miércoles, 9 de octubre de 2024

590.- Murió mi suegra. Hablamos del peligro de estar vivos.

Llevo muchas horas tratando de organizar mis sentimientos y, sobre todo, de concretar ideas para no escribir por escribir, 

Murió mi suegra y esto es bueno y entendible porque las suegras también mueren, tal como dice Fito Páez hablamos del peligro de estar vivos. Lo que pasa es que, para un tipo como yo, crecido con madre y el amor inigualable de dos espectaculares abuelas en la misma casa, murió alguien que fue también mi mamá.

Con mucho respeto a sus cuatro hijos con los cuales no pretendo competir, en este tema ellos siempre estarán primero, por muy petulante que pueda parecer, por muy exagerado, por muy pretensioso, categorías que hoy me dan lo mismo poseer o soportar, fui durante muchos años, no dicho por mí, sino por ella misma, el mejor de sus hijos. Fui nombrado por esa “Vieja”, cosa de la cual tengo testigos, como su “Paño de Lágrimas” durante muchos años de su larga vida y esa categoría para una familia de cuatro hijos y muchas parejas que por ahí pasaron, me da un puesto privilegiado para pensar y decir sobre ella lo que se me antoje.

Marta Regla de las Mercedes Meléndez Masa, “La Faraona”, como la llamara mi hermano Iván, bautizada por mi hermano Igor cariñosamente como “Mamá Marta”, lo que refleja no sólo lo que significó para mí, sino para parte de los míos, el primero en uno de sus mensajes, me ayuda a definirla mejor que nadie, cuando me escribe: “Marta pertenece a la generación de hierro. Con su actitud y comportamiento convierten en hormigas a las generaciones actuales. Tiempos mejores y peores, estudio, trabajo, cuidaron y enterraron a sus mayores, pareja, hijos, familia como bandera. Voluntad férrea inclaudicable y preceptos inamovibles hasta el final de sus vidas. Y si, los tiempos cambiaron, pero todavía peor, la gente cambió para peor. Dicen que todo desaparecerá y habrá que volver a empezar de cero. Personas como Marta son ejemplo casi imposible de imitar, recordarla y rendirle culto como algo real de lo que tenemos que sentirnos orgullosos como para poder contárselo a nuestros nietos. Ayer terminó una Leona de la Vida”.

Tengo tantas ideas, cuentos, anécdotas, interpretaciones, valoraciones, más miles y miles de horas de conversaciones con y sobre Marta en casi 50 años junto a ella, como ningún otro mortal, lo que me permitiría escribir su historia en tres grandes tomos.

Mucho de esto es público, pues puedo asegurar que, con mucha frecuencia, a veces diariamente, a veces pienso que, hasta el cansancio de los otros, sale en mis conversaciones donde quiera que esté. Mis hijos, mis hermanos, muchos de mis amigos e incluso, me arriesgaría a decir, que la propia Martica, sin quitarle su gran mérito como hija, gracias a esos cuentos míos, conocen mejor a esa persona que hoy ya no está. Tengo la misión de reconocer y valorar en vida, a veces el más mínimo detalle, hasta la más dura y desgarradora interpretación, porque después de la muerte ya no me interesa. Tengo la intención, quizás de llorar menos, pero de saber y conocer muy bien a quién se está enterrando. Tengo la misión, quizás primera, de que mis dos hijos, que preguntan y preguntan, sepan de dónde vienen y tengan claro lo que tienen de sólida base e historia.

