jueves, 25 de diciembre de 2014

Aparecieron las luces de la Navidad.

Recuerdos.

Recuerdo que cuando fui niño existía en Cuba la tradición de Arbolitos de Navidad, lucecitas de colores como adornos, Día de Reyes para los niños, etc. Nací en 1963.

Fue lindo. Primero con los Arbolitos de Navidad y las bolas de cristal que quedaron de la era capitalista, luego con los que inventamos cortando un pedazo de pino que conseguíamos haciendo excursiones a la “loma verde” de mi reparto, a los cuales adornábamos con creativas figuras de cartulina.

Al parecer todavía por aquellos años de mi infancia, la tradición era fuerte. Los arbolitos o pedazos de pinos se forraban con algodón blanco lo que le daba al asunto cierto toque invernal. Dos fuertes tradiciones, imitar la nieve que debió existir en Cuba en el paleolítico y usar desmedidamente algodón para tapizar el árbol y el piso que lo soportaba.

Navidad, Día de Reyes, capitalismo. Todo fue desapareciendo de nuestras vidas. A veces poco a poco, otras de un solo golpe o discurso.

Los nacidos en Cuba, nos descubrimos un día celebrando otras fechas nuevas: Triunfo de la Revolución, que podría haberse llamado la huída de Batista, la victoria sobre un grupo de compotas que intentaron derrocar al gobierno, el día que Fidel dejó de orinarse en los culeros, su primera Coca Cola o las gloriosas fechas de eventos tan cercanos a nosotros como la Gloriosa Revolución de Octubre en Rusia, la creación del CAME, etc.

Los Reyes Magos quitaron de su recorrido turístico a Cuba y Santa Claus cambio su traje de color rojo por uno de color verde olivo y se tiño de negro su blanca barba.

Los niños de aquellos años, pasamos de ilusionarnos con los regalos y juguetes que recibiríamos una mañana, después de haber escrito tres carticas con deseos y puesto tres laticas con agua y hierba para los camellos de los magos y tres tabaco, cosa que tropicalizaba la gestión e indicaba a los proveedores mágicos que no estaban en cualquier lugar, sino que estaban en Cuba, a participar en estresantes sorteos para comprar cada mes de julio los juguetes de tres categorías: básicos, no básicos y dirigidos.

Caminábamos por las tiendas, ilusionándonos con las bicicletas de las vidrieras, sin entender mucho por qué no podíamos comprarlas con nuestro turno del sexto día por la tarde.

Las luces de Navidad se fueron apagando, sobreviviendo sólo en pocas casas, que de puertas hacia adentro, sólo para el consumo y disfrute intimo, se arriesgaron a mantenerlas encendidas. Grupo de personas que nunca comprendieron el enorme daño que hacían por el excesivo consumo eléctrico de los bombillitos. Para muchos, no era justo mantener la alegría a cambio de dañar a la ya sólida economía de aquellos años.

Mis hijos nacieron también en Cuba 30 años después que yo. Casi no experimentaron nada de lo que al menos yo pude vivir en mi infancia. Ya no quedaban pinos en la “loma verde” de mi reparto, la habían convertido en refugio para un inminente ataque del enemigo y el algodón casi ni alcanzaba dentro de los salones de cirugía. Aquello del sorteo para juguetes se quitó por ser abusivo para la infancia. Es más, para eliminar el daño que esto causaba en los niños, se terminó por quitar la venta equitativa de juguetes, aquella que partía de la noble idea de "de cada cual su trabajo a cada cual su necesidad".

Como compensación, pues la infancia estaba protegida, aparecieron los juguetes, en ese momento de manufactura capitalista, en dólares primero y luego en CUC, para niños que defendían el Socialismo y sus papás ganaban pesos cubanos. Entonces comprar una maquinita podría equivaler al salario de dos meses de trabajo de un papá obrero o tener algún familiar gusano, por aquellos años convertidos ya en oportunas mariposas. Contradicciones.

Las niñas comenzaron a soñar con Barbies, lo sé por la mía y los varones con Batman y transformer, lo sé por el mío y los papás comenzamos a soñar con leche en polvo y carne de res compradas en el mercado negro. Se comenzó a sancionar a 20 años de privación de libertad al que matara a una vaca, pero como no somos indios, pues nos hacíamos los de la vista gorda. Públicamente se defendía la opción del Socialismo “desarrollado y sostenible”, mientras se desayunaba con leche en polvo española o canadiense comprada de noche bajo la protección de la oscuridad. Durante todos estos años la idea era la misma, defender el Socialismo “desarrollado y sostenible” que habíamos alcanzado, sólo que ahora los héroes de los niños eran el Pato Donald y el Raton Mickey. Contradicciones.

Ahora vivo en Estados Unidos, entre norteamericanos y ellos, a pesar del enorme consumo eléctrico de los bombillitos, mantienen la linda tradición de iluminar hacia fuera sus casas. La Navidad no es una celebración patriótica, no es el momento de banderas norteamericanas por donde quiera, no existen consignas y a nadie se le ocurre aquello de defender al capitalismo desarrollado y sostenible.

Es simplemente un momento de alegría, de familia, de amigos, de ilusión, de cambio, de risas y futuro. Aparecen por estos días las luces, casi todo el mundo, hasta yo, hace un esfuerzo por iluminar y comprar productos socialistas, chinos, sin ideología. Por estos días los norteamericanos, que tienen miles de problemas como cualquier otro ciudadano de este mundo, quieren iluminar.

A mis 51 años he vuelto a retomar aquella idea que se quedó parada en mi infancia. No dejo pasar el momento, por aquello de que “nunca es tarde”. Claro ya no pienso en reyes magos, por suerte tampoco en sorteos para lograr turnos para comprar juguetes. Ya no compro algodón para imitar la nieve, pues ella, aquí donde vivo, es real. No cuestiono si la celebración debía ser o no, si los religiosos están bien o mal, si esto es real o un invento del marketing religioso.

Yo, al igual que muchas otras personas, sólo quiero la luz.