domingo, 20 de julio de 2014

Las iglesias de Lincoln. (Primera Parte)

Este escrito va dirigido como homenaje a Tía Georgina, única sobreviviente de la antigua camada de la familia Tomé. Los que la conocen entenderán fácil el por qué. Espero que ella tenga todavía tiempo para leerlo.

No soy un tipo religioso, nunca lo he sido y creo que ya no lo seré, aunque uno nunca sabe lo que le espera en la vida y las cosas que se hacen frente a determinados eventos. Dejo la posibilidad abierta para que no me acusen de inflexible. JAJAJAJA.

Nací en una familia que escogió, entre otros, dos grandes lemas para vivir, lemas que casi estaban escritos en las paredes de la casa, “Estudio, Trabajo y Fusil” y “La religión es el opio de los pueblos”. Mi bisabuela Alicia, española de Asturias, contaba que cuando llegó a Cuba muy joven, todavía adolescente, linda, rubia de ojos azules y católica, un cura cubano trató de enamorarla, o sea, en buen cubano, el “padre santiaguero”, trató de meterle las manos. Para ella, asturiana del campo, algo andaba mal. Dicho evento hizo que dejara de creer en lo que por tradición familiar creía y por supuesto que pasara esa no creencia a su descendencia.

Crecí en un momento en el que a los religiosos, no importaba de cuál denominación fueran, se les miraba como bichos extraños, atrasados y sobre todo, enemigos del proceso que se estaba desarrollando en la Cuba de aquellos años, incluso cuando ellos no se habían manifestado en contra de nada. Es cierto que algunos curas, defendiendo sus intereses y los de sus feligreses, habían obrado en contra, pero los curas no son las religiones, tal como los comunistas que se equivocaron a través de los años, no eran el comunismo. Ésta fuerza pública hizo que muchas  personas se convirtieran al marxismo leninismo en su más que conocida versión caribeña y que otras ocultaran muy fuertemente sus santos. 

Soy testigo de que en aquella casa donde la religión era el opio de los pueblos, el cuadro tradicional del Corazón de Jesús que había en casi todos los hogares cubanos, un buen día comenzó un recorrido, quizás imitando el Vía Crucis del verdadero Jesús,  de la sala al pasillo, luego a una pared del cuarto de mi abuela Mamá Yuya, para después de una pequeña escala dentro del closet, parar debajo del colchón de la cama donde ella dormía. Lugar poco acogedor donde estuvo Jesús hasta que lo encontramos un buen día cuando levantamos el histórico colchón, después de la muerte de mi abuela,. Pobre Mamá Yuya mía, cuánto sacrificio conceptual tuvo que hacer para que sus hijos y nietos "progresaran" en la ideología que algunos, en nombre de la mayoría, habían escogido.

Mi padre cada vez que se daba un golpe o algo le salía mal, se cagaba en Dios, cosa que cuando niño me parecía fantástica y divertida y que inevitablemente heredé sin pensar y que hoy, ya pensando, todavía sigo haciendo. Recuerdo que un buen día, siendo yo todavía niño,  apareció en mi casa una hermana de mi otra abuela, Tomasa. La tía abuela era monja misionera y había salido de Cuba mucho antes que Fidel fuera a la escuela primaria. Ella en su primer viaje de visita a su tierra natal, quiso llevarse como recuerdo una foto de su familia y mi padre, ni atrás, ni alante, no hubo manera de que se incorporara a la fotografía. ¿Fotografiarse con una monja “enemiga”? Ni pensarlo. Peor aún, porque convirtió el momento familiar en una discusión filosófica sobre la religión y el opio de los pueblos, que no creo que ni la tía monja misma entendió mucho. Ella era misionera, no política.

Luego a mis 15 años, me encontré con Martica, cuya familia paterna era pública y orgullosamente católica. Imagínense, católicos en plena década del 80 en Cuba.  Buenas personas, muy honestas, decentes, trabajadoras, extremadamente solidarias, muy familiares, responsables, que tenían para aquel momento un pequeño problemita, eran católicos confesos, o sea, punto menos que anormales.

Mi vínculo con Martica me llevó a Normita y Robertico y con ellos a sus familiares. El abuelo -  papá de esa familia, El Dr. Martín Landa Bacallao, fue uno de los mejores médicos que permaneció en Cuba después del triunfo revolucionario. Dinero tenía para vivir en cualquier lugar del mundo, había viajado mucho antes del 59, sin embargo, descendiente de mambises, escogió el patriotismo como camino. Amaba a Cuba. Su biblioteca, donde luego yo pasaría muchas horas, tenía dos temas: la medicina y la historia, sobre todo la historia de Cuba. Fue un eminente científico y un incansable trabajador. Tenia un problemita para aquellos años, era masón y no solo masón, sino que tenia uno de los mayores grados dentro de la masonería cubana.

