domingo, 23 de marzo de 2014

Murió Nabij Khoury

Murió Nabij Khoury. Murió un simple mortal.

A Nabij, Don Nabij para República Dominicana, Papi para sus hijos, Cucu para sus nietos, lo conocí cuando su hija Lissette, se empeñó, casi hasta torturarme, en que la ayudara a escribir un libro sobre la vida de su padre. Para mí el reto era enorme, no soy escritor, menos biógrafo, y al ser un tipo serio para mi trabajo, me parecía una gran pretensión. Pero este reto además de grande, parecía lindo, pues ayudaría a conseguir una aspiración que la familia Khoury, o al menos algunos de sus miembros, venia amansando por más de 10 años. Entonces me embullé.

Mi primer encuentro con Nabij, después de haber pasado muchas horas hablando con su hija sobre él, fue en su casa de Barahona. Hoy no sabría decir que fue más importante para él, si su casa o su Barahona, pues ambos lugares, ambos sueños, formaron en su vida un conjunto perfecto, que a mí pensar, lo animaron a vivir hasta sus últimos días. En aquella ocasión, Nabij estuvo contento, extremadamente hospitalario, orgulloso, pero con ese orgullo honesto, casi infantil, que no ofende ni lastima, capaz todo el tiempo de desmontarse del papel de hombre rico y compartir con un desconocido su tierra, sus árboles, sus frutas, de igual a igual. No me habló de la marca de la ropa que tenía puesta, no me enseñó la enorme casa, ni su linda piscina, no se desgastó en hablarme de las pinturas que cuelgan de las paredes, sin embargo me llevó a caminar por su “patio” y me explicó de dónde había salido cada uno de los árboles que allí están hoy sembrados, comió conmigo a la mitad una guayaba, que arrancó de la mata y partió con las manos y tomó agua de coco, cocos que fueron tumbados para nosotros. Primer encuentro decisivo que concluyó en pasión, sentimiento que dirigió y respaldó todo el tiempo el trabajo que Lissette y yo hicimos.

Se sucedieron otros encuentros. Hablé mucho con él, tomamos café juntos, comimos juntos, momentos en los que aproveché para preguntarle sobre cosas difíciles de su vida. Como siempre Nabij sencillo, cómodo de ropa, en short, tennis tal como a mí me gusta, sin maquillaje, sin relaciones públicas o agente de protocolo, me respondió desde la profundidad del alma, a veces visiblemente emocionado. Ambos necesitábamos romper las barreras y conocernos, porque ni él, ni yo queríamos que el libro fuera una sucesión de anécdotas y cuentos frío. Nabij, merecía una historia, que quizás no tuviera en detalles toda la verdad de su larga y complicada vida, pero sin mentiras.

Con el paso de las semanas y la ayuda invaluable de Lissette, llegué a imaginármelo y conocerlo. Seria demasiado pretencioso decir que lo conocí absolutamente bien, pero, como casi siempre ocurre cuando te metes a hurgar en la vida de alguien, terminas por conocerlo más de lo que creen que lo conocen algunos de sus más cercanos.

Fue un hombre de corazón fuerte física y emocionalmente. Corazón herido por varios infartos que lo acompañó hasta los 80 años y que le permitió, sin dejar de disfrutar las bondades que trae el ser un hombre económicamente rico, mantenerse apegado a las cosas mas sencillas de la vida, la tierra, las flores, los árboles plantados por el mismo, las frutas cosechadas con sus manos, la vista impresionantemente bella de la Bahía de Barahona, el baseball, y su gran pasión, con aciertos o sin ellos, su familia.

Frente a la horrible muerte, nadie es malo, aunque recuerdo que uno de sus hijos, mientras investigábamos nos dijo, medio en broma, medio en serio, que cuando termináramos nuestro libro, le dejáramos unas páginas en blanco para él escribir su versión. Desde mi modesto punto de vista, Nabij para nada fue un hombre perfecto. Cometió los mismos errores que puede cometer cualquier ser humano, los mismos que cometí o pude haber cometido yo. Quizás más o quizás menos. Sin embargo y muy a pesar de esto, fue hombre, fue amigo de sus amigos, buen marido, padre muy buen proveedor, tal como su cultura árabe lo mandaba. Honesto, serio de palabra, valiente. Que más se puede pedir para alguien que está de paso y además lo sabe.

