miércoles, 29 de agosto de 2018

Tristeza

Mucho tiempo pasó para que pudiera regresar a Cuba después de mi salida en el 2007.

Casi 10 años sin volver al país donde nací, convirtió aquel viaje en mayo del 2017 en algo parecido a “pasaje a lo desconocido”. Por mucha información que uno cree tener a través de amigos, familia, internet, etc., nada se parece a poder ver y vivir personalmente la experiencia. 10 años es mucho tiempo para cualquier cosa, incluyendo el desarrollo de un país. Recuerdo que la última vez que Fidel visitó China, muy emocionado o al menos aparentándolo, sólo pudo decir que cada vez que llegaba allí se encontraba con una China completamente distinta, para bien diría yo. Las ciudades habían cambiado su estructura para algo mucho más moderno y las personas estaban contentas.

Lamentablemente mi pasaje a lo desconocido en el 2017 para nada se pareció a la experiencia de “nuestro jefecito” Si es cierto, Cuba había también cambiado, pero para mal. A grandes rasgos todo estaba peor, más feo, deteriorado, destruido, y las personas, muchas, caminaban, como dice mi amigo Ruso, con las cajas de muerto pegadas a la espalda. Quizás el autor de Walking Dead se inspiró en algo parecido para sus zombies.

Ahora con los recuerdos más frescos he regresado a mí Cuba, o sea, Víbora Park y me he encontrado un panorama más feo que el que vi el año pasado. El viaje a Cuba, que para nada es un viaje de turismo, sino una MISIÓN *, sigue siendo obligatorio para aquellos que tenemos allí familia y amigos y nos interesan. No es de ocultar que existen muchas personas que además se divierten, pasean, aprovechan las bondades de la naturaleza poco explotada y las bondades de seres humanos que están dispuestos a compartir incluso sus cuerpos por un poco de beneficio económico y/o emocional. Gran contradicción, haber escapado de un país por no poder vivir en el y luego ir allí a divertirse, criticar al Gobierno de Cuba desde el extranjero, pero aprovecharse de sus limitantes, ahora incluso repatriarse para retomar un carnet de identidad, la comida que dan en la bodega, la preservación de un inmueble, la atención gratuita en un hospital a cambio de entregarle un “regalito” al médico, pasándole por encima a los cubanos de allí que no pueden regalar nada.

Para mi es el regreso a mi casa, a mi familia y un poco a mi historia, que disfruto. Sigo sentándome en el portal de Villoldo 112 en short, sin zapatos y sin pullover y sigo conversando sin dormir durante días y días. No voy a Cuba a comer comida cubana, me traje conmigo a mi cocinera privada, JAJAJA y menos a tomar cervezas.

He estado 15 días como ya dije, sin parar de trabajar y sobre todo preguntar y hablar y descubro que hay dos temas de vital importancia a los que muchos cubanos dedican sus fuerzas.

Uno es la reformulación, por decirlo de alguna forma, de la Constitución Cubana. En medio del tremendo calor, la falta de comida, agua, etc., las personas, sobre todo de la tercera edad, debaten en reuniones de vecinos, a veces de forma acalorada, el proyecto de constitución que ya se ha redactado, donde el presidente de la comisión que redactó el documento y dirige los debates es Raúl Castro.

Como muchas otras veces, ahora entre la droga del Canal Tele Sur, editado en la Venezuela de Maduro y los debates, el pueblo o al menos una parte de él, olvida las penurias. El asunto más importante a discutir, por lo menos, al que vi que se le ha prestado más atención y ha polarizado a las personas es si los homosexuales se pueden casar o no en Cuba. Unos dicen que si, otros dicen que no, otros aún están averiguando. Los más arriesgados y profundos preguntan públicamente que si los homosexuales se casan legalmente y pueden adoptar o parir, sus descendientes a cuál de las partes le dirán papá y mamá. Muy profundo.

Los homosexuales contentos, una parte porque podrán desposarse legalmente y restregárselo en la cara a todo el mundo, sobre todo a los que los reprimieron, heredar y conseguirse un novio o novia en el exterior que después de aceptar casarse los pueda reclamar legalmente para, … partir.

Lo de la Constitución y el análisis de sus artículos me parece poco serio, a pesar de lo serio que puede ser. Creo que es una maniobra para entretener a las personas y darle calor al nuevo presidente, a los que todos dicen que le entregaron el televisor, pero no el mando, haciendo referencia, con esa siempre jodedera cubana, al control remoto y la imposibilidad de operar o cambiar nada. No olvidar que la Constitución para el cubano de a pie, es algo parecido a que los científicos digan que se supone que existen piedras negras en el planeta Neptuno que está a 4.306 billones de km de La Tierra. Las piedras negras de Neptuno y la Constitución para los cubanos de hoy son lo mismo.

El otro asunto motivador, que no pocas personas me recomendaron que tenía que ver, es que iluminaron el Malecón Habanero, o sea, pusieron luces blancas que van en la acera pegada al mar y luces amarillas en la otra acera. En serio, pregunté a los que me invitaban a ver las luces, me estás diciendo que vaya a ver las luces del Malecón, les volvía a preguntar, pero es que piensas que vengo de vivir en el medio del Desierto de Sahara. (Risas)

Pues sí, para muchos en medio de la destrucción ahora es nuevo o al menos lindo para mostrar, que le hayan puesto luz a una Avenida, más, sobrecumplimiento, que le hayan puesto luces de dos colores diferentes. Este debe ser el mayor logro de este período, sin recordar mucho que la primera bombilla eléctrica, aquella de Alba Edison, se instaló en octubre de 1879 y que sólo 10 años después las calles de Matanzas, en Cuba, comenzaron a ser iluminadas por bombillas eléctricas gracias a una planta que se montó en Cárdenas.
Grandes logros, debates sobre la nueva constitución y luces en el Malecón para éste, mi último año de ausencia.

