sábado, 2 de febrero de 2019

Honor a quien honor merece. Hasta que la muerte nos reúna

Hace muchos años escuché al gran cantante argentino Alberto Cortez, que no pudo ser papá, decir que era un hombre feliz, porque al que Dios no le daba hijos, el Diablo le daba sobrinos.

Entonces soy feliz, Dios me envió dos hijos, que son hoy muy míos y, además, para sobre cumplir el plan, el Diablo personalmente me concedió muchos sobrinos. Por la cuenta general, entre sobrinos de sangre y políticos, tengo 9.

Tengo además una ventaja difícil a veces de conseguir, mis sobrinos políticos, esos que vienen por la sangre de Martica, sobre todo los más grandes, me quieren a mí, el hombre de los mil defectos, por mí mismo y no como una obligada tradición familiar de soportar al marido de nuestra tía. Me quieren directa y abiertamente, porque, entre otras cosas, siempre me esforcé por ser buen tío, sabiendo que también cada sobrino es diferente, en la misma medida que humanos.

Al sujeto de esta historia, mi sobrino Fabio, lo conozco desde antes de que naciera, porque tuve la posibilidad de compartir diariamente junto a su mamá y papá, cuando ellos disfrutaban de la linda etapa del embarazo de la primera. Lo vi nacer, porque fue su nacimiento en el hoy dañado hospital Hijas de Galicia de Luyanó, uno de los muchos partos que tengo sobre mis hombros como soporte emocional. Estuve en su difícil nacimiento en el año 1986, quizás un poquito ayudando a su mamá a pujar y a su papá para que no se desmayara.

Luego Fabio y yo crecimos juntos en la casa de Villoldo 112, hasta que por razones humanas sus padres se separaron y su mamá regresó a su casa materna, con la tan buena suerte que esa casa estaba a menos de 100 metros de donde habíamos los dos vivido, así que Fabio en realidad nunca se fue de nuestro lado.

Fabio que nació medio jodido, rápido creció y muy rápido se convirtió en un niño lindo, robusto, alegre con una sonrisa medio maldita heredada de su padre, cariñoso e inteligente. Todas esas características que describo, todavía hoy, a pesar de que han pasado más de 30 años y de seguro la vida le ha dejado sus huellas, las mantiene. Sigue siendo un tipo dulce, suave, amoroso, cariñoso, de buenos sentimientos, engañador con la misma sonrisa maldita de cuando era niño y para colmo de bienes, inteligente.

Seis meses después de Fabio, nació mi hija Jennifer y desde los primeros días de sus vidas, además de primos obligados, fueron amigos, compañeros de todas las escuelas, cómplices, compinches, brothers, pertenecientes a la misma mafia, si es que pertenecían, creyentes de la misma religión, si es que llegaron a creer. Fabio y Jennifer formaron un binomio cuadrado perfecto, que sólo se rompió con la salida de mi hija del país. En realidad, no se rompió, sino que se congeló para cada próximo encuentro, porque ambos tienen una historia muy común que solo ellos dos conocen.

Con ese Fabio tuve una relación especial, vivía yo en la casa de su abuela materna, lugar de obligatoria visita diaria, era yo el papá de Jennifer, su yunta y además al gustarme los jóvenes, creamos él y yo, otro binomio cuadrado perfecto, anexo al que ya tenía con mi hija.

Compartimos muchas horas diarias, días enteros, conversaciones agradables y otras menos agradables, cigarritos y café en nuestro portal de Villoldo a veces hasta altas horas de la madrugada o tempranas horas de la mañana, compartimos trabajos de mecánica, albañilería, plomería, comidas, fiestas, vacaciones en la playa y todo eso nos unió, más allá, repito orgulloso, del tío que tenemos que soportar porque la tía Martica es cariñosa y cocina bien me lo está pidiendo. El “tío” que Fabio utiliza para llamarme, siempre me ha parecido dulce. Fabio y yo, a pesar de nuestra diferencia de edad, ya dije que estuve en su nacimiento siendo un hombre, llegamos a hacernos buenos amigos y a pesar de nuestras diferentes ubicaciones geográficas hoy, cuando nos encontramos, es muy fácil detectar la pasión que cada uno de nosotros siente por el otro.

La vida es así, el Diablo, hasta que te lleve por mal comportamiento, te da sobrinos que, cuando son buenos, se convierten en hijos.

Entonces Fabio creció y se convirtió en un hombre que, para mi súper orgullo además estudió guitarra y hacía algo que yo, el tipo de las super manos, no podía hacer, rasgar seis cuerdas interpretando nuestras preferidas canciones de rock, cosa que todavía hoy pretendo un día lograr y estoy dejándolo para cuando me jubile y como sin dudas obtuvo de la teta de su madre el amor por el arte, entonces hoy gusta y se dedica a la fotografía. A pesar de su corta edad, he logrado ver una carpeta llena de muy buenas fotos. De más está decir que ha sido mi fotógrafo personal en cada uno de mis viajes a Cuba, claro, no es tonto, como sabe de arte, ha sabido escoger bien al modelo. JAJAJA.