Llegó pobre a este mundo, casi muy pobre y murió rico, dejando a su familia un gran patrimonio material a cuidar. Convirtió, con orgullo, a unos comunes dominicanos, en el mejor sentido de la palabra, en una familia hoy reconocida y valorada por aquella sociedad. Llegó a este mundo casi sin nada y como siempre pasa, a pesar de todo lo que trabajó y luchó por mejorar constantemente, se fue sin poder llevarse nada con él. Lo dejó todo para que los suyos puedan vivir sin grandes preocupaciones, o con muchas preocupaciones si escogen para caminar el camino más difícil. Ya eso ya no depende de él.

Según los que estuvieron a su lado hasta el final, murió tranquilo, tal como era mientras estuvo vivo. Fue alegre, pero no revoltoso. Murió rodeado de la mayor parte de su familia, que como un ejercito se repartió los difíciles días de hospital, liderados por la indestructible Doña Miriam. Creo que esa fue su principal riqueza y posesión. Los que con él estuvieron tendrán claros esos últimos momentos que también son parte de su real historia, los que no, tendrán que conformarse con escuchar los cuentos o leer un libro que otra persona escriba si es que les interesa.

Hoy recuerdo que cuando se enteró que yo pensaba irme de República Dominicana para los Estados Unidos, me envió con su hija un regalo en dólares y una notica de su puño y letra. Con su medio español y mala caligrafía, pero sin complejos, me deseaba suerte. Gran sensibilidad. No tenía por qué hacerlo, no tenía por que enviarme la nota con sus mejores deseos. Entonces entendí y admiré una vez más a Nabij, yo no fui su empleado temporal, no fui solo la persona que escribió su libro. Fui la persona que lo ayudó a conseguir otro de sus sueños y eso para él fue muy importante, lo que desde su enorme sencillez, agradecía. De no ser por la necesidad que teníamos de utilizar ese dinero para nuestros planes, bien hubiera sido algo para exponer dentro de un marco como un buen recuerdo, no sólo de Nabij, sino también de la vida.

Murió Nabij Khoury. Murió un simple mortal, pero murió sobre todo rico de sensibilidad, de sencillez y de agradecimiento.

sábado, 1 de marzo de 2014

El Viejo Ham y Yo

Si, ya se, se me fue la mano con lo del Código de Hammurabi, porque en realidad del viejo Ham, que es seguro como le llamaban sus íntimos, ya ni su familia se acuerda, pero fue tan categórico cuando existió, que a mí, que tengo todavía la mala costumbre de ser categórico, para asegurar algo siempre me viene bien. Quizás Normita se acuerde de él, pues mucha lucha nos dio en un período de nuestras vidas.

El famoso código mencionado fue creado por Hammurabi, Rey de Babilonia, en el año 1760 a.C. y parece ser uno de los más antiguos y mejor conservado que ha llegado a nuestros días. Como fue escrito en piedra, mejor que escrito debe ser tallado, no se podía cambiar, por lo que tuvo carácter divino. El contenido es muy fácil de entender, está basado en la Ley del Talión, o sea, la aplicación de un castigo o pena idéntico a la falta o crimen cometido. Idéntico, no parecido. Aquello de “ojo por ojo, …”

A mí en lo personal me cae bien el Viejo Ham, me trae recuerdos. Para que no me acusen de elitista y entiendan, tengo un cuento.

Estaba yo estudiando el primer año de la Licenciatura en Historia en la U.H., era un joven bien parecido por aquel entonces, inteligente y de buenos resultados académicos, pues le había prometido, desafiado a mis padres, ambos historiadores, que sería mejor que ellos y me enfrentaba a la prueba final de una asignatura que llamaron Historia de las Formaciones Pre Capitalistas, para meter todo lo que se conocía como Historia Antigua.

