viernes, 23 de noviembre de 2018

Super Rock Concert. Noviembre 2018

Sigo creyendo que es una suerte haber tenido hijos cuando fui joven. Claro, eso me llevó a adelantar muchas tareas y a quemar etapas de la vida. En vez de dormir la mañana los sábados y domingos, tuve planes de juegos, excursiones, etc. desde muy temprano en las mañanas. Por momentos peiné y bañé muñecas, me dejé pintar la cara y las uñas y luego maté lagartijas, cogí ranas, jugué a las bolas, hice carriolas, etc. Mientras mis amigos dormían, iban de fiestas, se emborrachaban, jugaban dominó o sencillamente se sentaban a mirar el cielo, yo hacía tareas, reconstruía libros, forraba libretas, daba comida, bañaba niños, me ingresaba en hospitales, limpiaba vómitos y diarreas y sobre todo lavaba pañales.
Bad Wolve

Recuerdo hoy y no puedo parar de reírme, que algunos de mis más cercanos, me llamaban “cariñosamente” washing machine, porque las visitas para hablar conmigo, muchas veces transcurrían en el patio de mi casa, mientras yo sacaba y metía pañales en una de aquellas lavadoras rusas, que además con mucha frecuencia entre tanda y tanda, tenía que arreglar.

Fui papá joven y con esto quiero recalcar que aprendí a ser papá en la misma medida que aún estaba aprendiendo a ser yo. ¿Errores? De los que conozco y he podido analizar y subsanar, miles. Debe haber otros miles que ni tan siquiera pude ver y los que me rodeaban tampoco se percataron.

Breaking Benjamin
Mi segundo hijo nació en 1991, le pusimos Jonathan por un capricho de juventud y nuestro gusto por los nombres en inglés, pero en realidad se debió haber llamado Periodo Especial Torres Tomé, porque fue de aquellos niños que, junto a todos los nacidos antes, experimentaron todos los inventos de sobrevivencia; el perro sin tripa, la masa cárnica, el yogourt de soya, la hamburguesa de soya, el jabón como pasta de diente, junto al bicarbonato y la sal, el flan de un huevo o sin huevo, los huevos fritos en agua, el jabón de baño hecho artesanalmente con cebo de algún cuadrúpedo y una especie de arenilla, que en realidad te limpiaba porque te lijaba la piel, pero te dejaba con una tremenda peste a mierda imposible de ocultar por horas, por sólo citar algunos de los inventos de aquel gobierno decidido a no cambiar aunque tuviera que matarnos.

Five Finger Death Punch
Período Especial, apodado Jonathan, creció en medio de “apagones programados” de 8, 10 y hasta 12 horas diarias, que nos vendieron como algo positivo, porque al final eran programados, durmiendo en el portal de Villoldo 112 con su papá, o sea, yo, moviendo sobre él un periódico Granma para mitigar el calor y espantar los enormes mosquitos que no picaban, sino mordían, mientras Martica se encargaba de lo mismo con nuestra hija Jennifer en la sala de la casa. La escena era la misma todas las noches, sólo variábamos el pedazo de papel que movíamos sobre nuestros hijos, unas veces el odiado periódico Granma, otras veces, una que otra revista más amada.

Jonathan y Jennifer crecieron con zapatos siempre medio punto más grande, frente a la misma pregunta miedosa, ¿y si le crece el pie? Crecieron con ropas, muchas veces regaladas por mis amigos, algunos de ellos ya en el exterior por aquellos años, bañándose con un cubo de agua o fregando con el más que conocido “jarrito de fregar”, que también era parte de nuestra familia.

A pesar de todo esto y más, más hasta lo inimaginable, puedo decir que ellos no pasaron gran trabajo. Tenían, en primera posición, dos padres jóvenes dispuestos a comerse un tanque de guerra en marcha atrás, dispuestos a no comer y a no dormir con tal de convertirnos en un filtro o una sólida barrera para que el momento histórico que les tocó vivir, irónica y burlonamente llamado especial por el padre de todos los males, no los afectara mucho y no les dejara enormes cicatrices. Tuvieron en medio de todo aquello una ventaja, dos padres jóvenes.

Escucho con frecuencia a mi alrededor, a muchos jóvenes y ya no tan jóvenes, decir, estamos esperando tener mejores condiciones para parir. ¿Mejores condiciones? Si la humanidad hubiera esperado mejores condiciones para procrear, probablemente no hubiéramos rebasado la corta historia de Adam y Eva. Muchas personas dicen no encontrarse preparadas para parir y todavía a sus pasaditos 30, no se sienten lo suficientemente maduros para enfrentar algo “tan serio e importante” como tener un hijo, entonces la sagrada tarea se pospone, se pospone y se pospone, muchas veces hasta casi el límite de la menopausia y andropausia.