No sé nada de fotografía, más allá de que me gusta mirarlas y como soy un tipo medio sensible puedo admirar la belleza de una foto bien hecha, pero para mi suerte he tenido en mi vida la presencia de varios fotógrafos y entonces es un tema sobre el cual converso con frecuencia. Si soy sincero, puedo decir que estoy ahora confundido, porque no entiendo muy bien si la fotografía que estoy mirando es el resultado de un buen fotógrafo y una cámara, o sencillamente la maestría de un buen informático. He hablado mucho sobre este tema y los fotógrafos a los que tengo acceso, no me acaban de dar una respuesta convincente de si es mejor ser buen fotógrafo o ser un experto en programas que mejoran las fotografías.

Lo cierto es que mi sobrino es fotógrafo y acaba de participar en un evento que anualmente organiza la Embajada de Estados Unidos en Cuba, que tiene el muy sugestivo nombre de Sueños. No conocía sobre este concurso y resulta que va como por la 8va edición.

El evento de corte nacional otorga tres grandes premios y menciones honorificas a las mejores fotografías presentadas cada año. No tengo idea de quiénes y cuántas personas participaron este año, aunque puedo imaginar por el tipo de organizador, que deben haber sido muchas.

Entonces con agrado acabo de conocer que mi sobrino Fabio fue ganador de una de las menciones honoríficas que el evento entrega, por una fotografía a la que nombró “Hasta que la muerte nos reúna”.

No sé nada de fotografía, pero puedo detectar que hay fotos lindas y bien confeccionadas y hay fotos que, además de la técnica, ya saben, el encuadre, la luz, el lente, etc., tienen una historia y ese es el caso de esta foto.

No he hablado con Fabio sobre esto, me hubiera gustado poder, en nuestro portal de Villoldo 112 junto a los cigarritos y café, malos o buenos, poder dedicarle de seguro horas a estas interpretaciones, por lo que diré es sólo una idea mía. Fabio no conoce que escribo sobre él y quizás todavía no sepa que he visto su foto, pero sigo confiando que aceptará este escrito, sabiendo que viene del mismo hombre con miles de defectos que él conoce bien.

Primero, el nombre escogido me parece genial, pues parte de la tradicional idea de “hasta que la muerte nos separe”, enunciada obviamente por personas que están vivas y jugando con esa idea ha cambiado inteligentemente las palabras para dar el mismo significado, o sea, la unión eterna.

Luego, creo que la composición, más el blanco y negro, profundizan el concepto y transmiten el sentimiento que podría costar miles de palabras para poder explicarlo.

Para mí lo más importante. La foto tiene detrás una historia o yo puedo ver o inventarme una historia, tal como el guion de una película. Yo puedo imaginarme la cara de ese hombre, arrugada por los muchos años de trabajo expuesto al Sol, se me antoja un campesino o un pescador, que ha perdido recientemente a su esposa y que sentado, acompañado solo de una taza de café y un viejo cigarro encendido, de esos medios jorobados, está esperado morir para volverla a ver.

Imagino la historia en un viejo portal, en un taburete de madera desgastado por el uso y una mesa de esas que no se han roto porque Dios existe, sobre la cual hay un sombrero de yarey también desgastado, que tiene la forma de la cabeza de su dueño y quizás cerca del viejo está echado un también viejo y arrugado perro.

Al final, la piel super arrugada, las manos sucias y el anillo, probablemente de cobre, hace que la escena, paralizada en el tiempo, cobre un dramatismo muy fuerte, ENORME. Podría haberse escogido a un modelo, embarrarle las manos y ponerle un anillo de oro, o sea, todo un montaje bello, pero la historia no hubiera quedado igual, ni la profundidad hubiera sido la misma.

El viejo cansado de vivir, quizás, luego de haber perdido a su esposa de toda la vida, espera, pero espera tranquilo, calmado, sin nervios, a que, gracias a la muerte, pueda volver a encontrarla. La escena junto al nombre escogido es la mejor muestra de la paciencia, la tranquilidad y la resignación necesaria que a veces no tenemos.

Hasta que la muerte nos reúna, podría ser esa idea de permanencia, de eternidad que está más allá hasta de la propia vida.

Dale Fabio, te dije un día que no hacían falta cámaras de miles de dólares, ni tarecos sofisticados, mucho menos trajes y zapatos que se venden específicamente para fotógrafos, lo que hace falta y queda demostrado ya con tu primer premio, es que hay que tirar muchas fotos. Luego detrás de ellas aparecerán las genialidades y lo más importante, el fotógrafo.

"Hasta que la muerte nos reúna". Fabio Tomé Pestana