¿Como se saca a un dictador, a un tirano, a un emperador moderno, a un personaje totalitario, mentiroso y explotador? La respuesta es fácil, por la fuerza.
Ahora, que sea fácil la respuesta, no quiere decir que
sea igual de fácil conseguirlo. Los dictadores están tan amarrados a sus sillas
y se saben tan culpables que son capaces de exterminar a grandes cantidades de
personas con tal de no ceder. Se enajenan de tal forma que cuando se miran al
espejo, siguen viendo el mensaje de: tu eres el más bello dentro de todos los
bellos.
Los borrachos en el poder, después de haber llegado por cualquier vía, una revolución, un golpe de estado, una elección que luego de ganada cambia todo lo establecido matando incluso la misma posibilidad de elección, por selección y recomendación de otro dictador, etc., se hacen de cualquier manejo para tratar de eternizarse.
El primer manejo es casi siempre la palabra “pueblo”, la cual utilizan a veces con tanto exceso que parece una muletilla. Se presentan como defensores únicos, los más interesados y los que más trabajan para esa porción. Fidel Castro, el que todos sabemos que acabó en sus cinco décadas de poder absoluto dejando detrás a un pueblo y país empobrecido, se nombró él mismo “esclavo del pueblo cubano”.
Se muestran y se exhiben como únicos poseedores del
bien, edulcorando sus imágenes sobre todo con aquellos más vulnerables, viejos y,
sobre todo, niños. Asegurándose de un grupo de “guatacones”, como diríamos en
buen cubano, dispuestos siempre a adorarlos a nivel de un dios.
Comienzan a manejar, hasta el dominio exacto, una sopa
de palabras, las que mueven de adelante hacia atrás y viceversa, aparentando
profundidad, sin embargo, muy pocas veces dicen algo importante. Sopa de
palabras y más sopas de palabras.
Fidel Castro debe tener récord en discursos, 8, 9
horas seguidas hablando, de todo ese tiempo, lo esencial lo podía haber dicho
en 20 minutos, todo lo demás era adorno para entretener y entretenerse, para envenenar y, sobre todo, para aparecer como único e insustituible.
Díaz Canel, aunque puesto por Fidel, incapaz de
cualquier cosa, comienza a hablar y nunca se sabe para dónde y cómo va, es un
discurso lento, sin sustancia ni de los 20 minutos de su antecesor. Ambos hablan
de un pueblo al que no pertenecen, porque ellos están fuera, hablan del pueblo
tal como se habla de una mascota.
Paralelamente a esta opción de líderes queridos y
justificados, se las agencian para ejercer la represión. Estos dictadores
modernos, crean fuerzas, incluso detrás de las fuerzas públicas para mantener a
ese "querido pueblo", al que dicen amar y para el cual dicen trabajar, en la
raya. En la justa raya que limita un posible cuestionamiento.
Los aparentes tan demócratas, lo primero que hacen es hacerse respaldar absolutamente por el ejército. A veces apelando a corrupción, ventajas y beneficios desproporcionados, el miedo, hasta rodearse de personas inescrupulosas, muy brutas, que sólo viven para seguir órdenes sin pensar. Con esto, sin palabras, muestran su fuerza para, sobre todo, reprimir. Es una alerta que siempre está presente, incluso sin tener que mencionarla o amenazar con ella.
Durante décadas Fidel Castro presumió del ejercito cubano, a sabiendas, si lo sabía yo, también lo sabía él, que ese ejército no aguantaría media hora de combate con el enemigo más que declarado, Estados Unidos, pero la imagen de un ejercito enajenado y decidido a morir, crea una imagen de fortaleza, no sólo para el exterior, supuesto escenario donde actuaría un ejército, sino para el interior.
Díaz Canel, tan pronto se le apretó el zapato el 11 de julio, no dudó en sacarlo a la calle, donde no había ningún militar norteamericano, sino a reprimir a ese pueblo o parte de él, que pretendió pasar la raya invisible que todos sabemos que existe. Los nombró delincuentes, los llamó mercenarios y le echó al “pueblo” comprado arriba. Al final, triunfó él en aquel momento. El puebo descontento, pero conocedor de los mecanismos, sale a reprimir a la otra parte del pueblo.
Luego ese dictador “amoroso”, enamorado de su pueblo,
crea, por debajo de lo oficial y visible, las verdaderas estrategias. La represión
silenciosa.
Divide a las familias, se mete en sus vidas y casas
y logra que ellas mismas se repriman y controlen. Logran que en la misma
medida que las personas traten incluso de protegerse, se cree esa inmovilidad
de pensamiento público y acción que tanto, aunque parezca mentira, temen los
dictadores.
Divide y vencerás o divide para reinar, esa idea atribuida
al período griego antiguo, luego usada por algunos emperadores romanos con
éxito, también, por ejemplo, por Napoleón y por supuesto por todos aquellos que
pretenden eternizarse en el poder, cuyo mejor ejemplo puede ser el de los
países comunistas, es una de las más usadas en la vida moderna, en la medida
que logra romper los grandes grupos y los convierte en grupos más pequeños
fáciles de trabajar en cuanto se opongan a una idea que emana desde el poder.