Creo que lo que nos está pasando es que muchos de estos jóvenes, no quieren dejar de ser jóvenes, vivimos en un momento de la juventud eterna. Siguen prefiriendo dormir toda la noche y a veces toda la mañana hasta pasado el mediodía, algo así como 14 o 15 horas seguidas, siempre están cansados, el cansancio es otro de los síntomas que acompaña a la eterna juventud, no quieren ceder el tiempo de gimnasio o masajes, no quieren lavar, limpiar, cargar, responsabilizarse, menos cocinar, lo de cocinar es algo tan terrible solo comparado con el trabajo en minas de carbón o en canteras picando piedras con una mandarría.

Los jóvenes de hoy se niegan a ceder sus posiciones, ganadas como resultados de grandes combates, frente a las computadoras y sus juegos de matar gente o matar bichos o matar ángeles. Por supuesto menos quieren tener que echar fresco con un periódico, aunque este sea el Miami Herald o el New York Times. Muchos de estos jóvenes, están esperando las mejores condiciones, o sea, muchas veces, un televisor más grande, varios autos, mejores celulares, mejor pintura para los techos, y que las orquídeas paran todo el año.

Esto no está mal para mí, son al final deseos humanos importantes, sobre todo el que los techos estén bien pintados, pero también para mí, se la están jugando todos los días de esta vida. ¿Llegarán a parir? Si claro, muchas veces la vida los obligará, pero entonces parirán viejos y eso tiene muchas desventajas, más allá de participar en consultas que en Cuba llamaban ARO, o sea, alto riesgo obstétrico y que las arrugas de la piel demoren más en recogerse.

Parirán viejos y alejados de sus hijos, muchos de los cuales parecerán, al pasar un poco el tiempo, sus nietos. Vivirán con la incertidumbre de la gran diferencia de edad entre ellos y sus infantes y entonces les costará más trabajo entender, participar, compartir. Parirán viejos y entonces estarán y tendrán una real justificación para estar todo el tiempo cansados. Por la propia ley de la vida o de muchas vidas, criarán hijos dependientes, temerosos, extremadamente precavidos. Vivirán y verán vivir con más miedo, el miedo hasta cierto punto lógico que trae la madurez. Hablarán de sus hijos como joyas y serán visto por ellos como algo lejano, que estará ahí para temas puramente administrativos, pero no para mucho más.

¿Qué significa mejores condiciones? Habría que preguntarles a nuestras abuelas, a las mujeres que paren en África, a las que, a pesar de las guerras, mantienen un embarazo y paren dentro de una trinchera u hospital de campaña. Habría que preguntarles a las mujeres que cargan agua desde un río o lago a cientos de metros de donde están sus bebés y amasan sin parar una pasta de yuca o arroz para alimentar a los suyos. Habría que preguntarle a muchas mujeres cubanas, trabajadoras, estudiantes, esposas, de aquellas que cocinaron con leña o con luz brillante, de aquellas que caminaban para llevar el niño a la escuela o al círculo infantil y luego caminaban para una parada de guagua en la que podían estar paradas dos o tres horas esperando para luego meterse como una sardina más dentro de uno de los monstruos diseñados para transportar humanos en Cuba. Habría que preguntarle a esa misma mujer que a escondidas, en las noches, se arriesgaba en el mercado negro dentro de un pasillo oscuro o un solar para comprar carne de res o leche en polvo, muchas veces invirtiendo todo el salario ganado después de un mes de trabajo.

Me parece que, para muchos, mejores condiciones significan que no sabemos escoger entre las decenas de marcas de pañales, entre los miles de pomitos con comidas prefabricadas, entre las miles de compotas de todas las frutas que existen. Mejor momento debe esperar por lo complicado que resulta escoger el color del tete y hacerlo pegar con la ropita que le vamos a poner a nuestro bebido o escoger el color de las estrellitas que pegaremos en el techo de su cómoda habitación.

Creo que esperando el mejor momento demostramos nuestra debilidad y fragilidad para enfrentarnos a una responsabilidad, grande cierto, pero que no mata. Debilidad que luego deliberadamente traspasamos con la leche en polvo que viene en lata a nuestros hijos, ya que lo importante no es tanto alimentar al niño, sino mantener las tetas paradas después del parto.

Tuve suerte, fui papá joven y como consecuencia algo tuve que haberme perdido de aquel momento, sin embargo, fue bueno, hoy además de hijos tengo amigos con los que comparto de igual a igual. Ellos no me cuentan sus experiencias, yo las vivo a su lado.

