Llevo muchas horas tratando de organizar mis sentimientos y, sobre todo, de concretar ideas para no escribir por escribir,
Murió mi suegra y esto es bueno y entendible porque las suegras también mueren, tal como dice Fito Páez hablamos del peligro de estar vivos. Lo que pasa es que, para un tipo como yo, crecido con madre y el amor inigualable de dos espectaculares abuelas en la misma casa, murió alguien que fue también mi mamá.
Con mucho respeto a sus cuatro hijos con los cuales no pretendo competir, en este tema ellos siempre estarán primero, por muy petulante que pueda parecer, por muy exagerado, por muy pretensioso, categorías que hoy me dan lo mismo poseer o soportar, fui durante muchos años, no dicho por mí, sino por ella misma, el mejor de sus hijos. Fui nombrado por esa “Vieja”, cosa de la cual tengo testigos, como su “Paño de Lágrimas” durante muchos años de su larga vida y esa categoría para una familia de cuatro hijos y muchas parejas que por ahí pasaron, me da un puesto privilegiado para pensar y decir sobre ella lo que se me antoje.
Marta Regla de las Mercedes Meléndez Masa, “La Faraona”, como
la llamara mi hermano Iván, bautizada por mi hermano Igor cariñosamente como “Mamá
Marta”, lo que refleja no sólo lo que significó para mí, sino para parte de
los míos, el primero en uno de sus mensajes, me ayuda a definirla mejor que
nadie, cuando me escribe: “Marta pertenece a la generación de hierro. Con su
actitud y comportamiento convierten en hormigas a las generaciones actuales.
Tiempos mejores y peores, estudio, trabajo, cuidaron y enterraron a sus
mayores, pareja, hijos, familia como bandera. Voluntad férrea inclaudicable y
preceptos inamovibles hasta el final de sus vidas. Y si, los tiempos cambiaron,
pero todavía peor, la gente cambió para peor. Dicen que todo desaparecerá y
habrá que volver a empezar de cero. Personas como Marta son ejemplo casi
imposible de imitar, recordarla y rendirle culto como algo real de lo que
tenemos que sentirnos orgullosos como para poder contárselo a nuestros nietos.
Ayer terminó una Leona de la Vida”.
Tengo tantas ideas, cuentos, anécdotas, interpretaciones,
valoraciones, más miles y miles de horas de conversaciones con y sobre Marta en
casi 50 años junto a ella, como ningún otro mortal, lo que me permitiría
escribir su historia en tres grandes tomos.
Mucho de esto es público, pues puedo asegurar que, con
mucha frecuencia, a veces diariamente, a veces pienso que, hasta el cansancio
de los otros, sale en mis conversaciones donde quiera que esté. Mis hijos, mis
hermanos, muchos de mis amigos e incluso, me arriesgaría a decir, que la propia
Martica, sin quitarle su gran mérito como hija, gracias a esos cuentos míos,
conocen mejor a esa persona que hoy ya no está. Tengo la misión de reconocer y
valorar en vida, a veces el más mínimo detalle, hasta la más dura y
desgarradora interpretación, porque después de la muerte ya no me interesa. Tengo
la intención, quizás de llorar menos, pero de saber y conocer muy bien a quién
se está enterrando. Tengo la misión, quizás primera, de que mis dos hijos, que
preguntan y preguntan, sepan de dónde vienen y tengan claro lo que tienen de
sólida base e historia.
Tengo 61 años, Marta me viene en el sabor y olor de muchas
comidas, en todos mis recuerdos, buenos y malos, sobre Víbora Park, en la
atención a un hijo o nieto enfermo, en su constante renovada juventud, en un
dolor de un hueso o músculo como los que ella estoicamente padeció, en una risa,
la vi sonreír mucho o un llanto, también la vi llorar mucho. Marta me viene cuando
alguien habla de la voluntad y el sacrificio, de la fortaleza de un ser humano.
Marta me viene cuando me veo comiendo solo, cosa que no me gusta y ella sabía y
dejando lo que estuviera haciendo, se sentaba a mi lado en la mesa para
acompañarme. Marta me viene cuando me veo comprando una maseta o sembrando una planta
o cuando escucho a Martica decirme: Roly necesito …, por aquel mensaje dulce con
el cual lograba lo que ella quería o se le antojaba cualquier día a cualquier
hora de: “Papi ponme esta matica allí, tráeme aquella de allá para acá, siémbrame
esto en esta latica”. Marta me viene cuando a pesar de estar hablando con su
propia hija, con una voz al teléfono que nunca le cambió con la edad, al pasar dos
minutos y medio, le preguntaba: “¿Dónde está mi gordito? E inmediatamente le
ordenaba: “Pónmelo”. Y esto no deja de ser dulce, podría preguntar por el
esposo, podría preguntar por Rolando o por Roly, sin embargo, yo era su
gordito.
Guardo el privilegio único de haberla tenido muchas
veces totalmente desnuda abrazada a mí, mientras la cargaba en peso para que su
hija la limpiara, curara o vistiera, durante aquellas recuperaciones de sus dos
famosas fracturas de caderas y recuerdo su sonrisa mezclada con llanto o llanto
disfrazado con sonrisa, cuando le decía: “mi suegra, después del esposo Cosme,
soy yo el único hombre que la ha abrazado en cuero a la pelota”.
Llegué a la casa de los Tomé en julio de 1978, recién
yo cumplido los 15 años. Mi llegada para nada tuvo que ver con una acción
noble, nada parecida a la llegada de los conquistadores españoles a lo que
luego se llamó América o la llegada del hombre a la Luna, llegué como una fiera
común detrás de la carne, Martica, ultima hija de esa familia, era por aquellos
años una bella y dulce muchacha que vagaba sola en espera de ser “descubierta”.
Martica me quedaba muy cerca, pues nuestras casas
estaban, caminando en línea recta, a sólo 300 metros, por lo que, a partir de
aquel primer encuentro, pasaba más tiempo en su casa que en la mía. Caminé
durante años tanto entre esas dos casas, que, de ser posible, aún mis pasos deberían
estar marcados en la acera de la calle Roma.
Y desde ese año, 1978, estoy en esa familia, que, con
el tiempo, se convirtió en la mía propia por mi capacidad acaparadora. No
existe desde esa fecha hasta hoy, un evento, un hecho, un cuento, un nacimiento
o divorcio e incluso un chisme donde no esté presente. Después de esa fecha
hasta hoy, no existe un cuñado, un viejo, un abuelo, tío, un niño, sobrino que
no tenga puesta mi mano, mi tiempo. De esa presencia se ha salvado Patricia, la
última hija de mi cuñado Ernesto, porque salí de Cuba en el 2007, de no haber
sido así, me las hubiera arreglado para que también me llamara cariñosamente
tío Roly. Nombramientos no vinculados a la sangre o la formalidad, siempre
ganados en batallas, porque nunca fui un tipo rico que hacía regalos caros.
Mis acercamientos con Marta para nada fueron melosos,
yo no era una onza de oro, menos una taza de azúcar. Marta era un roble, de esas
mujeres de antes, conservadora, muy convencida de sus valores, tranquila, pacífica,
estable a pesar de los muchos problemas; yo era un anarquista, un incendiario, un
revolucionario con ganas de interpretar, combatir y cambiar todo. Nuestros
acercamientos no fueron de una suegra loca por venderle a su hija a un “muy
buen postor”. Marta cuidaba a sus hijos como una fiera leona. No importaba lo
que pasara, no importaba de qué lado estaba la lógica y el sentido común, no
importaba los errores, Marta, por encima de todo y para todo, fue primero mamá
y luego, por suerte, incluso para mí y mucho para mis dos hijos, abuela.
Hoy no puedo olvidar la imagen de mi hijo Jonathan con
6 pies de altura en nuestra primera visita a Cuba en el 2018, postrado de
rodillas frente a su abuela, como muestra de cariño y, sobre todo, agradecimiento.
Marta abuela de ocho nietos, a los que todos conoció, fue también la mamá de
Jennifer y Jonathan, privilegio que tuvieron mis dos hijos.
Desde esa fecha hasta aquí, Marta, hasta el minuto
antes del final de su vida, sin poder caminar, desde su silla de ruedas, si por
algo se destacó y algo nos dejó, fue, primero, su responsabilidad y luego su
sentimiento de mamá.
Con los años dejó de caminar y por tanto dejó de
cocinar, de sembrar matas, de limpiar ventanas, de recoger la ropa tendida en
el patio, pero nunca dejó de ser la madre de esa familia y de muchas otras
personas que por allí pasaron. Marta fue madre de algunos de nuestros amigos y
abuela de muchos de los amigos de sus nietos más cercanos. Soy testigo de que,
desde su sillón de ruedas, aún organizaba lo que ocurría a su alrededor. Si
necesitabas el número de teléfono de alguien, Marta lo tenía en la memoria, si
necesitabas encontrar una llave, Marta te mandaba a la gaveta número cuatro, si
necesitabas una receta de cocina, Marta te la explicaba, pero además te decía
con una sonrisa: “Ah, eso es facilísimo de hacer”. Todavía al teléfono, desde
la distancia, preguntaba por nombre y apellidos por cada uno de sus descendientes.
Marta la gran cocinera que mantenía encantados a sus
cuatro hijos, más sus cuatro parejas, algunos como yo, plantilla fija, más a
todos sus nietos, más a todos los amigos que por años por allí pasaron, más al
padre de Martica, que luego de separarse de ella visitaba semanalmente aquella
casa hasta que murió, más a más de 25 personas en fiestas familiares. Todo eso
durante años, con postres incluidos, ella sola.
Marta, aquella persona que se graduó en la
universidad, pero que nunca ejerció su carrera hasta que un día, después de divorciada,
se impuso, si porque se lo impuso para no depender, salir de su casa con 43
años y el olvido total de lo que había estudiado. Esa persona que entonces
volvió a estudiar sola de madrugada, después de haber terminado como ama de
casa con sus cuatro hijos, y llegó a ser la reconocida “Doctora Marta” jefa de
la farmacia de un hospital pediátrico hasta que se jubiló.
Marta, grande, que un día, muchos años después de
haber sido dejada por otra mujer, frente a la enfermedad del padre de los Tomé,
le dijo a Martica, tráemelo y ponlo aquí, que yo lo voy a cuidar. Estoy
convencido de que el padre, que sufría más que una enfermedad física, se
hubiera mantenido vivo por más tiempo. ¿Qué fortaleza de espíritu hay que tener
para tratar de cuidar a la persona que te cambio, quizás arruinó, tu vida?,
¿Con cuántos corazones vino Marta?
Nuestros acercamientos no fueron fáciles, fueron de
lucha, respetuosa, pero lucha, y creo que eso es lo mejor que nos pasó, porque
esa lucha diaria fundió nuestros diversos aceros hasta convertirlos en uno
sólo. Marta y si, puede ser que yo solo me otorgue esa categoría, murió siendo
mi mamá, a tal punto eso fue público que mi madre Alicia me escribió: “Roly,
acabo de conocer por Baby la muerte de Marta, […], lo siento mucho porque sé lo
que ella siempre te quería y reconocía lo que tu significabas para ella y lo mucho que la ayudaste cuándo en su casa vivías. La vida es
dura. Te quiero”.
Recuerdo un día, una historia que tiene un antecedente
largo que ahora no viene al caso, que Marta regresó a su casa y su linda Martica
y su novio Roly hacían el amor en su cuarto. Tan entretenido estábamos que nos
enteramos de su presencia cuando ella toco la puerta al darse cuenta de que no
podía entrar, porque por suerte, no sé de qué, estaba cerrada por dentro. Luego
de vestidos Martica y yo nos reunimos con ella en la sala de la casa. Ella
lloraba ofendida, se le había faltado el respeto a sus canas decía, no tanto
porque su hija y yo nos quisiéramos, en esa ocasión carnalmente, sino porque
todo aquello ocurría en su cama donde jamás se había acostado otro hombre que
no fuera el padre de sus hijos. En realidad, cuando se es joven, una cama es sólo
eso, una cama, para Marta era algo diferente, quizás un gran recuerdo que había
sido violentado.
Conversación difícil para dos jóvenes con una mujer adulta
que lloraba ofendida, que terminó con mi petición de que me diera tiempo y yo le
demostraría que quería a su hija. El tiempo paso, a pesar de los errores
cometidos por todas las partes, hoy su hija, quizás con un poquito de mi ayuda,
ha logrado una familia estable, organizada, inteligente, sana y buena, quizás,
y esto es muy complicado de decir, pero ya aclaré que asumo lo que tengo que
asumir, muy por encima del resto de su familia.
Mi amigo Ruso, mi Vikingo que escribe poemas y conoció
a Marta desde niño, me ha escrito esto que refleja lo que ella fue:
"AUSENCIA
Desde lejos, también, se siente el
dolor...es el costo, es el precio que nos lleva, no estar presente en ese
momento, en ese instante..., y es cuando recibes la mala noticia, un tormento
para tu mente.
Estando preso, por no decir, en el
infierno; fallecieron seres queridos y no me lo querían decir para no darme más
tristeza, en un lugar donde realmente, necesita mucha fortaleza, no física sino
espiritual, emocional y sentimental.
Me llega la salida del país y a
pasar lo mismo, otros familiares y amigos que no pude ver, ni despedirme, por
culpa de mi destino.
Ahora, termina de irse para el
Cielo, la mamá y suegra de una gran amiga mía y de un gran amigo mío: Me
pregunto, si a mí me duele...cómo se sentirán ellos.
La conocí desde niño...vecina;
dulce, cariñosa, amable; pero, sobre todo, muy educada e inteligente. Su gran
amor por sus hijos, logrando ella sola que llegaran a ser profesionales, es
digno de amor y nos deja ese gran recuerdo.
No sabemos la consecuencia por
estar tan lejos, es el daño que nos causa...la AUSENCIA”.
Entonces, murió mi suegra y eso está bien, porque las
suegras también mueren, es sencillamente el peligro de estar vivos. Tal como le escribí a sus hijos que están lejos, ahora
es cuando es, las personas que viven alrededor de una persona como Marta, el
horcón central de una familia, cuando esa figura tan potente desaparece, muchas
veces se pierde el centro y las familias se pierden.
Yo tengo una gran ventaja, al vivir con Martica, para
mí heredera total de su madre, en ella veo y tengo a Marta todos los días.
Siento mucho los tristes momentos que estas pasando junto a martica, a mis nietos y a toda la familia de Marta, por su fallecimiento. Yo también me siento triste porque la consideré siempre parte de mi familia.
ResponderEliminarComparto tus hermosas palabras y anécdotas sobre Marta, muchas de las cuales viví junto a ti, a martica y a su familia. Como Marta tuvo una larga vida y vivíamos muy cerca, tuve la oportunidad de conversar y coincidir con ella en múltiples ocasiones, sobre acontecimientos familiares, de mujeres, de abuelitas, de cuando hacíamos guardias nocturnas por las cuadras, incluso de otros aspectos del actual entorno cubano. Marta tuvo siempre una magnifica memoria y lucidez para interpretar muchos aspectos y acontecimientos de diversas índoles, intercambiando nuestros criterios al respecto.
La vida me dió la posibilidad de agradecer muchísimo el trato que siempre te dió cuando tu casamiento con Martica, y como te incorporó a su familia tratando de sobrellevar como una madre tus majaderías juveniles de entonces. Siempre me expresaba lo mucho que te quería y el valor que le daba a tus atenciones hacia ella, como si hubieras sido su hijo. Agradezco mucho a Marta sus palabras cuando quedé viuda de Máximo, a decir no a la depresión y si a la reflexión y a no sentirme sola. Ella siempre tenía un pensamiento positivo y muy buen equilibrio emocional....quería operarse las cataratas de los ojos para ver bien la tv, leer el periódico y vivir con mejor calidad.
¡Me quedo de por vida, con el recuerdo de nuestras lindas conversaciones, del sentido que siempre tuvo para vivir y con sus enseñanzas de madre trabajadora y resiliente.¡ EDP