El gobierno cubano es experto en esto, llevando la
estrategia, tal como dije, a centros de estudios, trabajos, vecindarios e
incluso a la propia familia. Todo esto con el único objetivo de contener para
controlar.
Los que hemos vivido en Cuba somos testigos que esas
orientaciones llegaron a la propia familia, escenario donde se desarrollaron las
batallas. Mientras nos fajábamos entretenidamente con nuestros padres y vecinos,
el gobierno hacia y deshacía a su antojo.
Esa batalla silenciosa, pero bien estructurada y sobre
todo inducida del gobierno contra el pueblo, hace que ese mismo pueblo aparezca
desarmado, que no logre unirse, que y, sobre todo, se auto reprima. En muchos
casos nuestros primeros represores no fueron los militares del gobierno, fueron
nuestros propios padres, que, ya sea por razón o por miedo, trataron de que no
pensáramos, no cuestionáramos, no accionáramos contra aquello que en nuestros
momentos no nos cuadraba. Fuimos obligados, o al menos intentaron obligarnos a
que viviéramos anclados en el pasado y amaramos a aquello que no nos gustaba
amar. Se nos trató de enmudecer, incluso cuando lo que enunciábamos eran “Verdades
de Perogrullo”. El compromiso familiar era fácil, pero inentendible: piensa,
pero no hables, lo que contradice la más mínima condición humana. Hasta ahí se
llegó en Cuba, contradecir la más mínima condición humana, piensa para adentro,
piensa para ti, pero no te puedes manifestar, no puedes compartir tus
pensamientos. Piensa una cosa y di otra, como la mejor muestra del “Doble
Pensar” de Orwell.
La mejor estrategia en Cuba no es gobierno contra
pueblo, ni tan siquiera militares contra pueblo, es sencillamente peor para el
entendimiento, pero mejor para el poder, pueblo contra pueblo. Tu en contra mía, tu
mamá en contra de tu mejor amigo, todos en contra del vecino.
Los dictadores todos, manejan hilos ocultos, que están
más allá de incluso sus bellos y amorosos discursos. Hilos de maldad,
corrupción, represión, venganza, sólo para mantenerse en el poder.
Cada palabra dicha u ocultada, cada acción dentro y
fuera del país, cada persona seleccionada, tiene un solo objetivo, no ceder el
poder, entonces por las buenas no se van a ir. Muchas veces Fidel Castro alardeó con
aquello de: vengan a quitarme del poder, los estoy esperando.
Eso de que dejen el poder voluntariamente no existe
cuando se llegan a los límites de dirigir sin límites. Que se retiren a
descansar o disfrutar, no existe porque ellos se saben culpables y temen pagar.
Así gobiernan y chantajean dentro del gobierno, o sea, no podemos ceder, nos van a arrastrar a todos, así se garantizan el apoyo de los que necesitan, aunque sepan que no las tienen todas segura. Así gobiernan hacia el pueblo, o sea, te mastico, pero no te trago, si pasas la raya te la aplico. Te nombro enemigo, te nombro mercenario, te invento una causa cualquiera, te nombro enemigo no mío, sino de la mascota pueblo y te paso por arriba, al final, las leyes son mías, los abogados son míos, todos los canales de comunicación son míos, las cárceles son mías y en la opinión fuera de eso me defeco. En Cuba uno nunca sabe el pasado que le toca.
Entonces lo que queda es la fuerza, fuerza de un
pueblo puesto de acuerdo, fuerza de una acción coordinada hasta el final,
fuerza de quienes se saben desarmados y pocos respaldados, pero que confíen en
su razón. Lo que queda es la fuerza.
Lo que más podemos esperar es que un día, desesperados,
se den un tiro, pero para eso hay que ser muy valiente. Los dictadores
pretenden estirar y estirar el chicle mientras puedan, confiando en que tienen
el control absoluto de todos los hilos. En sentido general todos pretenden
vivir y morir tranquilos, no creo que, en paz ni con ellos mismos, pero
tranquilos como murió el amo Fidel Castro.
Aspirar ahora a que Díaz Canel se vaya, es un imposible, una idea irrealizable. Díaz Canel con todo lo malo que ha pasado y todo lo malo que pasará, se mantendrá diciendo que está haciendo el esfuerzo por resolver los problemas de “las mascotas”, siempre e inmediatamente vestido de verde olivo, o sea, del poder militar, tratando desde esa imagen de impresionar. Ahora mismo, nuevamente, no sabe como salir del problema que tiene, pero ya anunció que algunos borrachos había tratado de alterar el orden, o sea, ya llamó a ese pueblo que se manifiesta borracho y que bajo ningún concepto se aceptaría que se le alterara la vida a las mascotas: Las mascotas pueblo que no tienen comida, que no tienen agua, ni medicinas, que ahora llevan más de 72 horas sin electricidad, el gobierno propone que no se les altere la vida.
Puede pasar que, para refrescarlo, el poder oculto que
está por encima de él, lo quite, le den las gracias y lo pongan en "plan pijama" o a dirigir algo sin importancia, de esa forma darán a entender que se está
trabajando para el bien, pero el poder oculto, el que maneja verdaderamente los
hilos, pondrá a dedo nuevamente a otro Díaz Canel que garantice la permanencia.
Sólo la fuerza tiene la fuerza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario