o escasos minutos sientes el descanso. Cuando se rompe una máquina, hay demora en la descarga de las piernas o se forma algún lío y hay que parar, sientes como si estuvieras de vacaciones. La simple conversación con alguien que te está explicando algo o el tiempo que transcurre entre que estas en un lugar y te mandan para otro, es sencillamente adorable. Aquí si cada minuto cuenta.

La planta tiene dos turnos de trabajo, uno que comienza las 7:00 am y el otro que comienza a las 4:30 pm. Todo el tiempo sin parar, solo los escasos minutos que dan para el receso en la mañana y el almuerzo.

En temporada alta, o sea, de mayor consumo de jamón, ésta planta procesa 1 000 000 de libras de carne de puerco diariamente. İUN MILLON!!!!!!!!!!. No sé exactamente de dónde sale tanta carne, no puedo llegar a representármelo.

Para los pocos conocedores o los que fueron muy afectados por el llamado Período Especial en Cuba,  les recuerdo que los puercos solo tienen dos piernas traseras que son las que se utilizan para hacer jamón, al menos en esta planta, o sea, solo dos piernas traseras por puerco, lo que me hace pensar en la cantidad de puercos que hay que criar y luego matar para mantener este ritmo. Más complicado el pensamiento porque esta planta es solo una de las doce plantas que ésta compañía tiene en todo el país. ¿De dónde sale tanto puerco? ¿Tendrán una especie de cerdo que tiene seis u ocho piernas en la parte de atrás? Todavía, como cubano que soy, me cuesta trabajo digerir estos números.

No hay escape, todavía lo estoy escribiendo y me parece mentira el número. Un millón de libras de carne por día. A veces deseaba que las rastras no llegaran o se rompieran las máquinas para coger esos minutos de los que tanto Richard nos había hablado, pero nada, las maquinas apenas paran y las rastras no dejan de llegar sin importar la nieve ni la lluvia.

Con el paso de los días nos acostumbramos al trabajo. Jonathan, lamentablemente tuvo que dejarlo como a los 15 días, porque un movimiento brusco tratando de cumplir con su responsabilidad de cargar jamones, le desgarró unos músculos en la pelvis. Lo llevamos al médico, por suerte no pasó de ahí, pero le indicaron que no podía seguir haciendo ese esfuerzo físico tan fuerte.  

Yo tuve que continuar solo. La salida de la casa era difícil, pues aunque estábamos en marzo, las mañanas seguían siendo muy frías, con nieve incluida. Extrañaba a Jonathan y su compañía para salir antes de que apareciera el Sol y para las conversaciones intimas a la hora de los recesos. Ahora sólo me quedaba el Ruso.

Poco a poco le fui cogiendo el ritmo a la cosa y sin llegar a ser obrero destacado, cumplí con mi trabajo. Un día cargaba jamones, otro empujaba árboles, un día el Ruso para tirarme un salve me ponía en la línea de producción después de los cuernos para sacar los jamones que no entraban para ser metidos en las fundas, lo que comparado con lo de cargar o empujar si era un verdadero jamón.

Además de hablar solo, parece que todos los que trabajan en fábricas lo hacen, no tuve otra afectación, al menos visible. Mi corazón, preocupación grande por el enorme esfuerzo físico que estaba haciendo, resistió.  Al final de cada día,  luego de la jornada laboral, lo único que deseaba era llegar a mi apartamento, tomarme uno, dos, tres cafecitos bien caliente y tirarme en el piso todo el tiempo que pudiera.

Farmland no acabó conmigo. Nunca antes había trabajado en un ambiente de fábrica, menos al ritmo de los Estados Unidos, donde las maquinas no se rompen mucho, las rastras no dejen de llegar a la hora indicada y los puercos parecen tener varias piernas traseras. A pesar del enorme esfuerzo físico que tuve que hacer, fue una novedosa experiencia, que nos permite valorar lo que hemos tenido y lo que podemos tener.

Fue mi primer trabajo aquí, fuerte tal como le toca a muchos emigrantes que acaban de llegar. Del Ruso haber sido congresista, de seguro nos hubiera resuelto un puesto en el Congreso. ¿A quién mejor que a nosotros? Pero Farmland es lo que tiene. Fue lo que nos prometió. Y eso nos tenía reservado tan pronto pusimos en pie en Lincoln.