Tengo 61 años, Marta me viene en el sabor y olor de muchas comidas, en todos mis recuerdos, buenos y malos, sobre Víbora Park, en la atención a un hijo o nieto enfermo, en su constante renovada juventud, en un dolor de un hueso o músculo como los que ella estoicamente padeció, en una risa, la vi sonreír mucho o un llanto, también la vi llorar mucho. Marta me viene cuando alguien habla de la voluntad y el sacrificio, de la fortaleza de un ser humano. Marta me viene cuando me veo comiendo solo, cosa que no me gusta y ella sabía y dejando lo que estuviera haciendo, se sentaba a mi lado en la mesa para acompañarme. Marta me viene cuando me veo comprando una maseta o sembrando una planta o cuando escucho a Martica decirme: Roly necesito …, por aquel mensaje dulce con el cual lograba lo que ella quería o se le antojaba cualquier día a cualquier hora de: “Papi ponme esta matica allí, tráeme aquella de allá para acá, siémbrame esto en esta latica”. Marta me viene cuando a pesar de estar hablando con su propia hija, con una voz al teléfono que nunca le cambió con la edad, al pasar dos minutos y medio, le preguntaba: “¿Dónde está mi gordito? E inmediatamente le ordenaba: “Pónmelo”. Y esto no deja de ser dulce, podría preguntar por el esposo, podría preguntar por Rolando o por Roly, sin embargo, yo era su gordito.

Guardo el privilegio único de haberla tenido muchas veces totalmente desnuda abrazada a mí, mientras la cargaba en peso para que su hija la limpiara, curara o vistiera, durante aquellas recuperaciones de sus dos famosas fracturas de caderas y recuerdo su sonrisa mezclada con llanto o llanto disfrazado con sonrisa, cuando le decía: “mi suegra, después del esposo Cosme, soy yo el único hombre que la ha abrazado en cuero a la pelota”.

Llegué a la casa de los Tomé en julio de 1978, recién yo cumplido los 15 años. Mi llegada para nada tuvo que ver con una acción noble, nada parecida a la llegada de los conquistadores españoles a lo que luego se llamó América o la llegada del hombre a la Luna, llegué como una fiera común detrás de la carne, Martica, ultima hija de esa familia, era por aquellos años una bella y dulce muchacha que vagaba sola en espera de ser “descubierta”.

Martica me quedaba muy cerca, pues nuestras casas estaban, caminando en línea recta, a sólo 300 metros, por lo que, a partir de aquel primer encuentro, pasaba más tiempo en su casa que en la mía. Caminé durante años tanto entre esas dos casas, que, de ser posible, aún mis pasos deberían estar marcados en la acera de la calle Roma.

Y desde ese año, 1978, estoy en esa familia, que, con el tiempo, se convirtió en la mía propia por mi capacidad acaparadora. No existe desde esa fecha hasta hoy, un evento, un hecho, un cuento, un nacimiento o divorcio e incluso un chisme donde no esté presente. Después de esa fecha hasta hoy, no existe un cuñado, un viejo, un abuelo, tío, un niño, sobrino que no tenga puesta mi mano, mi tiempo. De esa presencia se ha salvado Patricia, la última hija de mi cuñado Ernesto, porque salí de Cuba en el 2007, de no haber sido así, me las hubiera arreglado para que también me llamara cariñosamente tío Roly. Nombramientos no vinculados a la sangre o la formalidad, siempre ganados en batallas, porque nunca fui un tipo rico que hacía regalos caros.

Mis acercamientos con Marta para nada fueron melosos, yo no era una onza de oro, menos una taza de azúcar. Marta era un roble, de esas mujeres de antes, conservadora, muy convencida de sus valores, tranquila, pacífica, estable a pesar de los muchos problemas; yo era un anarquista, un incendiario, un revolucionario con ganas de interpretar, combatir y cambiar todo. Nuestros acercamientos no fueron de una suegra loca por venderle a su hija a un “muy buen postor”. Marta cuidaba a sus hijos como una fiera leona. No importaba lo que pasara, no importaba de qué lado estaba la lógica y el sentido común, no importaba los errores, Marta, por encima de todo y para todo, fue primero mamá y luego, por suerte, incluso para mí y mucho para mis dos hijos, abuela.

Hoy no puedo olvidar la imagen de mi hijo Jonathan con 6 pies de altura en nuestra primera visita a Cuba en el 2018, postrado de rodillas frente a su abuela, como muestra de cariño y, sobre todo, agradecimiento. Marta abuela de ocho nietos, a los que todos conoció, fue también la mamá de Jennifer y Jonathan, privilegio que tuvieron mis dos hijos.

Desde esa fecha hasta aquí, Marta, hasta el minuto antes del final de su vida, sin poder caminar, desde su silla de ruedas, si por algo se destacó y algo nos dejó, fue, primero, su responsabilidad y luego su sentimiento de mamá.

Con los años dejó de caminar y por tanto dejó de cocinar, de sembrar matas, de limpiar ventanas, de recoger la ropa tendida en el patio, pero nunca dejó de ser la madre de esa familia y de muchas otras personas que por allí pasaron. Marta fue madre de algunos de nuestros amigos y abuela de muchos de los amigos de sus nietos más cercanos. Soy testigo de que, desde su sillón de ruedas, aún organizaba lo que ocurría a su alrededor. Si necesitabas el número de teléfono de alguien, Marta lo tenía en la memoria, si necesitabas encontrar una llave, Marta te mandaba a la gaveta número cuatro, si necesitabas una receta de cocina, Marta te la explicaba, pero además te decía con una sonrisa: “Ah, eso es facilísimo de hacer”. Todavía al teléfono, desde la distancia, preguntaba por nombre y apellidos por cada uno de sus descendientes.

Marta la gran cocinera que mantenía encantados a sus cuatro hijos, más sus cuatro parejas, algunos como yo, plantilla fija, más a todos sus nietos, más a todos los amigos que por años por allí pasaron, más al padre de Martica, que luego de separarse de ella visitaba semanalmente aquella casa hasta que murió, más a más de 25 personas en fiestas familiares. Todo eso durante años, con postres incluidos, ella sola.

Marta, aquella persona que se graduó en la universidad, pero que nunca ejerció su carrera hasta que un día, después de divorciada, se impuso, si porque se lo impuso para no depender, salir de su casa con 43 años y el olvido total de lo que había estudiado. Esa persona que entonces volvió a estudiar sola de madrugada, después de haber terminado como ama de casa con sus cuatro hijos, y llegó a ser la reconocida “Doctora Marta” jefa de la farmacia de un hospital pediátrico hasta que se jubiló.

Marta, grande, que un día, muchos años después de haber sido dejada por otra mujer, frente a la enfermedad del padre de los Tomé, le dijo a Martica, tráemelo y ponlo aquí, que yo lo voy a cuidar. Estoy convencido de que el padre, que sufría más que una enfermedad física, se hubiera mantenido vivo por más tiempo. ¿Qué fortaleza de espíritu hay que tener para tratar de cuidar a la persona que te cambio, quizás arruinó, tu vida?, ¿Con cuántos corazones vino Marta?

Nuestros acercamientos no fueron fáciles, fueron de lucha, respetuosa, pero lucha, y creo que eso es lo mejor que nos pasó, porque esa lucha diaria fundió nuestros diversos aceros hasta convertirlos en uno sólo. Marta y si, puede ser que yo solo me otorgue esa categoría, murió siendo mi mamá, a tal punto eso fue público que mi madre Alicia me escribió: “Roly, acabo de conocer por Baby la muerte de Marta, […], lo siento mucho porque sé lo que ella siempre te quería y reconocía lo que tu significabas para ella y lo mucho que la ayudaste cuándo en su casa vivías. La vida es dura. Te quiero”.

Recuerdo un día, una historia que tiene un antecedente largo que ahora no viene al caso, que Marta regresó a su casa y su linda Martica y su novio Roly hacían el amor en su cuarto. Tan entretenido estábamos que nos enteramos de su presencia cuando ella toco la puerta al darse cuenta de que no podía entrar, porque por suerte, no sé de qué, estaba cerrada por dentro. Luego de vestidos Martica y yo nos reunimos con ella en la sala de la casa. Ella lloraba ofendida, se le había faltado el respeto a sus canas decía, no tanto porque su hija y yo nos quisiéramos, en esa ocasión carnalmente, sino porque todo aquello ocurría en su cama donde jamás se había acostado otro hombre que no fuera el padre de sus hijos. En realidad, cuando se es joven, una cama es sólo eso, una cama, para Marta era algo diferente, quizás un gran recuerdo que había sido violentado.

Conversación difícil para dos jóvenes con una mujer adulta que lloraba ofendida, que terminó con mi petición de que me diera tiempo y yo le demostraría que quería a su hija. El tiempo paso, a pesar de los errores cometidos por todas las partes, hoy su hija, quizás con un poquito de mi ayuda, ha logrado una familia estable, organizada, inteligente, sana y buena, quizás, y esto es muy complicado de decir, pero ya aclaré que asumo lo que tengo que asumir, muy por encima del resto de su familia.

Mi amigo Ruso, mi Vikingo que escribe poemas y conoció a Marta desde niño, me ha escrito esto que refleja lo que ella fue:

"AUSENCIA

Desde lejos, también, se siente el dolor...es el costo, es el precio que nos lleva, no estar presente en ese momento, en ese instante..., y es cuando recibes la mala noticia, un tormento para tu mente.

Estando preso, por no decir, en el infierno; fallecieron seres queridos y no me lo querían decir para no darme más tristeza, en un lugar donde realmente, necesita mucha fortaleza, no física sino espiritual, emocional y sentimental.

Me llega la salida del país y a pasar lo mismo, otros familiares y amigos que no pude ver, ni despedirme, por culpa de mi destino.

Ahora, termina de irse para el Cielo, la mamá y suegra de una gran amiga mía y de un gran amigo mío: Me pregunto, si a mí me duele...cómo se sentirán ellos.

La conocí desde niño...vecina; dulce, cariñosa, amable; pero, sobre todo, muy educada e inteligente. Su gran amor por sus hijos, logrando ella sola que llegaran a ser profesionales, es digno de amor y nos deja ese gran recuerdo.

No sabemos la consecuencia por estar tan lejos, es el daño que nos causa...la AUSENCIA”.

Entonces, murió mi suegra y eso está bien, porque las suegras también mueren, es sencillamente el peligro de estar vivos. Tal como le escribí a sus hijos que están lejos, ahora es cuando es, las personas que viven alrededor de una persona como Marta, el horcón central de una familia, cuando esa figura tan potente desaparece, muchas veces se pierde el centro y las familias se pierden.

Yo tengo una gran ventaja, al vivir con Martica, para mí heredera total de su madre, en ella veo y tengo a Marta todos los días.

1 comentario:

  1. Siento mucho los tristes momentos que estas pasando junto a martica, a mis nietos y a toda la familia de Marta, por su fallecimiento. Yo también me siento triste porque la consideré siempre parte de mi familia.
    Comparto tus hermosas palabras y anécdotas sobre Marta, muchas de las cuales viví junto a ti, a martica y a su familia. Como Marta tuvo una larga vida y vivíamos muy cerca, tuve la oportunidad de conversar y coincidir con ella en múltiples ocasiones, sobre acontecimientos familiares, de mujeres, de abuelitas, de cuando hacíamos guardias nocturnas por las cuadras, incluso de otros aspectos del actual entorno cubano. Marta tuvo siempre una magnifica memoria y lucidez para interpretar muchos aspectos y acontecimientos de diversas índoles, intercambiando nuestros criterios al respecto.
    La vida me dió la posibilidad de agradecer muchísimo el trato que siempre te dió cuando tu casamiento con Martica, y como te incorporó a su familia tratando de sobrellevar como una madre tus majaderías juveniles de entonces. Siempre me expresaba lo mucho que te quería y el valor que le daba a tus atenciones hacia ella, como si hubieras sido su hijo. Agradezco mucho a Marta sus palabras cuando quedé viuda de Máximo, a decir no a la depresión y si a la reflexión y a no sentirme sola. Ella siempre tenía un pensamiento positivo y muy buen equilibrio emocional....quería operarse las cataratas de los ojos para ver bien la tv, leer el periódico y vivir con mejor calidad.
    ¡Me quedo de por vida, con el recuerdo de nuestras lindas conversaciones, del sentido que siempre tuvo para vivir y con sus enseñanzas de madre trabajadora y resiliente.¡ EDP

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