Hoy podemos conversar, discutir, analizar un tema porque son los mismos temas los que nos preocupan. Hoy podemos compartir un deporte, una reunión, una comida, una música, un análisis, porque coexistimos con cerebros en el mismo momento.

Los hijos grandes enseñan, nos proveen de información que cogen de su entorno. Se aprende con ellos e independientemente del papel de padre y de la posición de hijos, se establece una relación bidireccional, donde no sólo son válidas las experiencias de los más viejos, por ser viejos, sino se escuchan y aceptan las vivencias de los más jóvenes, porque los jóvenes saben también.

En este compartir de experiencias, hace dos noches tuve la oportunidad de participar en un concierto de la, digamos, música de Jonathan. Rock fuerte, al que jamás me hubiera decidido a ir solo.
Los que crecimos bajo la influencia de bandas como Led Zeppelin, Deep Purple, Black Sabbath, Pink Floyd, AC-DC, Journey, etc., nos parece, a veces insistimos, que la buena música se detuvo entre los años 70 y 80 y que todo lo que viene después para nada sirve. Estamos totalmente equivocados.

Es cierto, esos años trajeron más que buena música, todo un estilo de vida que conformó parte de nuestra formación, pero muchos nos hemos quedado ahí y defendemos a capa y espada ese período, negándonos a escuchar y conocer otros grupos.

Jonathan creció bajo la influencia de mi música, pero ha continuado viviendo y explorando y lo mejor, ha tratado de que sus papás conozcan y disfruten también de su actual momento. A veces competimos, a veces discutimos agradablemente sobre lo que escuchamos y vemos. Competencia y discusión que termina por mejorarnos.

Entonces como él nos acompañó a el concierto de Deep Purple, ahora fuimos invitados a acompañarlo a un concierto de varias bandas en la Arena de nuestra ciudad, para lo cual estuvimos varias semanas antes escuchando la música y viendo videos, lo que nos permitiría entender lo que pasaría en vivo. Jonathan un poco preocupado sobre todo por su mamá, no sabía si ella resistiría 3 o 4 horas parada metida dentro de una olla que parece que va a estallar por el efecto de los decibeles.

Genial noche. Ya imaginan, pelos largos, tatuajes, cervezas, alcohol, cigarros, supongo que algo más fuerte a escondidas. Mujeres, hombres, jóvenes de todas las edades e incluso niños, que como le pasó a Jonathan, asisten a esos eventos con sus papás. Mucha hermandad entre personas que no se conocían, pero a las que la música une.




La Arena repleta de gente. Indescriptible ruido. Guitarras eléctricas a todo meter, baterías que parecen tocadas por varias personas a la misma vez y muchos gritos desde el público hacia el escenario y desde el escenario hacia el público. Todo el mundo grita hasta quedarse sin voz. Podría parecer desde lejos algo violento, los movimientos son en apariencia fuertes, pero no es más nada que una forma de expresar y disfrutar. No vi a nadie agrediendo a otra persona. Por el contrario, los hermanos rockeros aparentemente locos, son por encima de todo hermanos, entonces muy rápido se identifican, se saludan y se respetan. Actúan como si fueran miembros de la misma secta.

Cuatro bandas en la noche, como para volverse loco. Todas buenas, de ellas, para mí la mejor, Five Finger Death Punch, la recomiendo. Ya era fanático antes de llegar al concierto, ahora soy un devorador de su música. El cantante, que por cierto se llama Ivan igual que mi segundo hermano, un tipo súper genial, con una tremenda voz y sobre todo un dominio espectacular de la escena. Ya Jonathan me había hablado mucho de este grupo, es uno de sus favoritos, ya me gustaba, pero al verlos en vivo, concluyo que la música de los 70 y 80 fue buena, pero ahora también existe muy buena música, muy buenos cantantes, muy buenas letras, tan buenas como con las que crecí.

Es una suerte haber tenido hijos cuando joven y ahora poder disfrutar y aprender junto a ellos de sus vidas, no como un simple espectador embobecido por lo grandes que ya están y lo inteligentes que son, sino como un amigo, como un “brother”, como un “yunta”, como un rockero más.

La noche incomparable, el frío de la ciudad no soportó el vapor que se generó dentro del recinto. Yo, como el mejor. Martica, a pesar de su avanzada edad, una de las que más disfrutó, canto, bailó sin reparos y el Jonathan, ese estuvo todo el tiempo en su salsa, poco le faltó para subirse al escenario y cantar junto a los, a veces 4, otras 5 locos que estaban actuando . Entonces la noche terminó tarde y como era de predecir, para eso fuimos, los tres rockeros que asistimos juntos, estamos más unidos.