Fue una novedosa experiencia, para una vez en la vida está bueno, pero para ser sincero, como no puedo entrar de casco rojo, no la quisiera volver a pasar nunca.

Farmland. The Nightmare. (primera parte)

Como nos había prometido el Ruso, “…, primero empezar a gatear para luego caminar….”, a los 10 días de vivir en Lincoln, Jonathan y yo, estábamos entrando a nuestro primer trabajo oficial en Estados Unidos.

El lugar, Farmland,  una planta de producción de jamón y otros derivados del cerdo, donde nuestro amigo el Ruso es Supervisor desde hace varios años y goza de una buena reputación y relaciones, lo que le permite resolver dos trabajos a la misma vez de la noche a la mañana.
Si fuera a terminar aquí mismo este escrito, sólo diría que el trabajo fue como el representado por Charles Chaplin en la película Tiempos Modernos, sólo que multiplicado por dos, tres o diez veces, pero como ésta experiencia fue muy novedosa para nosotros y quizás para muchos de ustedes, trataré de contar los detalles.  Desde ahora les advierto que ni el mejor escritor podría transmitirles exactamente lo que significa trabajar en una planta procesadora de carne. La experiencia hay que vivirla.

Después de pasar por el trance de salir de la casa a las 6.30 am,  en una mañana helada de Febrero, Jonathan y yo, animados, nos encontramos en un cálido salón de Farmland, junto a otras personas para comenzar nuestro periodo de orientación. Durante varios días nos tuvimos que meter conferencias sobre seguridad laboral, accidentes de trabajo, relaciones interpersonales, etc., al punto de aburrirnos. Aunque de hecho ya estábamos ganando dinero, deseábamos pasar a la acción, lo importante era comenzar a trabajar.

Recuerdo que una de las entrenadoras de origen vietnamita, al observar que el grupo se aburría, nos dijo que aprovecháramos  y disfrutáramos el momento, porque después lo íbamos a desear enormemente.  No entendí el por qué decía eso, me pareció un poco exagerado. Luego, ya trabajando, la sonrisa agradable de la vietnamita me vendría a la mente cada un segundo y medio.

El entrenamiento incluyó un tour por la fábrica. Se veía bien, todo el mundo vestido de blanco o azul, con cascos de diferentes colores, ocupados y sonriendo a nuestro paso, lo que además de organizado, me pareció lindo. Qué bueno pensé yo, nos dan la bienvenida y todo, esto es como en las películas, casi perfecto. Luego descubrí que nada de bienvenida, la sonrisa quería decir: los pobres, no saben lo que les espera. Quizás alguna sonrisa  más grande gritaba: vaya carne fresca, prepárense para lo que les viene para arriba. 

Llegó el momento de decidir y nosotros ingenuos, pero fieles, pedimos ir para la parte que dirige nuestro amigo, justamente donde se trabaja con la carne cruda, el trabajo no podría ser tan complicado y fuerte como no poder hacerlo. Entonces nuestra entrenadora, ahora de origen mexicano, también con una gran sonrisa, nos depositó muy cariñosamente en las manos del Ruso. Hoy cuando miró a ese momento, me parece que con sonrisa y todo, se paró detrás de nosotros y con el pie nos empujó al infierno.

Las plantas de producción son parecidas al ejército. Todo el mundo está vestido igual y la diferencia está en los grados que poseas.  En Farmland, la jerarquía está en el color del casco que tengas puesto. Existen cascos de todos los colores: azules, verdes, carmelitas, rojos, amarillos y blancos, cada uno de ellos con una función y poder bien definidos. En nuestro departamento la mayor graduación es la de los cascos rojos, superintendente y supervisores, que dan órdenes a los cascos amarillos, que son líderes o guías dentro de las líneas de producción, estos para no quedarse con el problema dan órdenes a los cascos blancos, o sea, en la escala jerárquica a los cascos blancos le da órdenes todo el mundo. Nosotros justamente éramos cascos blancos, así que ya pueden imaginar.