Yo seguí siendo antirreligioso furioso, heredado de mis padres que habían completado su doctrina estudiando Historia y Marxismo Leninismo en las universidades cubanas. Hasta que llegó mi momento de estudiar y matriculé la Licenciatura en Historia de la Facultad de Filosofía y Historia de la UH, la facultad ideológica de la universidad habanera. Lugar donde bajo la óptica del materialismo histórico tuve que estudiar religión de todas las formaciones humanas que han existido. Yo tenia un problemita, no era religioso, eso era bueno, pero mi ideología estaba diferente a lo que trataban de explicarnos en las clases. Imagínense, estudiar historia en un país comunista, sin estar de acuerdo con el comunismo. No se aún cómo no me volví loco. 

Recuerdo que estando en primer año, en una de aquellas reuniones que se hacían para “purificar” el ambiente, una de nuestras compañeras de clases, si mal no recuerdo se llamaba Orquídea, gordita, matancera, no muy buena estudiante y bastante sata, fue sacada de la carrera porque su papá era pastor, creo que evangelista y ella, al haber crecido en ese ambiente, pues creía en lo mismo que su papá. Ni más ni menos tal como yo imité al mío. ¿Hizo algo inadecuado? No. Sólo creía, a su manera, en lo mismo que creía su familia y quizás con la ingenuidad propia de la juventud, lo hizo público. No sé a dónde fue a parar, a lo mejor con el tiempo se hizo militante del PCC.

Luego de graduarme fui a parar al Museo de la Ciudad y al Casco Histórico y esto me hizo vincularme más a la religión. Sin creer en nada, tuve que reforzar mis conocimientos sobre la historia religiosa cubana y sus manifestaciones artísticas para poder explicar y enseñar a los visitantes, importante por supuesto los visitantes extranjeros. Estudios que me llevaron a conocer, no solo sobre la religión católica, sino a acercarme a las religiones afrocubanas, no tan de moda en aquellos años como lo están ahora.

Trabajando con Leal, necesité revisar la fabulosa Historia de Cuba escrita por Levi Marrero, en busca de una mayor y diferente información a la que ya tenía. Primero fui a la Biblioteca Nacional, sólo tenían la mitad de la obra, pero los libros estaban en lo que se llamaba “Reserva Amarilla”, o sea, no públicamente revisables o no revisables por todo el mundo, pues Levi Marrero fue uno de los “equivocados” que había abandonado el país después del triunfo de la Revolución. 

Complicado asunto, yo era historiador, trabajaba nada más y nada menos que con el Historiador de la Ciudad y necesitaba de una carta y una verificación para revisar un libro sobre La Toma de La Habana por los ingleses en 1762. ??????????? Hecho histórico ocurrido mucho, muchísimo antes de que Fidel fuera a la escuela primaria. Entonces me dirigí al Seminario de San Carlos y San Ambrosio, que me quedaba a pocas cuadras de mi trabajo y para mi asombro, no sólo me ofrecieron cariñosamente los libros, sino que yo mismo los podía buscar en el librero. Podía leer lo que se me antojara, incluyendo las obras de Marx, Engels y Lenin, que por supuesto más nunca  he vuelto a leer. Qué diferencia, para los católicos no había Reserva Amarilla.

Mi trabajo en el Museo de la Ciudad y la Habana Vieja, mis deseos de aprender y sobre todo mi relación con mis amigos de la Casa de África, me llevó a acercarme a las religiones afrocubanas, y me dio la posibilidad de participar en toques de santos, violines, plantes ñañigos, etc. Un día fuimos a parar a Matanzas, a una Casa muy antigua dentro de la religión Abakua, era la primera vez después del triunfo de la Revolución que la procesión con que termina la iniciación, “debidamente autorizada por todos los factores”, saldría a la calle a desfilar. Para todas aquellas personas que estaban allí, el acontecimiento tenía doble importancia, la iniciación y el desfile en la calle. Allí estuve 48 horas, la actividad oficial religiosa terminó con una fiesta en la casa de una de las personas más importantes de ese Juego. 

Nosotros, simples jóvenes “chismosos”, fuimos presentados como historiadores connotados y atendidos con miles de honores, como nunca nos habían atendido en nuestros museos, allí el único en recibir honores era Leal. En uno de los intercambios de ideas que tuvimos, le manifesté a la persona que nos atendía directamente que me llamaba la atención que durante 48 horas seguidas, aquello lleno de hombres tal como lo demandaba la religión abakua y ron por donde quiera y sin embargo, yo no había visto decir ni una sola mala palabra, ni había presenciado un mal gesto, ni olía la más mínima manifestación de violencia. El tipo, que por cierto, según decían, era muy amigo del Comandante Juan Almeida, ?????????????, riendo me explicó y comenzó a presentarme a varios de los religiosos que allí estaban reunidos. 

Por delante de mí comenzaron a desfilar abakuas que además eran médicos, abogados, y otros graduados universitarios, pero también militantes del PCC y para colmo internacionalistas, varios incluso con tres misiones de guerra. ¡Qué contradicción! La religión era el opio de los pueblos y mi tía abuela estaba de misionera en África y América Latina, dando comida, curando y enseñando a leer a los pobladores de los más recónditos lugares, y estos negros abakua, muchos no sólo eran graduados universitarios, sino que eran  militantes del mismo partido que mis padres, aquel partido que enunciaba lo del veneno para los pueblos y muchos eran poseedores de medallas de internacionalismo proletario, la máxima expresión del hombre comunista, que por teoría era un hombre superior.


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