Cuba me recuerda a los documentales que he visto sobre Chernóbil y su accidente nuclear en 1986, solo que aún en las calles transitan las personas. Algunas ya  muertas que, por el logro de la magia, aún se pueden ver y otras, que literalmente se han convertido en zombies. Todos, los primeros y los segundos caminan y existen sin rumbo fijo, sin mañana, sin saber hasta cuándo. Los viejos, porque ya están viejos, y los jóvenes, de los que conozco muchos porque soy joven, increíblemente no motivados por las luces amarillas y blancas del Malecón, sólo tienen una idea, la misma idea.

Estando allí uno experimenta muchos sentimientos que llevados a palabras pueden identificarse como odio, rencor, pena, encabronamiento, disgusto, incomprensión, saturación, ganas de gritar, ganas de llorar, etc. Al final, el sentimiento más profundo para mi es la tristeza.

Tristeza de ver lo que nos ha pasado como pueblo. Tristeza de no poder ayudar más o arrancar a todos de una sola vez de ese lugar. Tristeza de comprobar que personas buenas, trabajadoras, altamente preparadas desde el punto de vista académico, intelectual y cultural, personas que han trabajado más de 40 años y que entregaron en esos años lo mejor de si a cambio de nada, hoy están a merced del viento, tratando de imaginar cómo poder llegar a mañana, y eso día por día. Tristeza de ver a un país destruido que poco a poco va necesitando no una reparación, sino una construcción total, completa. Tristeza de ver el trabajo que se pasa para lo más simple. Tristeza de hablar con personas que no saben para dónde van, ni que tiempo demoraran en llegar a donde no saben que van. Tristeza de una juventud, en su mayor parte, desanimada, desilusionada, desorientada. Tristeza de que el trabajo honesto, el profesional, no sirva para mucho y que las personas tengan que levantarse a “luchar”, o sea, inventar y un poquito robar o aceptar el robo, porque únicamente luchando se puede vivir. Tristeza de ver un país que fue lindo convertido en ruinas. Tristeza de ver a delincuentes disfrutando de hoteles, playas, cayos, casas, carros, porque el dinero, sin importar mucho de donde viene o sale, se ha impuesto. Tristeza por la falta de responsabilidad, ética y dignidad de un gobierno que, a estas alturas del juego, después de 60 años, sólo puede pedir más tiempo para arreglar lo que se sabe nunca tendrá arreglo. Tristeza por ver que se están aplicando los mismos mecanismos, los mismos procesos, los mismos pasos y el mismo discurso descarado que está más que probado que no funcionó y no va a funcionar.

Demás está decir que estoy de acuerdo con la riqueza, estoy de acuerdo con las diferencias que genera el trabajo, lo que nunca podré estar de acuerdo es que un médico, un cirujano, un maestro, un carpintero, un albañil, no vivan o vivan muy por debajo de un tipo que vende carne de cerdo en un kiosko o que vende lo que se roba en su empresa, o que viva millonariamente porque trabaja en la aduana del aeropuerto. No entiendo que los que ayer se fueron y hoy regresan a disfrutar la Cuba que el pueblo cubano no puede disfrutar, puedan especular sobre la pobreza de los que allí se quedaron. No entiendo cómo se puede estar preocupados por invertir en internet y telefonía celular cuando las personas que no tienen acceso a esa tecnología siguen recibiendo un mal pan diario y la llegada de los huevos a la bodega es todo un acontecimiento. No entiendo que importancia puede tener para 11 millones de personas que los homosexuales se casen o no y llevar esto al cuerpo de la Constitución Cubana, cuando todavía el agua no llega a todos los lugares todos los días y las calles, producto de los baches, ya prácticamente no existen. No entiendo como yo, trabajador de la mano, emigrante, acabado de llegar a Estados Unidos, puedo vivir y de hecho vivo mejor que mis padres, que cuando yo no había nacido ya estudiaban y trabajaban y aún lo siguen haciendo para el mismo gobierno, con casi las mismas personas. No entiendo el por qué mis compañeritos de escuelas y de juegos hoy parecen mis abuelos.    

Creo que ya quedan pocos revolucionarios como los de la época en que fui joven, muchos han muerto, otros están muertos lo que no lo saben y otros están muertos en espera del certificado de defunción. La revolución y sus logros ha quedado para el televisor. Lo más jodido del tema es eso precisamente, la revolución ha quedado para el televisor, porque en realidad el pueblo, disimuladamente o a la cara, vive de los dólares imperialistas o aspiran a vivir de ellos. Estamos o mejor dicho están navegando a la deriva, esperando que del cielo llueva café por no poder hacer otra cosa.

Al menos para esta misión, la tristeza fue la madre de todos los demás sentimientos y eso, visto desde aquí, es malo.


  

  • Para los que no comprendan bien el significado de la palabra misión, les recomiendo que vean una muy buena película de ese mismo nombre protagonizada por el inigualable Robert De Niro.