La fábrica trabaja a una temperatura estable entre 37º y 40º F, por lo que, a pesar de todo lo que tienes puesto arriba: botas de goma altas, bata de mangas largas, delantal de nylon, guantes de tela, más guantes de goma, espejuelos plásticos protectores, malla para el pelo y la boca y un casco plástico, además de tapones para los oídos, lo primero que uno siente cuando comienza a trabajar es frio. Luego a los pocos minutos de estar en movimiento comienzas a sudar, a veces copiosamente,  y lo que deseas es quitarte todo lo que tienes arriba, incluyendo la ropa que trajiste de tu casa. Por momentos descubres que has sudado tanto como si estuvieras en un gimnasio.

La definición del mi  trabajo era extremadamente sencilla, quizás la más sencilla que he tenido en toda mi vida laboral. En muy pocas palabras, estaba allí para colgar jamones y empujar árboles. Esas son las letras grandes del contrato, las que todo el mundo lee, pero lo que nunca leímos fueron las letricas chiquitas, es ahí donde está la verdadera historia.

Dentro de la planta se habla poco, a veces nada, por varias razones. Primero el ruido creado por las máquinas es enorme, esto hace que lo poco que se dice por la boca, sea gritado, no hay otra manera de hacerlo, lo que a veces da la impresión de que la gente está peleando, o te están regañando. Segundo la planta está llena de personas de diferentes países y por tanto diferentes idiomas, americanos, vietnamitas, tailandeses, africanos, mexicanos, hondureños, peruanos, cubanos, etc., a veces con poco o ningún dominio del idioma inglés, por lo que lo primero que se aprende es el idioma de los gestos. El pulgar hacia arriba, todo está bien; el mismo pulgar hacia abajo, estoy jodido; las dos manos cerradas frente al pecho en movimiento de afuera hacia dentro, receso; la mano abierta pasada por el cuello como un cuchillo, esto se rompió, no sirve, está fuera; las dos manos juntas frente a la pelvis con un ligero movimiento del cuerpo hacia delante, necesito ir al baño, el dedo índice, quiere decir tú, el dedo índice en movimiento quiere decir tú vete para allá o para acá, etc.

En realidad estas fábricas bien pudieran ser representativas de las Naciones Unidas. Existen dos tipos de personal bien diferenciado. El personal de oficina, siempre sonriendo y el personal de producción, donde la risa escasea. En la producción es donde se encuentra la mayor diversidad de nacionalidades, por lo que es divertido, un día trabajas al lado de un americano y otro te puede tocar acompañando a un vietnamita. La mayor parte de las veces no nos entendemos por las palabras, pero a los pocos días de trabajar juntos sientes que los conoces desde toda la vida. La frase aquella de que “subir picos, hermana hombres”, es verdad.

Nuestra área está dividida en dos líneas, la norte y la sur, una más difícil que la otra por la forma en que la máquina pone la funda  a los jamones. Nuestro primer intento fue en la línea norte, yo abajo cogiendo los jamones recién salidos de los cuernos y Jonathan arriba. Yo al lado de un vietnamita, Tian, de esos que pesan menos de 150 libras y no pasan de 5 pies de altura y Jonathan al lado de un americano, Scott, que ni lo miró cuando se paró al lado de él y que a los pocos segundos mi hijo detectó que hablaba animadamente solo.

Podría parecer que Scott está loco, pero con el paso de los días también me encontré hablando solo y muchas veces también de forma animada. Hablar sólo permite darse ánimos, resolver todos los problemas de la vida, hablarle a las piernas de cerdo para que colaboren, y sobre todo decirse, no puede ser que esto me esté pasando.

La estrategia de ponerte al lado de un trabajador habitual es parte del entrenamiento, partiendo de la idea de  “cortando huevos, se aprende a capar”  No obstante, no se veía difícil. La tarea era bien sencilla, coger el jamón que viene encima de la estera y colgarlo en una estructura de hierro a la que se llama árbol. Recuerdo que en esos primeros momentos, yo desde mi posición miraba a Jonathan y con señas le preguntaba cómo estaba y él desde su posición, sonriendo, me levantaba el dedo pulgar para decirme que estaba todo bien. Yo papá orgulloso. No todos los padres tenemos la posibilidad de compartir trabajos con nuestros hijos, por lo que para mí especialmente todo el proceso era muy solemne.