El tribunal funcionaba en una de aquellas  aulas magistrales de la Facultad de Historia, que creo que hoy ya no existen, a ellas también le llegó la transformación devastadora de todos estos últimos años. Estaba compuesto por la profesora Amparo López, que a fuerza de repetir y repetir, sabia más que nosotros los alumnos; la profesora Lilian Moreira, uruguaya que no sé por qué razón estaba  en Cuba y tampoco conozco por qué razón era profesora universitaria, ella quizás sabía dónde quedaba Uruguay y el nada más y nada menos “famoso” profesor Dr. Gustavo Du Bouchet, conocidísimo por su participación de casi 40 años en el inigualable programa de la TV cubana, “Escriba y Lea”. Hombre de prodigiosa memoria, que lamentablemente enseñaba la historia como las tablas de matemática, o sea, 2x2, 2x3, 2x4, 2x.

Mi turno como alumno. Ese día estaba de suerte. La profesora Amparo me amaba, casi públicamente y una de las preguntas de la boleta escogida al azar era precisamente explicar todo lo que me sabia sobre el Código de Hammurabi.

Con Amparo en el tribunal estaba hecho. Me sentía amado. Lilian Moreira era uruguaya y el Dr. estaba ya chochando por aquellos años. En efecto, tan pronto empecé a hablar Do Bouchet se quedó profundamente dormido, lo que a mí me vino de maravilla. Cuando terminé, Amparo satisfecha, yo era su alumno, muy disimuladamente llamó, o sea, despertó al profesor ausente y le preguntó si quería hacerme alguna pregunta. Él, despierto o dormido, era el Presidente de aquel tribunal.

Dedos cruzados.

El Dr. se incorporó en la enorme silla de caoba tallada en la que cabían perfectamente dos de él y me dijo que mi exposición había sido brillante.  ¿?????????? No a obstante, él quería hacerme una pregunta.

Dedos cruzados, piernas cruzadas, cerebro cruzado.

¿En qué lugar de la piedra está escrito el Código? Me preguntó.

Yo conocía al Viejo Ham, éramos por aquel entonces casi socios, conocía lo de la piedra, pero … ¿en qué lugar? Ni la más puta idea.

Amparo me miró sonriendo, nuca me enteré si quería decirme que era facilísimo o que ella tampoco lo sabía, mientras yo trataba de imaginarme la piedra que nunca había visto e inventarme un lugar para escribir unas leyes. Ni modo.

Respuesta asistida por mi juventud. No se profesor, nunca he estado en Mesopotamia.

El profesor se echó hacia delante, apoyó sus manos sobre la enorme mesa y casi demostró su intención, no solo de quitarme el 5, sino de sonarme un “merecido” 3. Imagínense, estudiar Historia Antigua y no saber en qué lugar de la dichosa piedra Hammurabi había mandado a tallar su código, porque tampoco lo hizo él directamente, para eso era Rey. Además de mi osadía de declarar como justificación que no había tenido tiempo para viajar a Mesopotamia.

La profesora Amparo, le dijo algo al oído al Dr. Do Bouchet. Normita no me dejará mentir, siempre tuve suerte con las profesoras, JAJAJAJA, el profe se relajó y se acomodó nuevamente en su silla y yo salvé “honrosamente” mi sobresaliente.

De ahí para acá, como pueden suponer, siempre recuerdo a Hammurabi, sus leyes y sobre todo su piedra. Tremenda cultura que tengo. JAJAJA


Nota: Aunque vivo ahora en USA, sigo sin poder viajar, no vayan a creer todo lo que ven en las películas. Además las antiguas tierras de Mesopotamia me quedan bastante lejos. Quizás un día pueda ir a París, que es el lugar donde hoy se encuentra la famosa piedra. Si ocurre, les prometo tirarme una foto.